Con un resfriado que le ha impedido pronunciar la catequesis, teniendo que dejar el discurso a un oficial de la Secretaria de Estado, Pier Luigi Giroli, el Papa Francisco ha reanudado en la Audiencia de este miércoles el tema que desarrollará a lo largo del Año Jubilar, ‘Jesucristo, nuestra esperanza’. La reflexión ha tenido como motivo el evangelio de san Lucas (1, 39-42), con el título: “Y bienaventurada la que creyó” (Lc 1,45).
En un Aula Pablo VI repleta de peregrinos, la meditación del Papa se ha centrado en la Visitación de Nuestra Señora a su prima santa Isabel, el segundo misterio gozoso del Rosario, y en el Magnificat.
El Pontífice ha alentado a pedir hoy “al Señor la gracia de saber esperar el cumplimiento de todas sus promesas; y que nos ayude a acoger en nuestras vidas la presencia de María. Poniéndonos en su escuela, que todos descubramos que toda alma que cree y espera ‘concibe y engendra al Verbo de Dios’ (San Ambrosio, Exposición del Evangelio según San Lucas 2, 26)”.
Por sacerdotes y consagrados, y por los desplazados de Palestina
En su saludo a los peregrinos polacos, el Papa ha animado “a rezar por los sacerdotes y los consagrados y consagradas que desempeñan su ministerio en países pobres y desgarrados por la guerra, especialmente en Ucrania, Oriente Medio y la República Democrática del Congo. Para muchos, esta presencia es la prueba de que Dios siempre se acuerda de ellos”.
Al final, al dirigirse a los peregrinos en lengua italiana, Francisco volvería a pedir oraciones por “la martirizada Ucrania, Israel, Jordania, tantos países que están sufriendo, y por los desplazados de Palestina. Recemos por ellos”, ha rogado.
Peticiones a los peregrinos
El Sucesor de Pedro ha pedido a los peregrinos de lengua francesa que “sigamos la escuela de María, cultivando un corazón abierto a Dios y a los hermanos”; a los de lengua inglesa, su deseo de que “el Jubileo sea para vosotros una ocasión de renovación espiritual y de crecimiento en la alegría del Evangelio”; a los de lengua alemana, “llevemos también nosotros a Cristo a los hombres de nuestro tiempo”; a los fieles de lengua española, que se hicieron notar mucho, como los polacos, les ha pedido “elevar a Dios el canto del Magníficat, como María, recordando con gratitud las grandes cosas que Él ha hecho en nuestra vida”.
A los de lengua china, el Pontífice les ha exhortado a “ser siempre constructores de paz”; a los de habla portuguesa, “aprender de Ella la disponibilidad para servir a los necesitados”; y a los árabes, “dar testimonio del Evangelio para construir con mansedumbre, mediante los dones y carismas recibidos, un mundo nuevo”.
Adhesión a Cristo al visitar las tumbas de los Apóstoles
Antes de rezar el Padre nuestro y dar la bendición final, el Papa ha leído personalmente otros dos ruegos. En primer lugar, “espero que la visita a las tumbas de los Apóstoles suscite un renovado deseo de adhesión a Cristo y de testimonio cristiano en vuestras comunidades”.
Y al concluir, ha señalado: “Como exhorta el apóstol Pablo, os animo a estar alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración, solícitos por las necesidades de vuestros hermanos (cf. Rm 12,12-13)”.
María, el impulso del amor
En su catequesis, y poniendo como ejemplo a la Virgen María, el Papa ha animado a salir al encuentro de los demás. “Esta joven hija de Israel no elige protegerse del mundo, no teme los peligros y los juicios de los demás, sino que sale al encuentro con los demás. Cuando una persona se siente amada, experimenta una fuerza que pone en movimiento el amor; como dice el apóstol Pablo, ‘el amor de Cristo nos posee’ (2Cor 5,14), nos impulsa, nos mueve”.
“María siente el impulso del amor y acude a ayudar a una mujer que es pariente suya, pero también una anciana que, tras una larga espera, acoge un embarazo inesperado, difícil de afrontar a su edad. Pero la Virgen acude a Isabel también para compartir su fe en el Dios de lo imposible y la esperanza en el cumplimiento de sus promesas”.
El Magníficat
La presencia masiva del motivo pascual, ha comentado el Santo Padre, “hace también del Magnificat un canto de redención, que tiene como trasfondo la memoria de la liberación de Israel de Egipto. Los verbos están todos en pasado, impregnados de una memoria de amor que enciende de fe el presente e ilumina de esperanza el futuro: María canta la gracia del pasado, pero es la mujer del presente que lleva en su vientre el futuro”.