Cultura

Líbano: un país al borde del abismo

En los últimos años, sacudido por la crisis económica, las explosiones de 2020, Líbano encara un difícil panorama. Las últimas elecciones muestran un país que lucha por cambiar pero que ha perdido la confianza y en el que el papel de las comunidades cristianas sigue siendo crucial para su destino.

Gerardo Ferrara·7 de junio de 2022·Tiempo de lectura: 6 minutos
líbano

Foto: Charbel Karam / Unsplash

Traducción del artículo al inglés

La ocupación siria de Líbano no terminó hasta 2005, cuando la FAD (Fuerza de Disolución) tuvo que abandonar el país tras las protestas, conocidas como la Revolución del Cedro, derivadas del brutal atentado contra el ex primer ministro Rafiq Hariri, del que se culpó a Damasco, cuyo régimen era abiertamente hostil a Hariri. De estas protestas surgieron dos coaliciones políticas.

La primera, la Alianza del 14 de marzo, supuso el acuerdo de fuerzas políticas mixtas e interconfesionales, entre ellas las Falanges Libanesas, un histórico partido maronita presidido ahora por un exponente de la histórica familia Gemayel, Sami (nieto del famoso Bashir, hijo de Amine y hermano de Pierre Amine, los dos primeros presidentes de la república, último exponente de la Alianza del 14 de marzo, todos ellos asesinados en diversos atentados); Las Fuerzas Libanesas, otro partido maronita (presidido por su fundador y antiguo miliciano Samir Geagea); El Futuro, un partido suní, disuelto por su fundador Saad Hariri, hijo de Rafiq, cuando renunció en 2021 a la presidencia del gobierno y se retiró de la escena política. Esta alianza se caracteriza por sus posiciones antisirias y antiiraníes y por su proximidad a Arabia Saudí y Occidente.

La segunda, la Alianza del 8 de marzo, reunía al Movimiento Patriótico Libre, el partido del actual y disputado presidente maronita de la República, Michel Aoun; a Amal (el movimiento político chiíta vinculado a Hezbolá) y a otros, conocidos por su hostilidad a Israel y sus posiciones abiertamente pro-sirias, o mejor aún, pro-iraníes.

Desde entonces, a pesar de la inestabilidad endémica de la región y del propio país (un ejemplo de ello es la segunda guerra del Líbano, en 2006, con la invasión de Israel tras los lanzamientos de misiles de Hezbolá a su territorio desde el sur del país), parecía que el Líbano, con su reconstrucción de posguerra, se estaba recuperando lentamente.

La crisis económica y las explosiones de 2020

Sin embargo, una nueva y devastadora crisis económica (calificada por el Banco Mundial como «una de las tres peores crisis que ha conocido el mundo desde mediados del siglo XIX»), que provocó numerosas protestas en 2019 y la alternancia de gobiernos y presidentes a favor o en contra de Hezbolá, la emergencia sanitaria relacionada con el COVID19 y, por último, la notoria y tremenda explosión que, el 4 de agosto de 2020, destruyó el puerto de Beirut y devastó los barrios circundantes (predominantemente cristianos), matando a más de 200 personas y dejando a 300.000 sin hogar, han llevado al país al borde del abismo.

Se calcula que más de 160.000 personas han emigrado del Líbano (sumándose a la ya numerosa diáspora libanesa en el extranjero, entre 4 y 8 millones de personas, principalmente cristianas, aunque algunas estimaciones elevan la cifra a casi 14 millones, el doble de libaneses que viven en el país), por no hablar de que el país acoge a cientos de miles de refugiados sirios y palestinos que, junto con el ya enorme número de ciudadanos libaneses que viven por debajo del umbral de la pobreza, están convirtiendo el País de los Cedros en un polvorín.

Crisis políticas y elecciones

Las cuestiones anteriores provocaron la caída y la alternancia, entre 2018 y 2021, de varios gobiernos: Saad Hariri, Hassan Diab, Hariri de nuevo y, finalmente, Najib Mikati, y el surgimiento de un movimiento empeñado en cambiar el equilibrio parlamentario, luchar contra la corrupción endémica (también vinculada al confesionalismo y al tribalismo) y aportar soluciones concretas a la crisis económica.

Sin embargo, este mismo movimiento no ha logrado federarse bajo una sola ala política e imponerse a nivel nacional, aunque, por primera vez en la historia del país, las recientes elecciones legislativas del l5 de mayo de 2022 mostraron la sombra de un posible cambio.

La campaña electoral y el debate político, de hecho, pusieron en primer plano cuatro cuestiones fundamentales sobre las que giró el voto: Hezbolá y la injerencia de Irán; la «neutralidad positiva» del país, tal y como la propone y entiende el patriarca maronita Bechara Boutros Raï; la crisis bancaria y financiera; la reforma judicial y la lucha contra la corrupción, para esclarecer las causas de la deflagración del puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020 (Hezbolá, además, siempre se ha opuesto a una investigación formal y objetiva de estos trágicos sucesos).

El panorama que surge a la luz de los resultados finales es, sin embargo, el de un país que lucha por cambiar y que ha perdido la confianza. El abstencionismo dominó en todas partes, incluso en los feudos de Hezbolá: un claro mensaje de desconfianza hacia la clase dirigente.

