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Marruecos, la otra orilla de Europa

En esta serie de dos artículos, el historiador Gerardo Ferrara nos introduce en la historia, cultura y religiones de Marruecos.

Gerardo Ferrara·9 de junio de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos

Imlil, Marruecos ©OSV

Desde la punta de Tarifa, desde Gibraltar y el sur de España, África está a tiro de piedra. Para el viajero que recorre la Ruta Nacional 340 en Andalucía, es fácil distraerse contemplando el panorama e intentando vislumbrar, más allá del mar, las verdes montañas del Continente Negro (que allí no es negro). Otro mundo, otra cultura, otra mentalidad a pocos kilómetros, más allá del punto donde las plácidas y cálidas aguas del Mediterráneo se encuentran y chocan con las corrientes marinas y las playas estrechas y rocosas se vuelven poco a poco, desde Tarifa hasta Cádiz, más anchas y arenosas, desde Tarifa hasta Cádiz.

Es Marruecos, en árabe Magreb (literalmente: oeste, porque es el punto más occidental del mundo árabe), que se contempla más allá del azul del Estrecho de Gibraltar, con sus casas blancas apoyadas unas contra otras en las medinas, las misteriosas ciudades imperiales, el desierto del Sahara, los conflictos y los pueblos que lo habitan, los emigrantes que intentan escapar hacia Europa.

Algunos datos de Marruecos

Marruecos es una monarquía constitucional desde 1990 (antes era una monarquía absoluta con fuertes connotaciones religiosas islámicas). Tiene una superficie de 710.850 km² y unos 37 millones de habitantes.

Se caracteriza por un paisaje variable, ya que está bañado tanto por el océano Atlántico como por el Mediterráneo, atravesado en toda su longitud por la cordillera del Atlas (con picos de más de 4.000 metros) y afectado en gran parte de su superficie por el desierto del Sahara.

Su nombre, en lenguas europeas (“Marruecos” en español, “Maroque” en francés, “Morocco” en inglés, “Marocco” en italiano), no deriva del topónimo oficial árabe (Magreb), sino del de una de sus ciudades más famosas, Marrakech (en árabe: مراكش, Marrākush), que a su vez deriva del bereber Mur-Akush (que significa “tierra de Dios”).

El Jefe de Estado es el rey Mohammed VI.

Magreb y Mashreq

En los artículos dedicados a Siria, Líbano, Egipto, Irak, Israel y Palestina, hemos mencionado la gran diferenciación que se hace, en el mundo árabe, entre Magreb (en árabe “oeste”, refiriéndose a la parte del norte de África que incluye Mauritania, Marruecos y el Sahara Occidental, Argelia, Túnez, Libia) y Mashreq (en árabe “este”, refiriéndose a Egipto -Sudán, así como a los países del Golfo y de la Península Arábiga, merecen una discusión aparte-, Israel/Palestina, Líbano, Siria, Jordania, Irak).

En general, esta diferencia puede atribuirse a algunos aspectos:

-El Magreb se caracteriza por una fuerte presencia bereber (puede decirse que gran parte de la población es de origen bereber, aunque hoy la mayoría es arabófona), mientras que el Mashreq, aunque se “arabizó” e islamizó al mismo tiempo que el Magreb, tiene un sustrato ya semítico (es decir, de poblaciones que hablaban lenguas semíticas, de la misma familia que el árabe, como el hebreo, el arameo en sus diversas formas, etc.).

-El Magreb está mucho menos compuesto religiosamente que el Mashreq. Tradicionalmente rico en numerosas comunidades judías y a pesar de ser cuna de santos cristianos como Agustín, sobre todo a partir de los siglos XI y XII, el Norte de África, a excepción de Egipto, ha visto prácticamente desaparecer sus comunidades cristianas, mientras que los judíos han seguido siendo numerosos allí. En el Mashreq, sin embargo, se encuentran las mayores comunidades cristianas del mundo árabe-islámico (Egipto, Irak, Líbano, Siria).

-Desde el siglo XIX, Francia, como potencia colonial, ha prevalecido en el Magreb, mientras que en el Mashreq (a excepción de Siria y Líbano) ha prevalecido Gran Bretaña. La lengua europea más extendida en el norte de África es, por tanto, el francés (aparte del Sahara Occidental, antigua colonia española, y Libia, antigua colonia italiana), mientras que, en el Mashreq, es el inglés.

-A nivel de escuelas jurídicas islámicas, en el Magreb prevalece la escuela malikita, en el Mashreq, según los países, una de las otras tres (en el islam sunnita existen cuatro escuelas jurídicas, o madhab, que influyen en el pensamiento religioso, jurídico y político, con diferencias que, de una escuela a otra, pueden no ser desdeñables: la malikita, la shafi’ita, la hanbalita y la hanafita).

Árabes y bereberes

Alrededor del 65% de los marroquíes son hablantes nativos de árabe, pero de origen bereber. El resto de la población habla bereber (en diferentes dialectos) como lengua materna.

Puede decirse que la gran mayoría de la población, si no es de habla bereber, es, sin embargo, afín al grupo etnolingüístico bereber. Si, en efecto, el elemento arabófono se debe a la inmigración de tribus procedentes de Arabia durante la Edad Media y a la arabización (que fue pareja a la islamización) de una parte de los autóctonos, el grupo étnico predominante, sobre todo en la zona del Atlas, es el bereber.

