El Papa Francisco aseguró en el rezo del Angelus del domingo que sigue «con dolor las noticias procedentes de Canadá sobre el espantoso descubrimiento de los restos de 215 niños, alumnos del Kamloops Indian Residential School, en la provincia de Columbia Británica. Me uno a los obispos canadienses y a toda la Iglesia católica de Canadá para expresar mi cercanía al pueblo canadiense, traumatizado por esta impactante noticia. El triste descubrimiento aumenta nuestra conciencia del dolor y el sufrimiento del pasado. Las autoridades políticas y religiosas de Canadá sigan colaborando con determinación para esclarecer este triste suceso y comprometiéndose humildemente en un camino de reconciliación y sanación.
Estos tiempos difíciles son un fuerte llamado para que todos nos alejemos del modelo colonizador y también de las colonizaciones ideológicas de hoy, y para que caminemos juntos en el diálogo, el respeto mutuo y el reconocimiento de los derechos y valores culturales de todas las hijas e hijos de Canadá.
Encomendamos al Señor las almas de todos los niños que murieron en los internados de Canadá y rezamos por las familias y comunidades nativas canadienses sumidas en el dolor. Recemos en silencio».
“La Iglesia indiscutiblemente se equivocó al implementar una política colonialista gubernamental que resultó en la devastación de niños, familias y comunidades.” Así pidió perdón públicamente el 2 de junio el Arzobispo Michael Miller de Vancouver, Columbia Británica.
En la ciudad de Kamloops, a 350 km al noroeste de Vancouver, se han descubierto los restos de alrededor de 215 indígenas enterrados sin nombre y “sin cementerio”, al lado del antiguo Kamloops Residential School, institución del gobierno canadiense fundada en 1890 y cerrada en 1978, y desde su fundación hasta 1969 dirigida por Misioneros Oblatos de María Inmaculada.
El arzobispo Miller, cuya diócesis incluyó Kamloops hasta 1945, prometió hacer todo lo posible para intentar averiguar las identidades de los menores de edad enterrados ahí.
Unos nativos del lugar descubrieron lo que ellos dicen son restos humanos usando un pequeño radar de penetración, tecnología ahora literalmente al alcance de la mano. Muchos indígenas ya sabían o sospechaban que habían sido enterrados jóvenes fallecidos no solamente ahí sino también en otros de los 130 internados canadienses, hoy cerrados, tantas veces sin advertir a los familiares ni registrar los casos.
El obispo de Kamloops Joseph Nguyen (que de joven escapó de Vietnam en barco y se refugió en Canadá) dijo: “No words of sorrow could describe this horrific discovery”. El presidente de la Conferencia de Obispos y arzobispo de Winnipeg Richard Gagnon expresó su gran pena en nombre de los obispos canadienses (son más de 80) y pidió que la verdad salga a la luz.
Ya el 29 de abril de 2009 el Papa Benedicto XVI había personalmente pedido perdón, en audiencia privada en el Vaticano, a un grupo de jefes indígenas canadienses cuando lo visitaron en Roma, por el tratamiento “deplorable” que los pupilos indígenas recibieron en los pensionados dirigidos por católicos. (Fueron 73 de los 130 institutos.)
Muchas veces los hijos fueron separados de sus padres a la fuerza y llevados a esos internados: a veces no se veían durante años (o nunca más); eran asimilados a la cultura dominante y así perdían sus raíces; sufrían abusos psicológicos, físicos y hasta sexuales.
Desde hace tres décadas se han ido multiplicando y repitiendo las peticiones de perdón — también, claro está, por autoridades civiles, empezando por los primeros ministros del país — por tanta tragedia. Y por causa: tantas no han sido ni siquiera documentadas. Se calcula que unos ciento cincuenta mil estudiantes indígenas vivieron en los pensionados montados por el gobierno federal a mediados del s. XIX; los últimos de ellos fueron cerrados sólo a finales del s. XX. Muchas de esas escuelas se hallaban en lugares inhóspitos y estaban mal subvencionadas; podía haber escasez de alimentos, y enfermedades contagiosas. No se sabe a ciencia cierta cuántos niños murieron en esas instituciones ni de qué: se calculan 4.000 por lo menos.
El descubrimiento en Kamloops está provocando una mayor concientización en la ciudadanía canadiense. Se va a intentar documentar el pasado mejor, también con subvenciones que el gobierno federal acaba de ofrecer a los indígenas para que puedan indagar más sobre sus desaparecidos.
Pero no es de ayer esta toma de conciencia en este país. Ya en 1991 los obispos canadienses y los superiores de órdenes religiosas que participaron en las “residential schools” declararon: “Lamentamos profundamente el dolor, el sufrimiento y la alienación que tantos (indígenas) han experimentado. Hemos escuchado… y queremos ser parte del proceso de curación.” Ese mismo año los Oblatos de María Inmaculada incluyeron esto en su larguísimo arrepentimiento: “Pedimos perdón por la parte que nosotros tuvimos en el imperialismo cultural, étnico, lingüístico y religioso que era parte de la mentalidad con que las gentes de Europa primero encontraron a los pueblos Aborígenes y que consistentemente se ha escondido en la manera en que los pueblos Nativos de Canadá han sido tratados por las autoridades civiles y las iglesias.”
El proceso de reconciliación, en los últimos años, ha incluido centenares de encuentros entre cristianos e indígenas en Canadá, para tratar de restañar las heridas. (Es posible que la mitad de los autóctonos canadienses sean católicos, y muchos otros son cristianos. De casi 40 millones de habitantes, casi 2 millones son indígenas.)
Raymond de Souza, conocido sacerdote y periodista, hace referencia en el National Post a Juan Pablo II, que en la Bula Incarnationis mysterium (29 noviembre 1998) pidió “la purificación de la memoria, que pide a todos un acto de valentía y humildad para reconocer las faltas cometidas por quienes han llevado y llevan el nombre de cristianos”. También a su homilía en S. Pedro el 12 de marzo del 2000: “No podemos menos que reconocer las infidelidades al Evangelio que han cometido algunos de nuestros hermanos«.
En este marco dramático, quizás valga la pena recordar que muchos canadienses le rezan a la Patrona del hemisferio occidental, la Virgen indígena de Guadalupe. Y a Santa Kateri (Catalina) Tekakwitha, fallecida en 1680 en Montreal a los 24 años de edad; aquí [escribo desde Montreal] se hallan sus restos. Su madre algonquina, cristiana, fue raptada por los iroqueses y casada con un jefe mohawk. A los 4 años Kateri perdió a sus padres durante una epidemia de viruela que la dejó a ella medio ciega. A los 11 conoció la fe y a los 20 fue bautizada por misioneros jesuitas. Tuvo que sufrir grandes abusos por su fe, siendo rechazada por sus familiares; por eso en 1677 huyó a pie más de 300 km. hasta llegar a un pueblo cristiano. Fue muy penitente y muy devota de la Eucaristía. Fue canonizada en octubre de 2012, al final del pontificado benedictino.
Nota del autor del artículo: El 14 de mayo de 1976 mi hermana Mónica, de 24 años de edad, fue secuestrada por militares en Buenos Aires. Nunca nos dijeron qué pasó con ella.