Recordaré como si fuese ayer ese 4 de octubre, san Francisco de Asís y cumpleaños, recién llegado a Bilbao, muy cerca de donde nació Juan Mari Araluce Villar (1917) en Santurce (hoy Santurtzi en euskera), en la margen izquierda de la ría.
Tres miembros de la banda terrorista ETA habían disparado más de ochenta proyectiles de metralleta, del calibre 9 milímetros parabellum, marca de la ‘casa’, a Araluce, de 59 años, al chófer y a los escoltas, en la misma Avenida de España (hoy de la Libertad), frente al inmueble en que vivían en San Sebastián (Donosti). Así informaban los medios, y ETA (V Asamblea) asumía la autoría en llamadas a algunos de ellos.
Su mujer y ocho de sus hijos estaban comiendo “un plato de espaguetis, se escuchó atronadoramente el tiroteo. Se asomaron al balcón, desde donde, entre las copas de los árboles, vislumbraron la atroz escena, que aún se desarrollaba a sus pies”, narra el periodista e historiador Juan José Echevarría Pérez-Agua, en su biografía titulada “Juan Maria Araluce. El defensor de los fueros asesinado por ETA”.
Juan Maria Araluce. El defensor de los fueros asesinado por ETA
Prácticamente ante su familia
“Cinco de los hijos, Juan, Ignacio, Javier, José y Maite, bajaron a toda prisa por las escaleras”, y mientras un sacerdote pudo dar la Extremaunción a las víctimas, y una ambulancia atendía a un escolta, introdujeron a su padre en el coche y tomaron la decisión de llevarle a la Residencia Nuestra Señora de Aránzazu, hoy hospital Donostia. En torno a las tres de la tarde, certificaron su muerte.
Fue la misma conmoción que tendría el que suscribe con otros asesinatos. Por ejemplo, dos años más tarde, el de José María Portell el 28 de junio de 1978, unos meses antes del referéndum constitucional del 6 de diciembre, cuando dos terroristas le ametrallaron frente a su casa, en Portugalete.
Su mujer Carmen Torres, que había escuchado los disparos desde su casa y se asomó al balcón con sus hijos (5), pudo bajar a la calle y abrazarle antes de que llegasen las ambulancias. Echevarría Pérez-Agua, autor de la biografía de Araluce, cita a Portell en varias ocasiones en su libro.
La semblanza
El trabajo sobre la figura de Araluce del profesor de la Universidad Carlos III, Juan José Echevarría, que ha trabajado en El País y en CNN+, tiene más de 600 páginas, y se podría decir que es también una honda investigación sobre el carlismo, Montejurra, la sociedad vasca y ETA.
“Es mucho más que una evocación biográfica de alguien que fue, ante todo, un buen hombre”, ha escrito en el prólogo Jon Juaristi. Es la “semblanza magnífica de un hombre, de un tiempo y de un país, esto sí que es verdadera Historia, y no ‘relato’, ni ‘narrativa’, ni ‘memoria’ ni otra cualquiera de las máscaras vergonzantes de la mentira y de lo que en los siglos de los medievales llamaban los hidalgos de Vizcaya ‘caloña’, la calumnia injuriosa que se vertía sobre los muertos”, añade el catedrático y ensayista Juaristi, que perteneció temprana y fugazmente a ETA en los últimos sesenta.
Fundamento, el perdón
Tras el atentado, “mi madre quedaba viuda con 56 años y nueve hijos. Mi hermana mayor (María del Mar), y yo éramos los únicos que habíamos terminado nuestros estudios universitarios. Yo, segundo de los hermanos, tenía 23 años, nuestra hermana más pequeña nueve. De un día para otro todo tu mundo se viene abajo”, señala Juan Araluce Letamendía a Omnes.
“Desde el primer momento mi madre, con una entereza inexplicable desde una óptica puramente humana, nos dijo que ‘teníamos que estar alegres porque papá está en el cielo, que éramos cristianos y que teníamos que perdonar’. En este fundamento nos apoyamos toda la familia”.
