Benedicto XVI no solo ha sido «el papa de la razón», sino también el papa del amor y la esperanza, a juzgar por los títulos de sus encíclicas. Ha sido además «el papa de la palabra», por los inspirados discursos y homilías que ha pronunciado a lo largo de un breve pero intenso pontificado.
En estas líneas nos ceñiremos sobre todo a las encíclicas y a las exhortaciones apostólicas, para presentar una visión unitaria del programa de su pontificado.
Amor, verdad y esperanza
Son los tres pilares centrales de su magisterio. Benedicto XVI comenzó su primera encíclica titulada Deus caritas est, fechada en el día de navidad de 2005. Lo primero, el amor. Presentaba allí una «revolución del amor» que todavía no ha conseguido triunfar del todo en nuestro pequeño mundo. Todavía hay hambre, pobreza, injusticias y muertes inocentes. Para que esta «revolución del amor» se lleve a cabo de una vez por todas –recordaba–, hace falta no olvidar dos palabras: Dios y Cristo.
Jesucristo es «el amor de Dios encarnado», que se concreta no solo en la caridad con los demás, sino sobre todo en la cruz y en la eucaristía. De ahí nace todo nuestro amor a Dios y al prójimo: todo amor y caridad verdaderos vienen de Dios. El eros puede transformarse en agape cristiano, después de un proceso de purificación. Es algo que la Iglesia no podía olvidar y debía recordárselo a este mundo un tanto cruel. El amor puede cambiar el mundo, nos repetía Benedicto XVI con una seguridad que nos debe hacer pensar.
Después vino una nueva encíclica, esta vez sobre la esperanza. Apareció con fecha del 30 de noviembre, fiesta de san Andrés, el apóstol al que los orientales profesan una especial devoción, y en vísperas del tiempo de adviento, tiempo de esperanza. Benedicto XVI publicó esta segunda encíclica sobre la segunda virtud teologal, tras la dedicada a la caridad. El que había sido como prefecto el «guardián de la fe», se mostraba también ahora el papa del amor y la esperanza.
El título estaba tomado de san Pablo: spe salvi, «salvados por la esperanza» (Rm 8,24). En la nueva encíclica, se apreciaba un marcado tono ecuménico, sobre todo cuando se refiere a la doctrina sobre el purgatorio, en el que hacía una mención explícita a la teología ortodoxa, y la presentaba con un enfoque personalista y cristocéntrico fácil de comprender (cf. n. 48).
El purgatorio es un encuentro con Cristo que nos abraza y purifica. A la vez, el papa alemán proponía un diálogo crítico con una modernidad que busca la esperanza.
A diferencia de la encíclica sobre la esperanza, escrita personalmente por el papa desde la primera hasta la última línea, en la Caritas in veritate habían trabajado muchas mentes y manos. Benedicto XVI había dejado su huella en ella, ya visible en las palabras del título que conjugan indisolublemente caridad y verdad, una propuesta deciddiamente ratzingeriana. «Inyectar al mundo más verdad y amor», resumía un titular de periódico. «Solo con la caridad –iluminada por la fe y la razón– es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano», afirmó el papa alemán.
Era la primera encíclica social de su pontificado, publicada dieciocho años después de la última encíclica social de Juan Pablo II, Centesimus annus, de 1991. Los diarios, radios y televisiones de todo el mundo estaban ansiosos por conocer las palabras del papa ante la actual coyuntura económica. Caritas in veritate, sin embargo, iba más allá de la crisis. «Las dificultades presentes pasarán en unos años, pero el mensaje de la encíclica permanecerá», garantizó monseñor Martino.
Pan y Palabra
Sacramentum caritatis, sacramento de amor: así tituló el papa alemán la carta apostólica sobre la eucaristía, que era el resultado del sínodo de obispos celebrado en Roma en octubre de 2005. Era una reunión convocada por Juan Pablo II para que toda la Iglesia reflexionara sobre lo que es «su centro y cumbre». Ahí está Jesús –recordaba–: la eucaristía es el mismo Cristo y, por tanto, esta «hace la Iglesia», había escrito san Juan Pablo II.
