El Papa Francisco en sus enseñanzas nos recuerda con frecuencia que la vocación primaria de todos los bautizados es la santidad. El pontífice va más allá cuando afirma que aún sin darnos cuenta, vivimos con “los santos de al lado”: los padres de familia, hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, los enfermos, las religiosas; la gente de a pie que con su trabajo, en las cosas ordinarias de la vida, en sus propios estados de vida se esfuerzan para dar Gloria a Dios con su vida.
Se trata de “la santidad de la Iglesia militante. Esa es la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (Gaudete et Exultate, 7). Efectivamente, vivimos con muchos de esos santos de a lado. Sin embargo, son pocos los que pueden decir con toda certeza que vivieron y convivieron con santos y beatos canonizados. Una de esas personas es María Hilda Flamenco de González, nacida en El Salvador y que vive desde hace 19 años con su familia en Los Ángeles, California.
María Hilda, “Mama Hilda” como la llaman cariñosamente, nació y vivió en Aguilares, donde conoció a Rutilio Grande en 1972 y posteriormente a San Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador en 1977. Años más tarde la Providencia Divina le permitió a María Hilda estar presente en la canonización de su Arzobispo Oscar Romero en el 2018 y luego en la beatificación de su párroco Rutilio Grande en enero del 2022.
Después de haber visitado El Salvador para acudir a la beatificación del Padre Rutilio Grande en enero del 2022, María Hilda concede a Omnes una entrevista exclusiva desde Los Ángeles, California.
María Hilda, ¿cómo era la zona donde se ubicaba la parroquia del Beato Rutilio Grande?
–Mi tierra natal es Aguilares, Departamento de San Salvador, una región dedicada al comercio por estar rodeada de cuatro ingenios productores de azúcar. En ese entonces había unos cuantos terratenientes y la mayoría de la población se dedicaba a la siembra de caña, el cultivo del maíz, el algodón, el procesamiento del azúcar y el transporte. A pesar de las largas y arduas jornadas de trabajo, la gran mayoría de la población vivía en extrema pobreza.
¿Cómo y porqué conoció al Padre Rutilio?
–Nosotros éramos feligreses de la parroquia de Aguilares, donde estuvo el padre Rutilio Grande. Por eso tuvimos la dicha de conocerlo de cerca. Desde el inicio pudimos constatar en su trabajo, su dedicación a la misión y a la formación de comunidades de base. Habitualmente cada mes, nosotros llevábamos a la parroquia “la primicia” que significa proveer a la casa parroquial con los víveres necesarios. Así fue como conocimos más de cerca al padre Rutilio. Desde el inicio nos llamó la atención su sencillez, su humildad, su sensibilidad social y su pobreza. Él y sus compañeros preferían ayudar a las personas antes que quedarse aun con lo más necesario para ellos.
Entonces la misión pastoral del Padre Rutilio se dio en una situación difícil, tanto por la pobreza de la zona como por las austeras condiciones de la casa parroquial y el conflicto social y político de El Salvador de los 70’s.
–La pobreza de la región despertó en el padre Rutilio el deseo de ayudar a la gente y protegerlos, anunciándoles la buena nueva del Evangelio y haciéndoles sentir que todos somos iguales ante los ojos de Dios. Viviendo en una zona de extrema pobreza, él mismo vivía solo con lo necesario. Una vez que fuimos a la casa parroquial, notamos que en lugar de sillones tenían trozos de madera para sentarse y en lugar de libreros, botes de hojalata con tablas para sus libros. En su cocina hacían falta muchos implementos. Mi madre, detallista y muy observadora, le dijo al padre que esa estufa de leña no era suficiente y que le iba a llevar una estufa de gas.
Tiempo después logramos instalarla y dejarla en servicio para uso de la parroquia. Sin embargo, en otra ocasión que fuimos, la sorpresa de mi madre fue que la estufa ya no estaba. Había desaparecido. Mi madre le preguntó al padre Rutilio: “¿Qué pasó con la cocina?” Él le respondió: “No te preocupes Paulita porque esa cocina está en manos de otras familias que la necesitan más que nosotros. Pero te tengo algo”. Y le entregó esta carta (Ver imagen). Esa carta para nosotros significa una valiosa reliquia que no solamente contiene un manuscrito del “padre Tilo”, sino detalles que expresan la amistad entre él y nuestra familia.
¿Cuál era el distintivo del Padre Tilo?
