Esta mañana, tras dejar la Nunciatura Apostólica, el Santo Padre Francisco se trasladó en coche al aeropuerto internacional de Bagdad, desde donde partió, a bordo de un avión de Iraqi Airways con destino a Erbil, una ciudad que se convirtió en refugio de muchas personas que huían de otras como Mosul o Qaraqosh, durante el auge del Estado Islámico.
En la ciudad-refugio, Erbil
A su llegada, el Papa fue recibido por el Arzobispo de Erbil de los Caldeos, Su Excelencia el Arzobispo Bashar Matti Warda, el Arzobispo de Hadiab-Erbil de los Sirios, Su Excelencia el Arzobispo Nizar Semaan, el Presidente de la Región Autónoma del Kurdistán iraquí Nechirvan Barzani, el Primer Ministro Masrour Barzani y varias autoridades civiles y religiosas. El presidente le acompañó hasta una sala VIP del aeropuerto donde tendrían un encuentro.
El entusiasmo de la gente se palpaba: los cantos que se podían escuchar expresaban gran afecto y alegría. Algunos de ellos, eran entonados en un particular italiano con acento árabe, en los cuales destacaba el estribillo «siamo contenti, siamo goiosi. Grazie con tutto il cuore» (Estamos contentos, estamos alegres. Gracias de todo corazón).
A continuación, tras un breve encuentro, en la sala VIP presidencial del aeropuerto, con los arzobispos de Erbil de los caldeos y de Hadiab-Erbil de los sirios y con el presidente y el primer ministro de la región autónoma, el Papa Francisco se despidió y se trasladó en helicóptero de Erbil a Mosul, la ciudad que el ISIS ocupó y destruyó durante tres años.
En la devastada Mosul
En Mosul, a su llegada, el Papa fue recibido por el Arzobispo de Mosul y Aqra de los Caldeos, S.E. Mons. Najeeb Michaeel, O.P., por el Gobernador de Mosul y por dos niños que le han ofrecido un homenaje floral. Luego se dirigió a Hosh-al-Bieaa para la oración de sufragio por las víctimas de la guerra.
«Un tejido cultural y religioso tan rico de diversidad se debilita con la pérdida de alguno de sus miembros, aunque sea pequeño»
Eran las 10:00 horas locales (8:00 horas de Roma), cuando el Santo Padre Francisco llegó a Hosh-al-Bieaa, la plaza de las cuatro iglesias (sirio-católica, armenio-ortodoxa, sirio-ortodoxa y caldea) destruidas entre 2014 y 2017 por atentados terroristas, para rezar la oración de sufragio por las víctimas de la guerra.
A su llegada, el Papa fue recibido por el Arzobispo de Mosul y Aqra de los Caldeos, S.E. Monseñor Najeeb Michaeel, O.P., que le acompañó al centro de Hosh-al-Bieaa.
«Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos», comenzó el Papa Francisco: «Agradezco al arzobispo Najeeb Michaeel sus palabras de bienvenida y agradezco especialmente al padre Raid Kallo y al señor Gutayba Aagha sus conmovedores testimonios».
Un pequeño hilo
Y continuó con el saludo y el agradecimiento: «Muchas gracias, padre Raid. Usted nos ha contado acerca del desplazamiento forzoso de muchas familias cristianas que tuvieron que abandonar sus casas. La trágica disminución de los discípulos de Cristo, aquí y en todo Oriente Medio, es un daño incalculable no sólo para las personas y las comunidades afectadas, sino para la misma sociedad que dejan atrás. En efecto, un tejido cultural y religioso tan rico de diversidad se debilita con la pérdida de alguno de sus miembros, aunque sea pequeño. Como en una de vuestras artísticas alfombras, un pequeño hilo salido puede estropearlo todo. Usted, Padre, habló también de la experiencia fraterna que vive con los musulmanes, después de haber regresado a Mosul. Usted encontró acogida, respeto y colaboración. Gracias, Padre, por haber compartido estos signos que el Espíritu hace florecer en el desierto y por habernos indicado que es posible esperar en la reconciliación y en una nueva vida.
Señor Aagha, usted nos recordó que la verdadera identidad de esta ciudad es la convivencia armoniosa entre personas de orígenes y culturas diversas. Por eso, acojo con agrado su invitación a la comunidad cristiana a regresar a Mosul y a asumir el papel vital que le es propio en el proceso de sanación y renovación.
«Hoy reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra»
Hoy elevamos nuestras voces en oración a Dios omnipotente por todas las víctimas de la guerra y de los conflictos armados. Aquí en Mosul las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes. Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan deshumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas —musulmanes, cristianos, yazidíes y otros— desalojadas por la fuerza o asesinadas.
Hoy, a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción».
