Guatemala es tierra de volcanes, siempre hay algunos activos y, a veces, demasiado (hace 2 años el volcán de Fuego provocó 319 muertos, miles según los pobladores). Y también es una tierra donde hay una fe profunda y sencilla arraigada hasta en las remotas aldeas y expresada en 22 lenguas de origen maya.
En estos tiempos de confinamiento y especial dificultad, y como un volcán en erupción, están surgiendo innumerables iniciativas de solidaridad en un país con un tanto por ciento muy elevado de trabajo informal (más del 60 %) y de pobreza. Llama la atención la pronta respuesta de gente joven universitaria y proyectos variados que llegan a cientos y cientos de personas. Es el espíritu cristiano que sale a relucir en momentos de necesidad. Incluso por las calles de la capital vemos gente con bandera blanca pidiendo alimentos. Es un despertador para todos y especialmente para las instituciones eclesiales, que se están empleando a fondo en esta temporada.
El Padre Luis Felipe Alonso, Vicario episcopal y párroco de la Inmaculada Concepción en Villa Nueva, una inmensa y poblada parroquia en las afueras de la capital, nos da una visión cercana de algunas iniciativas: “Recién salía de nuestro oratorio para ir a celebrar la Santa Misa cuando vi que alguien me llamaba a mi celular. En esas circunstancias no suelo contestar, pero algo me decía que tomara la llamada. Y así fue. Era una de esas señoras ‘campeonas’ de la caridad que me dijo entre sollozos: ‘Padre, necesito contarle algo. Venía para mi casa cuando vi en una ventana una bandera blanca, perdone, pero soy muy chillona (dícese en este país de la persona que llora mucho)’, continuó entre sollozos: fui y pregunté el por qué de la bandera blanca. Entre temor y desconfianza apareció el rostro de una joven mujer, a quien le pregunté sobre su situación y me dijo: ‘yo era monitora en un bus escolar, y ya hace tres quincenas que no recibo ni un centavo. Soy madre soltera y tengo tres niños pequeños. Ya no tengo qué comer’. Yo, padre —y seguía llorando—, no podía quedarme indiferente y le prometí ayudarla. Así que, usted, deme algo’. Yo no podía quedarme indiferente y le prometí ayuda. Me sentí profundamente tocado. Justo ese día, otro grupo de señoras que ayudan en nuestras obras de caridad habían hecho bolsas de víveres para necesitados. Y le di dos de esas bolsas para que se las llevara. Y así lo hizo, entre lágrimas”.
Banderas blancas
Las banderas blancas son un rostro más de los efectos devastadores que está provocando la pandemia de Covid-19 en nuestros países, continúa contando el párroco Luis Felipe Alonso. De por sí, la gente vive con la camisa levantada, no tienen ahorros, viven del trabajo del día. Si no hay trabajo, no hay ingresos. Si no hay ingresos, no hay comida. Le cedemos la palabra.
En nuestra parroquia, señala, hemos venido organizándonos para poder servir más eficazmente a los más necesitados. Entre otras iniciativas hemos dividido el territorio parroquial en 10 sectores. Cada sector tiene su organización local integrada por gente del lugar. Esta estructura sirve especialmente para la evangelización, pero también para la acción de caridad, por medio de lo que llamamos Pastoral Social.
Cuando comenzamos estas ayudas al inicio de la pandemia en nuestro país se apuntaron 100 beneficiarios. A las pocas semanas se convirtieron en 300. Ayer se repartieron a 502 beneficiados. Esperamos que en 15 días llegue a 1.000 el número de solicitudes.
La Divina Providencia no nos deja. Aparte de lo que recolectamos entre nuestros fieles, otras personas, empresas y fundaciones nos ayudado de muchas formas. Hay mucha solidaridad. Por ejemplo, hace unos días le llamé a un amigo y le decía: “En tu barrio hay tantos ricos como en el mío pobres. Así que te nombro mi centro de acopio de leche y cereales”. Y así ha sido. Maravillosa generosidad de muchísimas personas. La leche y el cereal son para los beneficiarios que declararon tener niños menores de 8 años (ellos no lo saben).
Se vienen tiempos difíciles. Se presenta un gran reto para seguir ayudando a tantas personas. Para lograr una mejor entrega de los víveres y dignificar a las personas, estamos trabajando en impulsar lo que queremos llamar Economatos parroquiales. Se trata de organizar pequeñas tiendas de conveniencia, a la cual podrán llegar sólo los anotados en nuestros programas de ayuda.
Ya están trabajando los ingenieros en sistemas que están diseñando los programas que permitan ser muy eficiente el control y la entrega de los víveres. No se manejará dinero. Sólo un teléfono celular. Las sedes tendrán red wifi para el que no pueda acceder fácilmente por carecer de servicio (en nuestro país hay dos teléfonos celulares por persona, según las estadísticas).
Es una revolución de la caridad. Y puede ser que alguien se pregunte: ¿y qué ganan con todo esto? El mejor pago me lo contaba una chica de nuestra parroquia que ayuda en la distribución de bolsas de víveres. Me decía: “Me gusta ayudar. Me hace feliz. Pero lo que más me gusta es ver la sonrisa de agradecimiento de quien recibe la ayuda, y siempre dicen gracias, Dios se lo pague”.
Son tiempos de misericordia. ¡Ensanchemos el corazón! Los pobres no pueden esperar.
Vicario Episcopal y párroco de la Inmaculada Concepción en Villa Nueva, Guatemala