-Su amor a la Eucaristía. En la Misa frecuentemente nos decía: “Vamos todos al Banquete del Señor, al cual todos estamos invitados, cada quién con su Misión”. Otra de sus características era la alegría. Bromeaba mucho y supo utilizar eso como instrumentos de evangelización. Él sabía que muchos miembros de la comunidad no sabían leer ni escribir y entonces había que evangelizarlos por medio de cantos con la palabra de Dios. Y con alegría.
San Oscar Arnulfo Romero
Como le decía al inicio, a usted la Providencia la escogió para vivir y convivir entre santos, el beato Rutilio Grande, pero también san Oscar Romero. ¿Cómo conoció a san Oscar Romero?
–Conocimos a monseñor Romero desde un Cursillo de Cristiandad realizado en Santiago de María cuando ya era Arzobispo. Nos mantuvimos cerca de él, desde el funeral del padre Rutilio Grande y luego en las Ultreyas de los Cursillos, a las cuales él asistía.
En la década de los 70 El Salvador vivía una crisis social y política así como un conflicto armado entre 1979 y 1992. El número de víctimas se calcula en más de 70 mil muertos y 15 mil desaparecidos. ¿Cómo reaccionó san Oscar Romero ante esa dramática situación?
–San Oscar Romero fue secretario de la conferencia Episcopal de El Salvador, luego obispo de San Miguel -la región oriental de nuestro país- y finalmente Arzobispo de San Salvador en 1977.
A san Oscar Romero le tocó ver de cerca el conflicto armado y la persecución a la iglesia, la cual había comenzado con la expulsión de sacerdotes extranjeros y luego con el asesinato de catequistas y sacerdotes entre ellos su gran amigo el padre Rutilio Grande.
¿Cómo influyó el Padre Rutilio en la vida de Oscar Romero?
–Tanto san Oscar Romero y Rutilio Grande fueron un binomio inseparable. Es imposible hablar de uno sin poder hablar del otro; esto por su amistad, por la cercanía y confianza que se tuvieron desde que se encontraron en el seminario San José de la Montaña, donde el padre Rutilio residía como maestro de los seminaristas. Fue el martirio de su gran amigo el padre Rutilio -del cual fuimos testigos y partícipes del funeral- lo que hizo reorientar la línea de trabajo pastoral de monseñor Romero. Desde esa homilía de la noche del 12 de marzo de 1977, día en que martirizaron a su gran amigo, se notó la influencia profética que el Espíritu Santo derramó en Romero. Desde ese momento se declaró ser el defensor de los pobres, la voz de los sin voz.
¿Usted estuvo en el funeral del padre Rutilio y también en el de monseñor Romero?
–Sí. No ha sido ninguna coincidencia que pudiésemos participar también de la misa de cuerpo presente de Monseñor Romero en la Catedral, en donde corrimos el riesgo de morir asfixiados. Debido al número de personas la misa se ofreció afuera de la catedral, con el altar ubicado en la entrada. Todo iba bien hasta que a la mitad de la ceremonia, un grupo de francotiradores comenzó a abrir fuego contra la multitud.
La gente comenzó a correr para refugiarse dentro de la catedral, la cual muy rápidamente se llenó al punto de que adentro casi no se podía ni respirar. En ese funeral murieron más de 30 personas. En ese contexto y entre el caos y la estampida fue donde recogimos el micrófono que Romero usaba en sus homilías y que ese día estaba en la misa exequial.
¿Conserva usted ese micrófono?
–Sí. Ese micrófono (Ver imagen) lo conservamos y cuidamos desde ese día para evangelizar y dar a conocer el testimonio de vida de un defensor de los pobres, profeta, pastor y mártir. Ese micrófono lo presentamos en la Misa de acción de gracias por su canonización en Roma en octubre del 2018. Y también lo llevé para mostrárselo al Papa Francisco. El micrófono nos recuerda lo que tanto nos decía Romero: “Si un día me matan y apagan mi voz, recuerden que ustedes son los micrófonos de Dios”. Este ha sido nuestro lema y guía de trabajo durante cuatro décadas.
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María Hilda se ha dedicado desde entonces a la Evangelización en los medios de comunicación en Estados Unidos. Ha conducido programas de televisión y radio católicos a lo largo de varios años. Ahora, usando las nuevas tecnologías continúa con su misión a través de podcasts y YouTube en donde organiza grupos de oración y entrevistas con predicadores, religiosas, sacerdotes y claro, con los santos de la vida ordinaria. Uno de sus más recientes proyectos es la evangelización de los más pequeños, un apostolado que descubrió al convivir de cerca, como abuela, con sus seis nietos. Su esposo Guillermo y sus tres hijos trabajan con ella en la creación de estos libros infantiles para iniciar a los más pequeños a descubrir la fe.