Sergio Rodríguez López-Ros es académico de la Real Academia de Historia y vicerrector de Relaciones Internacionales del CEU. Hace unos años, encontró en la Biblioteca Apostólica Vaticana un libro del teólogo español Miguel de Molinos que llevaba siglos desaparecido.
Esta semana, el 31 de mayo de 2023, ha tenido lugar la presentación del libro Miguel de Molinos. Cartas para el ejercicio de la oración mental (Editorial Herder) en Roma, en la embajada de España ante la Santa Sede. El acto contó con la participación del prefecto de la Biblioteca Apostólica Vaticana, Mauro Mantovani, y de la archivera oficial del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Manuela Borbolla.
En esta entrevista con Omnes, Sergio Rodríguez López-Ros nos habla de Miguel de Molinos y del hallazgo del libro. La historia de este personaje no está exenta de controversia y en algunos aspectos hoy sigue siendo un misterio.
¿Quién fue Miguel de Molinos?
Miguel de Molinos es uno de los personajes históricos españoles más desconocidos. Fue un teólogo del Barroco español.
Nace en una familia de clase media en Muniesa, un pequeño pueblo de Teruel. Con 18 años, va a formarse a Valencia, porque tiene allí una hermana que es religiosa. Se forma en el Colegio de San Pablo de los jesuitas que dependía de la Universidad de Coímbra, regentada también por ellos. Al mismo tiempo, lleva varias capellanías: la de las agustinas, la de las franciscanas…
Se forma con el padre Francisco Jerónimo Simón, un sacerdote valenciano. Se doctora en Teología y es capellán de diferentes conventos, también confesor en el colegio del Corpus Christi. Cuando muere su maestro espiritual, el padre Jerónimo Simón, Miguel de Molinos se introduce en el proceso de la causa de beatificación. La Diputación de Valencia le envía a Roma para llevar adelante el proceso.
De este modo, llega a Roma en 1663, en pleno apogeo del Barroco y en plena lucha de Francia y España para ver quién era el que más influencia tenía ante los Papas. Al principio vivía en unas calles que yo pude localizar.
Al llegar a Roma, implanta lo que él había conocido del padre Jerónimo Simón, que era la Escuela de Cristo. Consistía en unos pequeños ejercicios espirituales en que reunía una vez por semana a una serie de gente que iban rotando: los lunes unos, los martes otros, los miércoles otros… Se reunían en una cripta, que también pude localizar, y que está debajo de la iglesia de Santo Tomás de Villanueva y de San Ildefonso.
Yo pude acceder a esa sala después de muchísimos siglos sin nadie verla. La mayoría de agustinos españoles hasta hoy son de origen vasco o navarro. Les gustaba jugar al frontón y la pelota vasca y usaban la cripta para eso durante los siglos posteriores, cuando se perdió el nombre de Molinos.
Antaño, durante la época de Molinos, allí iba la alta sociedad de la época: príncipes romanos, condes, gente vinculada a la corte pontificia, cardenales…
Molinos estaba bien posicionado y, de hecho, el Papa, el beato Inocencio XI, pensó en hacerle cardenal y tenía una gran querencia por él.
Lo que ocurre es que cuando uno hace las cosas bien suele tener enemigos, envidias, no solo en España. Los jesuitas, que estaban desarrollando su propia escuela con los ejercicios de san Agustín, empiezan a mostrar recelos hacia él, y también los dominicos.
Son ellos los que provocan un poco que tenga lugar un primer proceso de la Inquisición. Pero los seis teólogos designados por el Papa dieron un parecer positivo, por lo que salva perfectamente esta primera acometida. Pensemos que él acababa de publicar la Guía espiritual, que es el libro central de Miguel de Molinos. Él tenía dos corrientes: por un lado, estaban la Guía espiritual, las Cartas para el ejercicio de la oración mental y la Defensa de la contemplación; por otra parte, tiene la Práctica para el ejercicio de la buena muerte y la Defensa de la comunión cotidiana.
Las cartas no eran un libro. Él sostuvo correspondencia con muchísima gente, escribió unas 12000 cartas, que es muchísimo. Un discípulo suyo se dedicó a compilarlas. De ahí surgieron las Cartas para el ejercicio de la oración mental. No son más que una versión simplificada, hecha por uno de sus discípulos, de la Guía espiritual.
El proceso inquisitorial tuvo lugar en 1681-1682 y, cuando concluye, el dictamen es favorable a Molinos. En esa época, escribe la Defensa de la contemplación, debido a que algunas corrientes querían atacar ese método contemplativo.