El bereber es, al igual que el árabe, una lengua perteneciente al gran grupo de lenguas afroasiáticas o camito-semíticas, que se divide en camíticas (lenguas bereberes, antiguo egipcio y otras) y semíticas (árabe, hebreo, acadio, amárico, etc.). Por tanto, comparte algunas características morfológicas con el árabe, pero es completamente diferente desde el punto de vista léxico y fonético. Mientras que el elemento semítico ha estado presente en el norte de África desde la antigüedad (con los fenicios, los cartagineses y las colonias que crearon), las tribus y pueblos bereberes han resistido con orgullo tanto a la islamización como a la arabización, al menos en los primeros tiempos, y, aunque discriminados, han logrado hoy un progresivo reconocimiento oficial, sobre todo en Marruecos, donde el bereber es lengua oficial junto con el árabe.

El etnónimo “bereber” puede derivar del árabe “barbar” o, más probablemente, del latín “barbarus” o del griego “bárbaros”, siendo el significado original del término “hablar una lengua ininteligible”. Los bereberes, por su parte, prefieren autodenominarse “amazigh” (bereber para “hombres libres”) y llamar a su lengua “tamazight”, es decir, lengua de los hombres libres. Hay que decir que, más que una lengua propiamente dicha, el bereber constituye un continuo lingüístico de modismos que no siempre son mutuamente inteligibles (y hay varios entre Túnez, Argelia, Marruecos y Libia), al igual que los diversos dialectos árabes se refieren al árabe clásico como su lengua de origen. No es una lengua literaria, ya que las diferentes poblaciones siempre han utilizado el árabe para escribir, aunque existen alfabetos antiguos, como el “tuareg” o el “typhinagh”.

Actualmente, sobre todo a raíz del reconocimiento de algunos dialectos bereberes como lenguas oficiales en Marruecos y Argelia, se está identificando una “koiné” escrita.

Un poco de historia de Marruecos

Los primeros habitantes conocidos de Marruecos fueron los bereberes, presentes en la región ya en el segundo milenio antes de Cristo. Como ya se ha mencionado, las primeras colonias, primero fenicias y luego cartaginesas, surgieron en la zona a partir del siglo I a. C.

Sin embargo, a partir del año 146 d. C., con el fin de las guerras púnicas y la consiguiente caída de Cartago, la zona geográfica que hoy corresponde a Marruecos pasó a estar bajo control romano, incorporada a la provincia de Mauretania Tingitana. Tras el fin del Imperio romano, el país sufrió las invasiones de los vándalos y luego se incorporó al Imperio bizantino.

El islam llegó a Marruecos en el siglo VII con la conquista árabe, provocando una profunda transformación cultural y religiosa. Varias dinastías árabes llegaron al poder, entre ellas la de los idrisíes, que fundaron la ciudad de Fez en 789, convertida más tarde en un importante centro cultural y religioso. En la Edad Media, Marruecos fue testigo del ascenso de los almorávides y almohades, que expandieron sus dominios por gran parte del norte de África y España.

De importancia fundamental en la historia marroquí fue también el éxodo de los moriscos de España tras la Reconquista, que supuso no sólo la llegada de decenas, o más bien cientos de miles de refugiados, tanto “moros” (árabes y bereberes) como judíos procedentes de la Península Ibérica, sino también la transformación social y cultural del país. De hecho, los recién llegados se convirtieron en la élite urbana y se instalaron, con una considerable influencia cultural tanto lingüística como arquitectónica o musical, en las ciudades más renombradas (las cuatro “ciudades imperiales”: Meknes, Fez, Rabat, Marrakech), pero también en Tánger y en varios centros de la costa, sobre todo del Mediterráneo (y el estilo morisco es una huella de ello). Los judíos sefardíes que llegaron a Marruecos y se instalaron en las mellahs de las ciudades marroquíes mantuvieron entonces el judeoespañol como lengua coloquial hasta nuestros días.

En el siglo XVI, Marruecos estaba gobernado por los saaditas, una dinastía que rechazó los ataques tanto de los otomanos (Marruecos nunca formó parte de la Sublime Puerta) como de los portugueses, y consolidó la autonomía del país. La dinastía alawí, aún en el poder, surgió en 1659 (sus miembros reivindican una ascendencia que se remonta hasta Mahoma). Bajo su gobierno, el país se mantuvo independiente a pesar de las presiones coloniales europeas, aunque experimentó, sobre todo a partir de finales del siglo XIX y principios del XX, la creciente influencia de dos potencias en particular: Francia y España. Estas consiguieron, en 1912, establecer dos protectorados diferentes, el francés en el norte (Marruecos propiamente dicho) y el español en el sur (Sahara Occidental).

El movimiento independentista, liderado por figuras como Mohammed V, condujo al fin del protectorado en 1956, cuando Marruecos se convirtió en un reino independiente (anexionándose más tarde, en 1976, el Sahara Occidental, que había pertenecido a España hasta 1975).

Desde entonces, el país ha atravesado, a pesar de la dicotomía entre tradición y modernidad, dictadura y periodos de mayor libertad, una fase ininterrumpida de modernización y desarrollo bajo el liderazgo de los reyes Mohammed V, Hassan II y Mohammed VI, el soberano reinante. A este último, en particular, se deben las grandes reformas políticas, económicas y sociales que han consolidado la posición de Marruecos como uno de los Estados más estables y avanzados del Norte de África.

No obstante, la pobreza y las considerables disparidades económicas de la población siguen siendo, junto con la cuestión del Sahara Occidental y la plaga de la emigración, verdaderas dificultades en la zona.

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