– Laura Kelly Fanucci, OSV News
“Cuando llego tarde a Misa, todos me miran con desaprobación. Cuando llego tarde a una reunión (de Alcohólicos Anónimos), todos se ponen de pie y aplauden, porque saben que estuve a punto de no llegar”. La paradoja de esta historia me dejó sin palabras: el testimonio de un alcohólico en recuperación que encontró una acogida más cálida en las reuniones de Alcohólicos Anónimos en el subsuelo de la iglesia, que en el mismo santuario. Sin embargo, nunca es demasiado tarde para ir a la iglesia.
Comprensión, y rezar
Desde hace varios años, presto atención a quienes llegan tarde a la iglesia. Crecí en una familia de siete, y muchas veces entrábamos a la iglesia cuando la Misa ya había comenzado.
Por eso, desde hace tiempo comprendo lo difícil que puede ser salir de casa y llegar a tiempo los domingos por la mañana.
Pero las familias con niños pequeños no son las únicas. Personas que visitan la parroquia por primera vez, gente con movilidad reducida, feligreses sin un medio de transporte confiable, adolescentes que se escabullen en el último banco…
Podría haberse quedado fuera
En casi todas las Misas, veo a alguien llegar tarde. Decidí empezar a rezar por quienes no llegan a la hora de empezar la Misa porque, al igual que el alcohólico que duda en la puerta de su reunión, podrían haberse quedado afuera. ¡Y qué triste sería perderse el banquete de la Eucaristía!
Una vez escuché a una profesora de gimnasia decir, mientras mantenía la puerta del gimnasio abierta unos minutos más. ‘Siempre pienso que la persona que llega tarde lo hizo por algún motivo’. Qué respuesta tan generosa ante la fragilidad humana, y qué reconocimiento tan amable de que, en los días difíciles, llegar a tiempo puede ser aún más complicado.
La actitud de Jesús
Si nos enorgullecemos de ser puntuales (ya que la noción de puntualidad varía según la cultura), es posible que nos cueste aceptar la impuntualidad. En la parábola de los trabajadores de la viña, Jesús incomoda a quienes son diligentes y llegan a tiempo. Al final del día, todos los trabajadores reciben el mismo salario, incluso aquellos que llegaron tarde y trabajaron menos (Mt 20,1-16).
Como católicos que intentamos vivir nuestra fe, ¿de qué manera respondemos hoy a esta parábola? ¿Nos quejamos de los demás, resentidos porque Dios es misericordioso? ¿O damos gracias, reconociendo que también nosotros necesitamos misericordia y perdón?
No conocemos la realidad de los demás
No siempre podemos conocer la realidad de los demás, la razón por la que llegaron tarde esa mañana o estuvieron a punto de faltar a Misa ese domingo. Demos gracias a Dios, que nos dice que, en su Reino, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.
Cada año, la Cuaresma nos recuerda que todavía estamos a tiempo. La primera lectura del Miércoles de Ceniza está tomada del Libro de Joel: “Aun ahora, dice el Señor, vuelvan a mí de todo corazón”. (Joel 2,12).
Incluso ahora, cuando hemos pecado y estamos atrapados en nuestras propias preocupaciones, cuando las tinieblas del mundo y las fuerzas del mal nos acechan, Dios nos llama nuevamente a arrepentirnos y volver al camino de la verdad y del amor. Nunca es demasiado tarde para regresar a casa.
Nunca es tarde
Si todavía no has comenzado una práctica cuaresmal, estás a tiempo. Incluso podrías rezar por aquellos que llegan tarde a Misa, para ablandar tu corazón y comprenderlos como Cristo lo hace. Al fin y al cabo, si no acogemos a los demás como Cristo, ¿cómo podemos esperar que vuelvan alguna vez, o que intenten llegar a tiempo si deciden regresar?
Nunca es demasiado tarde para volver a Dios, nunca es demasiado tarde para ir a la iglesia, nunca es demasiado tarde para abrir tu corazón. “Aun ahora, dice el Señor, vuelvan a mí”. Incluso ahora, estamos a tiempo.
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Este texto es una traducción de un artículo publicado primero en OSV News. Puede encontrar el artículo original (en inglés) aquí.