Ahora, como fruto maduro, salía esta exhortación apostólica en continuidad con la primera y hasta entonces última encíclica de Benedicto XVI titulada significativamente Dios es amor. Había hablado de la eucaristía como la máxima manifestación de amor por parte de Jesús y como el centro de toda la Iglesia. Las propuestas del sínodo ya habían sido publicadas en internet, a petición del propio papa Ratzinger, por lo que no hubo grandes sorpresas. Se trata de aplicar lo ya dicho por el Vaticano II, se insistía en la nueva carta apostólica.
Con fecha del 30 de septiembre de 2010, fiesta de san Jerónimo, salió un nuevo documento titulado Verbum Domini, la palabra del Señor. El tema era lógicamente la Escritura y era un fruto maduro del sínodo que había tenido lugar dos años antes sobre este mismo tema.Con claridad, como lo hicieron los participantes en el sínodo, subrayaba en primer lugar que «la fe cristiana no es una “religión del Libro”: el cristianismo es la “religión de la palabra de Dios”, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo» (n. 7).
El cristianismo no es la religión de un Libro (como lo pueden ser el judaísmo o el islam), sino de una Persona: la de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Sin embargo, esta Persona –Jesucristo– había hablado largo y tendido, así como predicado sublimes parábolas. La palabra de Dios es un acceso directo al Hijo de Dios, quien constituye la cumbre de toda la revelación, la Palabra hecha carne.
Nueva evangelización
Tras poner los fundamentos sobre el amor, la verdad y la esperanza, así como los lugares en los que se encuentra a Jesucristo –el Pan y la Palabra–, Benedicto XVI se lanzó a la «nueva evangelización» ya propuesta por Juan Pablo II.
La exhortación apostólica postsinodal Africae munus (2011) recogía los frutos de los trabajos de la II Asamblea especial para África del sínodo de los obispos. «África, tierra de un nuevo Pentecostés, ¡ten confianza en Dios! […] África, Buena Nueva para la Iglesia, ¡haz que lo sea para todo el mundo!», decía allí el papa. El documento de 138 páginas, contiene temas de lo más variados, pero se puede sintetizar en un solo punto: permanecer en el plano espiritual, para no convertirse en un partido católico. Según Benedicto XVI el papel a favor de la reconciliación, la justicia y la paz podrá mantenerse si la Iglesia se mantiene fiel a su misión espiritual, al reconciliar a la humanidad con Dios y a unos con otros por medio de Cristo.
En Porta fidei (2011) el papa alemán anunció el Año de la fe, en una continuidad perfecta con la nueva evangelización, en el contexto propiciado por el concilio Vaticano II, a los cincuenta años de su comienzo. En este sentido, el cristiano de hoy cuenta con dos instrumentos privilegiados para poder concretar y realizar esa nueva evangelización: el Concilio, del que se cumplen ahora cincuenta años; y su Catecismo, promulgado por Juan Pablo II. «Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II» (n. 11), añadía ahora su sucesor. El Año de la fe era el año del concilio y su catecismo.
La fe es «un gran sí» que contiene e implica a su vez toda la existencia humana. Fe y vida, creencia y experiencia se encuentran mutuamente entrelazados en el acto de fe. La evangelización consiste así primero en mostrar la belleza y la racionalidad de la fe, en llevar la luz de Dios al hombre de nuestro tiempo con convicción y alegría. El tiempo nos regalará ese primer texto del papa Francisco, Lumen fidei (2013), una encíclica «escrita a cuatro manos» y que constituía la culminación del Año de la fe. La fe, la esperanza y la caridad constituían el legado del pontificado de Benedicto XVI, que contenían como núcleo al mismo Jesucristo presente en el Pan y la Palabra. Con esto estábamos perfectamente pertrechados para la nueva evangelización de este mundo ahora en crisis.