Cultura

La tumba de Santiago el Mayor 

Los restos de Santiago el Mayor se custodian en una urna en la catedral compostelana, tras una historia no exenta de avatares.

Ángel María Leyra·25 de julio de 2023·Tiempo de lectura: 8 minutos
santiago

Foto: Urna con los restos del Apóstol Santiago y sus compañeros mártires

La más antigua referencia a la tumba de Santiago es de san Jerónimo (331/420): de los Doce, “uno se fue a la India, otro a España, otro al Ilírico, otro a Grecia, de modo que cada cual descansara (requiesceret) en la provincia donde había anunciado el Evangelio y la doctrina” (Comentarios a Isaías). Un autor dice de Santiago que san Jerónimo, “al subrayar que cada uno de los Apóstoles descansa en la Provincia en que había anunciado el Evangelio, parece indicar que su cuerpo sagrado se halla entre nosotros” (Z. García Villada, Historia eclesiástica de España).

La muerte de Santiago es la única que de los santos Apóstoles relata el Nuevo Testamento: “En aquel tiempo prendió el rey Herodes a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Dio muerte por la espada a Santiago, hermano de Juan. Al ver que era grato a los judios, decidió prender también a Pedro. Eran los días de los Azimos. Cuando lo apresó, lo metió en la cárcel y lo entregó a cuatro escuadras de cuatro soldados para que lo custodiaran…”. Tras desaparecer Pedro, Herodes “procesó a los guardias y mandó ejecutarlos (Hech. 12,1-20).

Herodes Agripa I (10 a.C./44 d.C.) fue amigo, desde su juventud en Roma y Capri, de Cayo Calígula; éste, tras suceder a Tiberio, le otorgó en el año 37 las tetrarquías de Filipo y de Lisanias y el título de rey, y en el 40 la tetrarquía de H. Antipas. En el 41, estando H. