Vaticano

Los momentos claves del pontificado de Benedicto XVI

El destino de quien guiara la Iglesia bajo el nombre de Benedicto XVI había quedado claro el día del funeral de su predecesor cuando pronunció aquella conmovedora homilía que tenía como comienzo la palabra "Sígueme".

Giovanni Tridente·31 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 9 minutos
benedicto xvi

Con humildad y en la verdad, en silencio y con la oración. Así ha vivido, y así se ha ido, Benedicto XVI, el Papa emérito. Elegido al solio pontificio el 19 de marzo de 2005, inmediatamente después del «Papa grande Juan Pablo II», en sus primeras palabras a la multitud desde la logia central de la basílica de San Pedro se describió a sí mismo como «un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor». Y como tal apareció, con las mangas de su camisa negra sobresaliendo de su sotana papal, señal de una
elección que tal vez no se esperaba.

Tímido, pero muy culto, sencillo en los modales pero complejo en el pensamiento y nunca banal. Trabajador incansable. Lo ha demostrado en los innumerables años que pasó en la Curia romana como colaborador insustituible de su predecesor, en uno de los dicasterios más importantes y sólidos, la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe.

También en el día de su elección, se definió a sí mismo como un «instrumento insuficiente», reconfortado por el hecho de que el Señor sabría utilizarlo de la mejor manera posible, sin que le fuera a faltar «su ayuda permanente», con la complicidad de su Madre María Santísima. Pedía oraciones.

Durante casi ocho años, hasta su dimisión, que se hizo efectiva el 28 de febrero de 2013, no se rindió ante ningún obstáculo, puso (y volvió a poner) la mano en el arado y comenzó a apuntalar en sus elementos fundamentales el edificio de la Iglesia, que acababa de aterrizar con toda la humanidad en un nuevo milenio lleno de cambios y «sobresaltos», huérfana desde hacía poco de una guía espiritual imponente, que lo había acompañado de la mano durante más de 27 años.

Su destino había quedado claro el día del funeral de san Juan Pablo II, cuando pronunció aquella conmovedora homilía que tenía como comienzo precisamente la palabra «Sígueme». Unos días antes -en el Vía Crucis del Coliseo, meditando sobre la novena estación, la tercera caída de Jesús- se había «encargado» entonces de denunciar la «suciedad en la Iglesia», pero también la soberbia y la autosuficiencia.

Su sueño era volver a su tierra natal, dedicarse a la lectura y disfrutar de su pasión por los gatos y su amor por la música clásica. En cambio, le tocó asumir todos esos problemas que había aprendido a conocer tan de cerca, y también cargar con la cruz de las críticas y las incomprensiones, pero
allanando el camino para un proceso de reformas que su sucesor -el Papa Francisco- ha podido continuar con facilidad. Lo hizo con humildad y en verdad.

Una tarea inaudita que supera toda capacidad humana

«Una tarea inaudita, que realmente supera toda capacidad humana». El domingo 24 de abril de 2005, Benedicto XVI inició su ministerio petrino como obispo de Roma, en una plaza de San Pedro abarrotada por más de 400.000 personas. Y al exponer la gravedad y el peso del mandato que sentía que tenía que asumir, dijo que, al fin y al cabo, su programa de gobierno no sería «seguir mis propias ideas, sino ponerme a la escucha, con toda la Iglesia, de la palabra y la voluntad del Señor y dejarme guiar
por Él, para que sea Él mismo quien guíe a la Iglesia en esta hora de nuestra historia». La voluntad de Dios que «no nos aleja, nos purifica -quizás incluso dolorosamente- y así nos conduce a nosotros mismos».

Estar dispuesto a sufrir

El tema del sufrimiento aparece a menudo en el discurso de investidura, como cuando explica que «amar [al pueblo que Dios nos confía] significa también estar dispuesto a sufrir», «para dar a las ovejas el verdadero bien, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios, el alimento de su presencia».

Palabras que leídas en retrospectiva suenan a profecía. Ciertamente, a Benedicto XVI no se le ahorró ningún sufrimiento, pero siempre lo vivió con espíritu de servicio y en humildad. Repasando los casi ocho años de su pontificado, destacan algunas aportaciones sobresalientes que el primer Papa emérito de la historia ha dejado como legado a toda la Iglesia.

Las tres encíclicas

La primera contribución es sin duda magisterial. A los pocos meses de comenzar su pontificado, Benedicto XVI firmó su primera Encíclica, la “Deus caritas est” (Dios es amor), en la que explica cómo el hombre, creado a imagen de Dios-amor, es capaz de hacer la experiencia de la caridad; escrita inicialmente en alemán y firmada el día de Navidad de 2005, fue difundida al mes siguiente.

El 30 de noviembre de 2007 se publicó “Spe salvi” (Salvados en la esperanza), que pone frente a frente la esperanza cristiana y las formas modernas de esperanza basadas en los logros terrenales, que llevan a sustituir la confianza en Dios por una mera fe en el progreso. Pero sólo una perspectiva infinita como la que ofrece Dios a través de Cristo puede dar la verdadera alegría.

La última encíclica que lleva su firma está fechada el 29 de junio de 2009 y se titula “Caritas in veritate” (El amor en la verdad). El Pontífice repasa aquí las enseñanzas de la Iglesia sobre la justicia social e invita a los cristianos a redescubrir la ética de las relaciones comerciales y económicas, poniendo siempre en el centro a la persona y los valores que preservan su bien.

Estaba preparando una cuarta encíclica para completar la trilogía dedicada a las tres virtudes teologales; sería publicada por el Papa Francisco el 29 de junio de 2013, en el Año de la Fe, completando lo principal del trabajo que ya había preparado Ratzinger. Se titula “Lumen fidei”.

Cuatro Exhortaciones postsinodales

Eucaristía, Palabra, África y Oriente Medio son, por su parte, los temas de las cuatro exhortaciones apostólicas que vieron la luz bajo el pontificado de Benedicto XVI, coronando otros tantos Sínodos de los Obispos que tuvieron lugar respectivamente en 2005, generando la “Sacramentum caritatis” (2006); en 2008, con la publicación de la “Verbum Domini” (2010); en 2009, de la que surgió la exhortación “Africae munus” (2011); y en 2010, que dos años después dio lugar al documento “Ecclesia in Medio Oriente”.

Ahí está la importancia de los sacramentos, y la cercanía a las periferias del mundo, lugares donde la Iglesia está muy viva, rica en vocaciones, pero donde a menudo falta el esfuerzo «de Roma» por hacerse más presente en esas tierras.

La trilogía sobre Jesús de Nazaret

Gracias a su pasión por el estudio y a sus cualidades de fino teólogo, en los años de su pontificado Benedicto XVI ha regalado también a la comunidad de creyentes tres importantes libros sobre la figura histórica de Jesús, publicados respectivamente en 2007, 2011 y 2012. El recorrido narrativo parte de la “Infancia de Jesús” y continúa por la vida pública del Mesías, hasta la resurrección.

Ha sido un éxito editorial sin precedentes, y muchos creyentes han sido edificados por el relato sobre la Persona-Jesús. Peregrino de los pueblos, no interrumpió la tradición de su predecesor de realizar viajes apostólicos tanto en Italia como en el extranjero; una serie inaugurada a los cuatro meses de su pontificado viajando a su patria para la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia. Volvió a Alemania dos veces más, en 2006 (a Baviera, donde se produjo el conocido «incidente de Ratisbona») y en 2011, en visita oficial al país. En total, Benedicto XVI ha realizado 24 viajes apostólicos al extranjero, varios a Europa (tres veces a España), pero también a América Latina (Brasil, México, Cuba), Estados Unidos (2008), África (Camerún, Benín) y Australia (2008).