Era el primer mensaje del legado de su padre, Juan Mari, que había sido amenazado de diferentes modos y maneras, junto a su familia. El perdón. El autor de la biografía lo recoge antes y en la última página del libro: hay que suponer que de modo no casual:
“Maité Letamendía diría a ‘Informe Semanal’, de TVE: “Estamos muy contentos de que lo tenemos, a Juan Mari, en el cielo, y nos está ayudando desde allá (…). Les perdono a todos los que le han matado y queremos que se termine el odio (…). Estamos rezando mucho por todos ellos y les perdonamos de todo corazón”.
Alejarse del odio y de la falta de libertad
“Permanecimos un año más en San Sebastián, pero en septiembre de 1977 nos trasladamos toda la familia a vivir a Madrid. Mi madre no quiso que sus hijos crecieran en un ambiente de odio, miedo y falta de libertad, como el que se vivía en aquellos años en el País Vasco”, añade Juan Araluce.
“Mi padre era notario de profesión. Toda la familia vivíamos de su trabajo. Consciente de lo que podía suceder, decía que si a él le pasaba algo se llevaba consigo la llave de la despensa. Así fue”.
Cosmovisión cristiana
Juan Mari Araluce y Maite Letamendía se casaron el 13 de junio de 1949 en la iglesia de San Vicente Mártir de San Sebastián, aunque ella había dicho informalmente que era “un pesado”, cuenta el biógrafo. Y el matrimonio Araluce vivió en la localidad guipuzcoana de Tolosa casi dos décadas. “Fueron los años más felices de sus vidas y donde criaron a sus nueve hijos”, desde María del Mar hasta Marta, señala el autor, sin duda basándose en testimonios de sus hijos y amigos. Los domingos, el matrimonio salía a cenar con dos parejas de íntimos amigos, una carlista y otra nacionalista”.
“La cosmovisión de Araluce era religiosa”, escribe el autor, que aborda este asunto, clave en Araluce y su familia, en diversos capítulos, salpicando otras historias. Ya como notario en la localidad guipuzcoana, “el cristianismo siguió centrando su existencia, como revela su noche de bodas, con la imagen de la Virgen de Fátima”.
Barruntos, familia y vocación al Opus Dei
Allí, Juan Mari llevaba a su hija mayor a la parroquia de Santa María, y vivían los jueves eucarísticos. “Araluce ayudaba con los deberes a sus hijos, antes de salir para la notaría. Los chavales estudiaban en los Escolapios (…), y las chicas en las jesuitinas. Juan, el hijo mayor varón de Araluce, tuvo como compañero en el colegio a Francisco (Patxi) Arratibel, “quien sería asesinado por ETA” bastantes años más tarde, en 1997, apunta el autor.
Juan Mari Araluce era de la Adoración Nocturna, una actividad que organizaba “el arcipreste de Santa Maria, Wenceslao Mayora Tellería, quien el 11 de septiembre de 1949 había celebrado la coronación canónica de la Virgen de Izaskun”, sobre la que había publicado su historia ese mismo año.
Y ahí dio otro paso, cuando en 1961 se incorporó al Opus Dei (un año después lo haría su mujer, Maité). “Fue una decisión meditada y tomada con tiempo, desde que en 1959 se aproximó a la Obra creada por Josemaría Escrivá de Balaguer, a través de su cuñada Ana” (Letamendía), escribe.
Llamada a la santidad en lo ordinario, en el trabajo
“Para Araluce, el Opus Dei ofrecía un mensaje de plenitud religiosa a los padres de familia como él”, escribe el historiador y periodista. “Varios de sus hijos, como María del Mar y Juan seguirían su estela, y José, su sexto hijo, incluso se haría sacerdote, ordenándose en Torreciudad, el santuario mariano edificado por el Opus en Secastilla (Huesca)”.
Tras referirse a la beatificación de Josemaria Escrivá en 1992 por san Juan Pablo II, luego canonizado en 2002, y a su libro ‘Camino’, el autor describe que “Araluce abrió sus casas de Tolosa y Estella a vecinos para propagar el mensaje de la llamada universal a la santidad y al apostolado” de los católicos, “mensaje que convenció a Araluce, casado y entonces con seis hijos”. Era un segundo mensaje de su legado. Escuchar al Señor, y seguirle.