Molinos, basándose en san Agustín, dice que tenemos que buscar a Dios en nuestro interior, ya que el demonio pone ante nosotros muchas tentaciones. Dice que debemos vaciarnos de nosotros mismos. En aquella Roma de fasto del Barroco, de grandes puestas en escena, aquello les chirriaba mucho y provocó envidias. Cuando la Escuela de Cristo empieza a extenderse fuera de Roma, por toda Italia y llega a Nápoles, que era española entonces, Francia tiene miedo de que aquello cobre más fuerza y oscurezca el papel que estaban teniendo sus místicos hasta ese momento. Por tanto, provoca un nuevo caso inquisitorial, yo intuyo que con métodos corruptos.
El proceso tiene lugar en 1685. Rastrear hoy en día todo lo que ocurrió es muy difícil, porque, cuando llegó la Revolución Francesa a Roma, desaparecieron muchos papeles de los procesos inquisitoriales, y solo quedaron 46 legajos de los procesos de Molinos. A mi entender, lo que hizo Francia fue calumniar, atribuir a Molinos cosas que nunca había dicho. De hecho, ninguna de las tesis por las que es procesado está en sus escritos. Es todo producto de confesiones o bien forzadas o atribuidas a él falsamente por testigos comprados. Finalmente, al Papa no le queda más remedio que apresar a quien era su amigo, y en 1687 decreta su condena de por vida.
Es recluido en las prisiones que tenía la Inquisición, en la sede, hoy Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Durante su encarcelamiento, Molinos vestía una estameña, una especie de saco, muy austero, y llevaba una vida de recogimiento. Él se defendió con mucha serenidad y reiteró siempre su amor a la Iglesia. También refutó cualquier crítica de que la oración suplantaba los sacramentos, que era una de las tesis que se le atribuía. Lo malo es que Francia en ese momento tiene más fuerza que España, pensemos que en 1687 los Habsburgo están desapareciendo en España, en cambio los Borbones, con Luis XIV a su frente, están en el momento más álgido.
El proceso coincide con un periodo de decadencia en España, mientras que Francia estaba más pujante. En 1704 muere el último Habsburgo y empieza la guerra entre Francia y España por ver quién es el sucesor de los Habsburgo, que finalmente son los Borbones. Todo eso está movido por Luis XIV, que es quien luego logra poner en el trono de España a su sobrino Felipe V. Miguel de Molinos era tan significativo en Roma que apresarlo a él y matarlo era dar la puntilla al imperio español, era lograr dar a España donde más daño le hacía.
Molinos está 8 años en prisión, hasta que en 1696 es ejecutado. El motivo por el cual es ejecutado permanece desconocido para todos nosotros, porque no se conoce todo el procedimiento. Yo creo que debió de ser fruto de las intrigas francesas dentro de la Inquisición. Tampoco sabemos si fue un ajuste de cuentas dentro de la propia prisión. En 1696 él muere y con la investigación descubrí también dónde estaban los restos: en el osario que hay justo debajo del propio archivo del Dicasterio.
¿Cómo fue el hallazgo de las cartas?
Yo sabía que había un libro de Miguel de Molinos que hacía siglos que estaba desaparecido, que era las Cartas escritas a un caballero español desanimado para ayudarle a tener oración mental dándole un modo para ejercitarla. El título era muy barroco. La editorial lo ha resumido en Cartas para el ejercicio de la oración mental. Era un libro escrito por Miguel de Molinos en su etapa romana. El libro lo localicé en la Biblioteca Apostólica Vaticana.
En 1966 se pusieron a disposición de los investigadores todos los libros que habían sido considerados en su día no aptos para ser leídos por católicos. Entre ellos estaban las cartas espirituales de Miguel de Molinos, que no habían sido condenadas por la doctrina, como he comentado, sino por una pugna entre Francia y España de tema político, porque Molinos tenía mucha fuerza en Roma.
Cuando lo encontré en la biblioteca, hacía 347 años que nadie había visto ese libro. Enseguida pensé en editarlo y en traducirlo. Porque de la edición española solo hay dos ejemplares, uno en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, y otro que es la edición posterior que se hizo en Italia y que se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana. El tejuelo era nuevo, debajo se veía el viejo y evidentemente era de los fondos de la Inquisición. Siempre digo que hay que entender que la Inquisición lo que procuraba era orientar a la gente a las buenas lecturas.