Sin duda fue muy significativo su viaje a Tierra Santa, visitando Jordania, Israel y la Autoridad Nacional Palestina, en mayo de 2009, como también lo fue su visita al campo de concentración de Auschwitz, en el mismo mes tres años antes, donde rezó para honrar la memoria de los judíos, polacos, rusos, gitanos y representantes de veinticinco naciones asesinados por el odio nazi.

También realizó más de treinta visitas pastorales y peregrinaciones en Italia y otras tantas en la diócesis de Roma, visitando parroquias, santuarios, basílicas, cárceles, hospitales y seminarios. Para la historia
quedará su visita a L’Aquila en 2009, inmediatamente después del terremoto, cuando fue a rezar sobre los restos de Celestino V, sobre cuya sepultura santuario depositó su palio, una premonición que muchos han asociado a su futura dimisión.

Los «accidentes”

Al comienzo de su ministerio petrino, Benedicto XVI se había referido a los sufrimientos, y desgraciadamente éste fue uno de los elementos de los que no se libró en absoluto, empezando por algunos malentendidos y controversias que tuvieron eco internacional.

El primero de ellos se remonta a 2006, con la famosa “lectio magistralis” en la Universidad de Ratisbona durante su segundo viaje a Alemania, visitando Baviera. En este caso, el incidente surgió a raíz de la desafortunada cita de una frase del emperador bizantino Manuel II Paleólogo sobre la guerra santa, con referencias al profeta Mahoma. En su discurso, el Papa había recordado la declaración “Nostra Aetate” y la actitud de la Iglesia hacia las religiones no cristianas, pero para entonces ya se había dado el malentendido, y en el mundo islámico se produjeron reacciones violentas.

Más tarde, Benedicto XVI se disculpó públicamente, diciendo que «lo lamentaba» y dejando claro que no compartía el pensamiento expresado en el texto citado. Afortunadamente, en los años siguientes florecieron los intercambios culturales y teológicos entre católicos y musulmanes, que culminaron incluso con un encuentro en el Vaticano entre una delegación de teólogos e intelectuales islámicos y el propio Pontífice. Aquí están sin duda los prolegómenos del “Documento sobre la Fraternidad Humana” que varios años después el Papa Francisco logrará firmar en Abu Dhabi junto al Gran Imán de Al-Azhar.

Un segundo incidente tuvo lugar en Roma, protagonizado por la principal Universidad de la capital, «La Sapienza», donde un grupo de más de 60 profesores de la universidad se opuso a la visita de Benedicto XVI, que había sido invitado por el entonces rector a hablar en la inauguración del curso académico en 2008. Tras el aluvión de polémicas, la Santa Sede declinó la invitación. Nueve años después, en 2017, su sucesor Francisco se pudo en cambio visitar otra universidad civil romana, «Roma Tre».

Tras el malentendido con los musulmanes, en 2009 llegó el incidente con el mundo judío. Benedicto XVI había decidido remitir la excomunión a cuatro obispos lefebvrianos, entre los que se encontraba Richard
Williamson. Tras este gesto salió a la luz -a través de la televisión sueca SVT- que en el pasado el monseñor había expresado públicamente posiciones negacionistas sobre la Shoah. También en este caso, la Santa Sede se vio obligada a emitir una nota que, además de confirmar la condena y el recuerdo del genocidio de los judíos, exigía al obispo Williamson que se distanciara «de forma absolutamente inequívoca y pública de sus posiciones respecto a la Shoah» antes de ser admitido a funciones episcopales en la Iglesia, aclarando que estas posiciones no eran conocidas por el Papa en el momento de la remisión de la excomunión.

Otras críticas surgieron durante su viaje a Camerún y Angola en marzo de 2009, cuando afirmó en el avión que la distribución de preservativos no sería una solución contra el sida; una declaración estigmatizada por gobiernos, políticos, científicos y organizaciones humanitarias con repercusiones también a nivel diplomático.

Lucha contra los abusos

Y, sin embargo, bajo el pontificado de Benedicto XVI, todo el proceso de lucha contra los abusos en la Iglesia, que el Papa Francisco ha sabido continuar con mayor fluidez, cobró un impulso irreversible. El Papa Ratzinger fue el primer pontífice que pidió perdón explícitamente a las víctimas de abusos por parte de clérigos, además de reunirse con ellas en varias ocasiones, por ejemplo en viajes al extranjero.

