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Luis Alfonso Zamorano: “Las víctimas llegan a creer que Dios es cómplice del abuso”

El sacerdote Luis Alfonso Zamorano lleva años acompañando a víctimas de abusos, además de haber escrito varios libros sobre este tema. En esta entrevista, nos ofrece algunas claves importantes.

Loreto Rios·14 de abril de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos

El sacerdote Luis Alfonso Zamorano, además de haber sido misionero en Chile durante casi dos décadas, lleva años acompañando a víctimas de abusos. Recientemente, ha participado en el III Congreso Latinoamericano “Vulnerabilidad y abuso: hacia una mirada más amplia de la prevención”, celebrado en la ciudad de Panamá del 12 al 14 de marzo. Además, es autor de varios libros sobre acompañamiento a víctimas de abusos, entre ellos “Ya no te llamarán ‘abandonada’”. En este entrevista, nos ofrece algunas claves importantes.

¿Cómo ha evolucionado la postura de la Iglesia con respecto al tema de los abusos?

-Es una pregunta muy amplia, pero yo creo que desde el año 2018, a raíz de la crisis de Chile, hay un antes y un después. Nunca un Papa había hecho un magisterio tan activo y tan abundante sobre este ámbito. Experiencias como las de REPARA, en Madrid, son un faro muy potente de esperanza. A nivel jurídico, aunque sigue habiendo muchos desafíos, hemos reformado el libro sexto del Código de Derecho Canónico, existe un Vademécum y protocolos más claros. Creo que donde más se ha avanzado es en la prevención. Por ejemplo, la mayoría de colegios de la Iglesia hoy en día tienen protocolos de prevención bastante serios. Sin embargo, también es verdad que, en muchas parroquias e instancias formativas, esto todavía se sigue sin hablar, y sigue sin haber formación seria para los sacerdotes y laicos en este ámbito. Gracias a Dios en estos últimos años han ido creciendo exponencialmente el número de publicaciones, de libros y de Congresos, dedicados a la investigación y prevención del abuso sexual, de conciencia o de autoridad. Pero sería un error caer en la autocomplacencia. Creo que todavía nos falta hacer un camino profundo de verdad y de reconocimiento.

¿Cuáles considera que son esas tareas pendientes?

-Todavía seguimos teniendo miedo a las víctimas y las miramos con desconfianza. Hay que hacer lo mismo que Jesús: llamó a un niño, lo puso en el centro de la comunidad y dijo: “Este es el más importante”: el vulnerable, el pequeño, el frágil, quien está herido… Nos falta entender la gravedad del abuso sexual y de conciencia dentro de la Iglesia por el terrible daño espiritual que genera cuando el que abusa o encubre los delitos es alguien que representa a Dios y actúa en su nombre. Las víctimas llegan a creer que Dios es cómplice del abuso. Tenemos vocaciones partidas por la mitad, vidas quebradas en su fe, comunidades heridas y escandalizadas… Tenemos que dejar de echar balones fuera y asumir la gravedad de lo que significa el abuso intraeclesial.

Después, tiene que haber formación transversal, que atraviese de forma orgánica todos los ámbitos de pastoral. En muchas parroquias y movimientos sigue sin apenas hablarse de este tema.

Hay muchas cosas que mejorar de los procesos canónicos. Por ejemplo, el trato que se da a los denunciantes: falta que la víctima pueda ser parte del proceso.

En mi opinión, lo que está haciendo el Papa Francisco con el Sínodo es una respuesta de raíz al problema de los abusos, porque en el fondo estamos tratando de revisar nuestro mundo de relaciones dentro de la Iglesia, el concepto del poder, de la toma de decisiones, el clericalismo, etc. Sin hablar del abuso directamente, creo que, si de verdad se asumen los principios de la sinodalidad, estaremos atajando el problema de raíz.

Después de haber sido víctima de un consagrado ¿es posible sanar y recuperar la confianza?

-La confianza es la gran herida, entre otras. Es uno de los principales desafíos, porque el abuso, al ser cometido por personas cercanas de las que nunca podrías sospechar algo, ante todo es una gran traición de la confianza. ¿Es posible la sanación? Absolutamente. Sí, es posible sanar. ¿Qué se necesita para sanar?

Yo diría que, en primer lugar, hay que entender qué significa la sanación. La sanación no significa que llegue un momento en que desaparezca mágicamente de mi vida cualquier síntoma relacionado con los abusos que he sufrido. A veces, las manifestaciones del trauma a nivel psicológico y emocional se hacen presentes en la vida de la forma más inesperada. Puedes estar bien una larga temporada y de repente pasar por una etapa de pesadillas, o tener otra vez ataques de pánico, cuando ya estaban superados, porque vuelves a estar sometido a alguna situación estresante que te recuerda el momento traumático. ¿Significa eso que no te has curado? No, significa que estás en camino y que es un camino donde la cicatriz se puede volver a abrir. La curación tiene mucho más que ver a veces con la actitud que tenemos ante esas heridas que no siempre llegan a cerrar del todo. Y es que de la herida puede brotar luz y vida para los demás…

Dicho esto, para los supervivientes en el seno de la Iglesia, la sanación pasa también por la justicia. Dice el salmo 85: “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan”. Sin justicia, muchos supervivientes no encuentran paz. Y la justicia está en nuestras manos como Iglesia otorgarla. Sin medidas de reparación, las víctimas no cierran heridas. Porque el daño es muy grande, en todas las facetas de la vida. Te podría decir de personas que no logran tener un trabajo estable, pasan largas temporadas de depresión, han perdido carreras brillantes, porque el abuso ha ralentizado todas sus energías, su creatividad… Y ya no digamos a nivel de su fe. Si les seguimos negando justicia, yo considero que no es imposible, porque hay supervivientes que salen adelante, pero para otros muchos será muy difícil rehacer su vida.