En cualquier caso, el presidente saliente, Michel Aoun, ha visto cómo sus propios diputados elegidos en el parlamento se han reducido a la mitad (el suyo es un partido, recordemos, predominantemente maronita pero aliado con Amal y Hezbolá), superado por las Fuerzas Libanesas de Geagea, su archirrival, que se ha convertido en el primer partido cristiano del Líbano. Derrota parcial, por cierto, también para Amal y el propio Hezbolá, ya que en el sur del Líbano, histórico bastión chiíta, fueron elegidos un druso y un cristiano de una facción diferente.

El papel de los cristianos

El corazón espiritual y cultural del Líbano, decíamos, es ciertamente cristiano, sobre todo si pensamos en los principales centros espirituales del país, que son el valle de Qadisha (el santo), en el norte del país, verdadero fulcro del cristianismo sirio y de la Iglesia maronita (de rito siro-antioqueno).

La Iglesia maronita, en comunión con Roma, toma su nombre de su fundador, San Marón, y tiene su sede histórica en el verde valle de Qadisha, repleto de antiguos monasterios, engarzados como perlas en la roca y convertidos, con el paso del tiempo, en centros de irradiación (un poco como los monasterios benedictinos en Europa) del conocimiento (la primera imprenta del Líbano se realizó en uno de ellos), del arte, de la cultura, de diversos oficios (entre ellos la agricultura, especialmente el cultivo en terrazas), de la sabiduría espiritual, así como de la cercanía al pueblo.

Prueba de ello es la gran devoción que todos los libaneses, tanto cristianos como musulmanes, sienten por los santos locales (por ejemplo, el famoso San Charbel Makhlouf, San Naamtallah Hardini, San Rafqah), cuyos santuarios son el destino de incesantes peregrinaciones interconfesionales e interreligiosas.

Las recientes elecciones también confirmaron que el papel de las comunidades cristianas sigue siendo crucial para el destino del país. De hecho, también gracias a la contribución de los cristianos y del presidente Michel Aoun, la mayoría surgida de las anteriores elecciones de 2018 había empujado al país a la órbita chií, bajo la égida de Irán, en este caso, con la afirmación de los partidos cristianos que se refieren a la Alianza del 14 de marzo, Líbano podría acercarse a Arabia Saudí, a Israel y, por extensión, al bloque occidental. Todo esto, sin embargo, si se puede formar un gobierno, dado que no se ha creado una mayoría parlamentaria adecuada, con la perspectiva de una mayor parálisis política y el estancamiento, si no empeoramiento, de la crisis actual.

Entre otras cosas, la peculiaridad libanesa en el mundo árabe-islámico no es sólo la de haber institucionalizado la presencia cristiana a nivel político, sino también la de ver, entre los propios cristianos, el predominio de los católicos, en particular de los maronitas (las otras Iglesias católicas sui iuris presentes en el país son la Iglesia melquita o greco-católica, que representa al menos el 12% de la población, la Iglesia armenio-católica y la Iglesia sirio-católica. Los latinos también están presentes, por supuesto, aunque en menor número).

El escritor ha podido experimentar lo fascinante que es este ecumenismo popular: no es raro asistir a almuerzos de familias numerosas, donde madres, padres, hermanos, hermanas, cuñados, primos, son expresión de todas las Iglesias presentes en el Líbano, ya sean católicas, ortodoxas o protestantes.

Así pues, a lo largo de los años, el Patriarca maronita se ha convertido en una figura destacada, no sólo como representante ideal de todas las comunidades cristianas, sino también de toda la sociedad civil. Su Iglesia, de hecho, además de ser la expresión de una parte importante de la población libanesa, es también la más activa en la prestación de ayuda no sólo a los cristianos, sino a todo el pueblo.

Recientemente, con motivo de la fiesta de San Marón en 2022, el Patriarca recordó a las autoridades civiles del país que «los maronitas libaneses han hecho de la libertad su espiritualidad», así como un «proyecto social y político», y que este avance se traduce no sólo en la fe y el progreso, sino también en la promoción de valores como el amor, la dignidad y la fuerza, en contraste con «el rencor, la envidia, el odio, la venganza y el espíritu de rendición».

El cardenal Raï ha defendido enérgicamente la pluralidad cultural y religiosa del Líbano, la democracia y la separación de la religión del Estado, promoviendo ese concepto especialmente querido para él de la «neutralidad positiva» del país, que preserva su alma y su identidad como tierra de encuentro entre civilizaciones, de hecho, distorsionada por quienes la han convertido en «un escenario de conflictos en la región y una plataforma de misiles» (la referencia a Hezbolá es evidente). Según Raï, que se ha convertido en el verdadero pulso del país, es imperativo, «para salvar la unidad del Líbano y demostrar su neutralidad», respetar el triángulo histórico que une «el propósito del Pacto de Convivencia, el propósito del papel de los cristianos y el propósito de la lealtad al propio Líbano».

El autorGerardo Ferrara

Escritor, historiador y experto en historia, política y cultura de Oriente Medio.

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