Desde lo más profundo
A continuación, antes de comenzar la oración de sufragio, el Papa expresó unas palabras, profundas, en las cuales se podía percibir los sentimientos de cercanía del Santo Padre: «Antes de rezar por todas las víctimas de la guerra en esta ciudad de Mosul, en Irak y en todo el Oriente Medio, quisiera compartir con ustedes estos pensamientos: Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre. Si Dios es el Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre. Si Dios es el Dios del amor —y lo es— a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos.
La oración de sufragio
Tras estas palabras introductorias, pasó a la oración de sufragio:
«Ahora recemos juntos por todas las víctimas de la guerra, para que Dios omnipotente les conceda la vida eterna y la paz sin fin, y los acoja con su abrazo amoroso. Y recemos también por todos nosotros, para que, más allá de las creencias religiosas, podamos vivir en armonía y en paz, conscientes de que a los ojos de Dios todos somos hermanos y hermanas».
Y comenzó así la oración, que transcribimos de manera íntegra: «Dios altísimo, Señor del tiempo y de la historia, tú has creado el mundo por amor y no dejas nunca de derramar tus bendiciones sobre tus criaturas. Tú, más allá del océano del sufrimiento y de la muerte, más allá de las tentaciones de la violencia, de la injusticia y de la ganancia inicua, acompañas a tus hijos y a tus hijas con tierno amor de Padre.
Pero nosotros hombres, desagradecidos de tus dones y absortos en nuestras preocupaciones y ambiciones demasiado terrenas, a menudo hemos olvidado tus designios de paz y de armonía. Nos hemos cerrado en nosotros mismos y en nuestros intereses particulares, e indiferentes a Ti y a los demás, hemos atrancado las puertas a la paz. Así se repitió lo que el profeta Jonás oyó decir de Nínive: la maldad de los hombres subió hasta el cielo (cf. Jon 1,2). No elevamos al cielo manos limpias (cf. 1 Tm 2,8), sino que desde la tierra subió una vez más el grito de sangre inocente (cf. Gn 4,10). Los habitantes de Nínive, en el relato de Jonás, escucharon la voz de tu profeta y encontraron salvación en la conversión. También nosotros, Señor, mientras te confiamos a las numerosas víctimas del odio del hombre contra el hombre, invocamos tu perdón y suplicamos la gracia de la conversión:
Kyrie eleison. Kyrie eleison. Kyrie eleison».
Y tras un breve silencio, continuó:
«Señor Dios nuestro, en esta ciudad dos símbolos dan testimonio del deseo constante de la humanidad de acercarse a Ti: la mezquita Al Nuri con su alminar Al Hadba y la iglesia de Nuestra Señora de la Hora, con un reloj que desde hace más de cien años recuerda a los transeúntes que la vida es breve y el tiempo precioso. Enséñanos a comprender que Tú nos has confiado tu designio de amor, de paz y de reconciliación para que lo llevemos a cabo en el tiempo, en el breve desarrollo de nuestra vida terrena. Haznos comprender que sólo poniéndolo en práctica sin demoras esta ciudad y este país se podrán reconstruir, y se lograría sanar los corazones destrozados de dolor. Ayúdanos a no emplear el tiempo al servicio de nuestros intereses egoístas, personales o de grupo, sino al servicio de tu designio de amor. Y cuando nos desviemos del camino, haz que podamos escuchar las voces de los verdaderos hombres de Dios y recapacitar durante un tiempo, para que la destrucción y la muerte no nos arruinen de nuevo.
Te confiamos a aquellos cuya vida terrena se ha visto abreviada por la mano violenta de sus hermanos, y te suplicamos también por los que han lastimado a sus hermanos y a sus hermanas; que se arrepientan, alcanzados por la fuerza de tu misericordia.
Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Amen».
Hacia Qaraqosh
Al final del momento de oración, tras el descubrimiento de la placa conmemorativa de la visita, seguido del lanzamiento de una paloma blanca y tras la bendición final, el Santo Padre, antes de abandonar la plaza, saludó a algunas personalidades religiosas y civiles. Luego, se trasladó en coche a la zona de despegue y, tras despedirse del arzobispo de Mosul y de Aqra de los caldeos y del gobernador de Mosul, tomó un helicóptero para ir a Qaraqosh.
Allí, visitó a la comunidad de católicos en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, que había sido destruida. Pudo rezar el Angelus con los fieles congregados y firmó el libro de honor pidiendo al Señor la paz: «Desde esta iglesia destruida y reconstruida, símbolo de la esperanza de Qaraqosh y de todo Irak, pido a Dios, por intercesión de la Virgen María, el don de la paz».
Es evidente que está siendo un viaje con una marcada significación, tanto para el pontificado de Francisco, como para el diálogo interrelegioso, la paz en Oriente Medio y para la Iglesia universal.