¿Cuáles considera que son las claves principales del acompañamiento a las víctimas?

Creo que lo primero que hay que hacer es escuchar con una acogida incondicional, sin juicios, y creer. Si alguien te abre el corazón en un contexto supuestamente de confianza y de confidencialidad como ese, y no la crees, no la acoges… si cuestionas su testimonio… puedes hacer mucho daño. Yo diría que, en primer lugar, siempre creer. No me refiero a creer a cualquiera que salga en la televisión o en los medios, sino a una persona que viene en un contexto de tú a tú. No me toca a mí indagar la veracidad del testimonio. A mí lo que me corresponde es acoger el testimonio como acompañante de la persona.

En segundo lugar, desculpabilizar, porque generalmente suelen arrastrar una culpabilidad persecutoria muy intensa. Esto es terrible, porque siendo inocentes, el abusador les hizo creer que eran los que “provocaban el abuso” Hay que hacerle entender que no fue su culpa. Incluso aunque haya sido una persona adulta. Aquí el único responsable de la agresión sexual es el abusador. Eso es muy liberador, y lo necesitan.

Por otra parte, creo que, si no tenemos formación especializada, tenemos que aprender a derivar a quienes sí tienen una formación específica. O, si no, que nos formemos bien, porque este un trauma muy específico, con unas características muy particulares. Por tanto, hay que formarse, no basta la buena voluntad. Hay que tener mucho cuidado con nuestro lenguaje religioso, al usar conceptos como el perdón: “Bueno, pero después de tantos años, hay que pasar página”. O “mira, esto guárdalo para ti, llévatelo a la tumba, no se lo comentes a nadie”. Es un abuso que lleva silenciado durante años, y, con esa frase, vuelves a silenciar a la persona, en vez de ayudarla. El perdón se encuentra al final de un proceso. Y “perdón” no significa ignorar las exigencias de la justicia.

Además, es muy importante que el vínculo que establezcas en esa relación de ayuda sea un vínculo que le pueda servir a la persona como experiencia de contraste: si la herida justamente ha sido la rotura de la confianza, que esa persona sea capaz de establecer un vínculo de confianza con alguien ya de por sí es terapéutico. Pero esa confianza hay que purificarla, tiene que ser verdadera, no se puede volver a traicionar. El acompañante no es el salvador; no soy quien va a solucionar todos los problemas de la persona, pero no la puedo defraudar en la confianza. Tendré que regular expectativas también, eso es muy importante. Y, si hace falta, a lo mejor hay que acompañar un proceso de denuncia. Eso se discierne, porque dependerá del caso: si son menores, está claro, hay que poner en conocimiento de quien corresponda, pero, si son adultos habrá que discernir cuándo, cómo, en qué momento, si la persona lo quiere o no lo quiere, porque es una decisión suya.

Este tema daría para mucho, pero esas serían las claves de un primer encuentro.

¿Ha habido casos de arrepentimiento entre los abusadores? En muchos casos, no parecen ser conscientes del mal que han causado.

Es parte de su trastorno de personalidad. Generalmente, quienes agreden son personas muy narcisistas, antisociales, con rasgos paranoides y limítrofes. Eso no significa que estén locos. Es gente que puede ser brillante en muchas facetas de la vida y son muy difíciles de distinguir. Ojalá fuera fácil. Con esto quiero decir que justamente una de las dificultades que tiene el narcisismo patológico es aceptar que hay algo que no haces bien. Estás lleno de distorsiones cognitivas y justificaciones, y por tanto se da una desconexión moral. Entonces, el trabajo es ayudar a que puedan reconocer poco a poco el terrible daño que han causado.

Las estadísticas que manejo de algunos años atrás hablaban de que un 60-70 % no reconocía el delito. Pero hay veces que sí. Hace poco escuché el testimonio de un sacerdote, que fue denunciado ya mayor, y que lo ha aceptado, e incluso ha dicho: “Esto es una cosa que me ha pesado toda mi vida, siempre he pensado qué habría sido de ese adolescente. Si antes de morir se me concediera poder pedir perdón, y de alguna manera puedo aliviar su dolor, aquí estoy”. Estar dispuesto a aceptar que algo así ha sucedido, venciendo el temor a que tu imagen de hombre de bien y de hombre santo se venga al suelo, al juicio de tus propios hermanos sacerdotes, no es fácil. Sin embargo, es el único camino para su sanación también. El Papa Benedicto dejó un itinerario muy claro: “Reconoced abiertamente vuestros crímenes, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios”. Ahí está el resumen de lo que sería un buen acompañamiento. Requiere un camino, un proceso de profunda verdad y humildad, pero no es imposible.

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