Fue drástico al expulsar a varios clérigos responsables de tales delitos y al establecer las primeras normas y directrices más estrictas contra estos fenómenos.

Un ejemplo entre todos es el tratamiento del «caso Maciel», que Ratzinger ya había tenido ocasión de examinar en profundidad durante sus años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.Como Pontífice, dispuso que la Congregación de los Legionarios recibiera una Visita Apostólica, de resultas de la cual se nombró a un Delegado Pontificio -el difunto Cardenal Velasio De Paolis-, que luego llevó a la revisión de los estatutos y reglamentos, tras reconocerse públicamente la culpa del fundador y ponerse en marcha un proceso completo de renovación y sanación.

Otro fenómeno es el de Irlanda, tras la publicación de los informes Ryan y Murphy que denunciaban numerosos casos de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes y religiosos desde los años 30 hasta el año 2000, con intentos de encubrimiento por parte de la Iglesia local. Ya en 2006, dirigiéndose a los obispos del país que habían acudido a Roma en visita “ad Limina”, Benedicto XVI dijo que «las heridas causadas por tales actos son profundas, y es urgente la tarea de restablecer la confianza cuando han sido dañada». Además, es necesario «tomar todas las medidas para evitar que se repita en el futuro, garantizar el pleno respeto de los principios de justicia y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos los afectados por estos crímenes abominables».

Cuatro años más tarde escribió una carta pastoral a los católicos de Irlanda en la que les confiaba que «compartía la consternación y la sensación de traición» que habían experimentado, y dirigiéndose a los culpables añadía: «debéis responder de esto ante Dios Todopoderoso, así como ante los tribunales debidamente constituidos».

Los Consistorios

A lo largo de su pontificado, Benedicto XVI presidió cinco consistorios para la creación de nuevos cardenales, creando un total de 90 «eminencias», de las que 74 eran electores. Significativamente, en el último, el 24 de noviembre de 2012, además de ser el segundo Consistorio en el mismo año (desde 1929 no había habido dos creaciones diferentes de cardenales en el mismo año), esta vez no hubo cardenales europeos presentes, casi como inaugurando una tradición de “pescar” colaboradores del Papa incluso lejos de Roma. Algo que luego se ha hecho muy habitual con el Papa Francisco.

Fue el año de la creación del cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo metropolitano de Manila (Filipinas), o de Baselios Cleemis Thottunka, arzobispo mayor de Trivandrum de los siro-malankares (India), por ejemplo.

Renuncia

El último acto que queda en la historia del pontificado de Benedicto XVI es sin duda su renuncia, anunciada el 11 de febrero de 2013 durante un Consistorio para determinadas causas de canonización como una «decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia».

Entre las motivaciones que le llevaron a esta decisión -hecha con absoluta humildad y espíritu de servicio a la Iglesia, también en este caso- estaba la conciencia de que «para gobernar la barca de San Pedro se necesita también el vigor del cuerpo y del alma, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal modo que tengo que reconocer mi incapacidad para administrar bien el ministerio que se me ha confiado».

Palabras de una limpieza única, ofrecidas con el corazón en la mano, y con la libertad de quien no teme reconocer sus propias limitaciones, estando al mismo tiempo dispuesto a servir al Señor «no menos sufriendo y orando».

Fiel a su palabra, Benedicto XVI, ha dedicado los últimos años de su vida a rezar por la Iglesia, en el «ocultamiento» del Monasterio Mater Ecclesiae,con el corazón, con la reflexión y con todas sus fuerzas interiores, como dijo en su último saludo a los fieles desde la Logia del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo el 28 de febrero de hace casi diez años. Como peregrino «en la última etapa de su peregrinación en esta tierra», que ahora ha llegado a su cumplimiento. ¡Cuídanos desde el Cielo!

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