La gente de hoy es muy distinta a la gente de antes, antes nadie tenía formación teológica, en primer lugar porque no sabía leer, y, además, no es hasta el Concilio Vaticano II cuando la gente empieza a formarse en la fe. El papel de la Inquisición fue siempre proteger a esa gente humilde, gente que no tenía criterio sobre las lecturas que podían perjudicarles espiritualmente. Era una especie de ayuda, de guía, y no es eso que sale en las películas de escarnios, torturas, hogueras…
Cuando encontré las cartas, lo que hice fue encargar una traducción de la segunda edición, corregida y aumentada respecto a la primera española. Tienen dos partes: una parte en la cual habla del aparato teológico en el que se basa, citando a Santa Teresa, a san Juan de la Cruz, a san Ignacio, a los padres de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, etc. Luego hay una segunda parte en la que explica cómo poner en práctica todo eso.
Es muy curioso, porque, en una ocasión, envía el libro a un funcionario español, y le dice: “Si usted tuviese cada día un ratico para practicar la oración, le iría muy bien”. Después de tantos años viviendo en Italia, aún tiene ese deje aragonés.
El libro se publica gracias a la gran labor de la Biblioteca Apostólica Vaticana. Ya desde la época del cardenal Javierre, que fue un gran cardenal, se fueron abriendo los archivos.
La investigación no ha consistido solo en la publicación del libro, sino también en haber encontrado los lugares donde vivió, donde hacía la Escuela de Cristo, donde vivía cuando fue apresado, donde fue juzgado, donde fue luego recluido y finalmente donde fue ejecutado y donde están sus restos.
¿Cuál era el pensamiento de Miguel de Molinos?
Lo que Molinos sostiene viene a ser la mística de santa Teresa: la vida ascética, simple y sencilla. Propone una vida austera, esa austeridad española de pocas palabras, más bien de hechos. Luego, busca la purgación, quitar de nuestra vida todo lo que nos sobra, lo que nos perjudica (ambiciones, poder), para centrarnos en lo que Dios quiere de nosotros. Habla también de esa parte última que es la contemplación, cuando uno recorre el camino de la Cruz, de la Pasión, e intenta unirse a Jesús en ese sufrimiento, configurarse con Él, y, a través de eso, transfigurar su vida propia y convertirse en una mejor persona. Este es básicamente el método de Molinos, que se podría ejemplificar con muchas citas.
Se trata de perseverar en la oración, encomendándose a un santo, siguiendo su ejemplo de vida, y el objetivo final es llegar a configurarse con Jesús, sintiendo que la Pasión salvadora y redentora de Jesús en la Cruz es para toda la humanidad, pero empieza por uno mismo. Dice que hay que matar como sea “esa hidra de siete cabezas que es nuestro egoísmo”. Dice que tenemos ese egoísmo que nos mete en el corazón el demonio, la voluntad de poder. Hoy en día sería por ejemplo querer más dinero, viajar, un coche mejor, o tener éxito mundano a toda costa. Molinos propone lo contrario: Él fue sencillo en el nacimiento, sencillo en la muerte, pues compartamos la vida con Él.
Puede parecer que ese vaciarse de deseo tiene una relación con la espiritualidad oriental, pero lo que Molinos defiende es apagar el ego para dejar sitio a Dios. La mayoría de la gente desde que se levanta hasta que se acuesta está pensando en un trabajo mejor, en una televisión mejor, las vacaciones este verano, y prescinde de lo esencial. Lo que Molinos sostiene no es esa aniquilación del deseo a la oriental, en el sentido de que lo que le pase al mundo me es igual. Precisamente lo que estimula es al compromiso: vamos a dejar aparte lo que uno quiere y vamos a ver lo que Dios quiere de nosotros.
Cuando el ego ocupa toda nuestra alma, todo nuestro corazón, no dejamos sitio a Dios. La salvación budista en el fondo es la salvación de uno mismo, es más egoísta. En el mundo cristiano, por el contrario, es la salvación de uno mismo a través de los demás y para los demás. Es el método de san Francisco de Sales, de Introducción a la vida devota. O también cuando san Ignacio propone la síntesis entre conciencia y mundo no es para uno mismo, sino para los demás.
Creo que leer hoy en día a Molinos es una buena forma de volver a la vida simple, a lo esencial, a olvidarnos de un mundo que a través de un clic tenemos todo al alcance de la mano. Pero carecemos de lo esencial, se nos olvida la fe, se nos olvida la caridad, la esperanza, la entrega, el amor gratuito hacia Dios, en primer lugar, y hacia los demás.