La ética del trabajo
El biógrafo relata que “el matrimonio Araluce había conocido personalmente a Josemaria Escrivá en una tertulia que el fundador del Opus Dei ofreció en Pamplona, en septiembre de 1960, donde bendijo a Maité, embarazada de su antepenúltima hija, Maite, quien nacería al año siguiente”. El autor relata también en este punto las inquietudes y actividades de un sobrino, Francisco (Patxi) Letamendía, ‘Ortzi’, que charlaba con su tío Juan Mari, y sus hermanos.
En el capítulo que el autor titula “La ética del trabajo”, el profesor Echevarría Pérez-Agua termina esta parte aludiendo a la incorporación de Juan Mari Araluce, ya como presidente de la Diputación de Guipúzcoa, al patronato de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Navarra (Tecnun ahora), y la ayuda al Instituto Superior de Secretariado y Administración (ISSA), fundado en 1963.
“En el planteamiento de llevar a Dios a la sociedad civil para transformarla, eran fundamentales los hombres, pero también las mujeres, en las circunstancias ordinarias del trabajo”, anota el autor al recoger ideas de “Josemaria de Escrivá” (sic), “al entender que el Opus Dei se debía apoyar, ‘como en su quicio, en el trabajo ordinario, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo’. He aquí el tercer mensaje: el trabajo bien hecho, su santificación, y encajaba con él, y con su mujer.
Diputación de Guipúzcoa, Consejo del Reino
En cuanto al legado político, “fue el arquitecto de la reinstauración del Concierto Económico, al interpretar los fueros como un elemento consustancial a la Monarquía restaurada tras la muerte de Franco”, resume el autor. Tras la presidencia de la Diputación de Guipúzcoa, en marzo de 1971 ingresó en el Consejo del Reino: los procuradores en Cortes le votaron como uno de sus dos representantes en el máximo órgano consultivo de la Jefatura del Estado, al lograr 86 votos a favor y ninguno en contra.
El Consejo del Reino formado por 17 miembros, entre ellos Araluce, fue el encargado de pasar al Rey Juan Carlos el 3 de julio de 1976, la terna para la elección de presidente del gobierno español. Y el Rey eligió a Adolfo Suárez sobre Silva Muñoz y López Bravo.
La relevancia de la muerte de Juan Mari Araluce, tres meses más tarde, no escapaba a nadie, y salió hasta en The Washington Pot y en The New York Times, “destacando el talante moderado del finado y su defensa de una concepción territorial descentralizada”, ha escrito el biógrafo. Pero aquí preferimos concluir con algunos de sus hijos y nietos.
“Una conciencia limpia y sin odio”
Al recordar la figura de su padre y todo lo que sucedió a la familia en esos años, Juan Araluce Letamendía comenta a Omnes: “Han pasado 48 años. Mi madre murió en paz hace 14 años acompañada por el cariño de sus nueve hijos y de sus 25 nietos. Ninguno de ellos conoció a su abuelo. Cuando alguna vez me preguntan cómo pudimos salir adelante, respondo que no me lo explico”.
“Tenemos el orgullo de haber heredado de nuestros padres una conciencia limpia y sin odio, y una fe que nos lleva a confiar rendidamente en una Providencia que va tejiendo nuestra vida con continuos bandazos muchas veces inexplicables. Pero al cabo de 48 años echas la vista atrás y constatas que todo lo que ha ocurrido tiene un sentido. Como dicen los franceses, ‘tout se tient’, todo encaja”.
Su hermana Maite, citada más arriba, es la presidenta de la Asociación Victimas del Terrorismo. Así ha descrito a su padre no hace mucho: “Mi padre se las ingeniaba para traernos a Madrid con él siempre que nuestro calendario escolar o universitario nos lo permitía. Incluso nos enseñó a correr en el encierro de Estella, donde pasábamos los veranos. Era una persona tremendamente generosa, pensando en los demás y un gran conversador. También era un gran escuchador. Sabía escuchar”.
Y su nieto Gonzalo, periodista, ha escrito: “Con ese sentido del humor, mi abuelo trataba de restar importancia a las amenazas. Mi abuela Maite, su mujer, sufría unas migrañas que le hacían quedarse en cama, en silencio: un dolor tan indescriptible como recurrente que desaparecería después del asesinato. Jamás dijo que se debía a esa presión”.
“Si mi abuelo plantó cara a ese terror”, añade, fue por mi abuela Maite, a sabiendas de que ella sería capaz de ocupar todo el espacio que él podría dejar”, asegura.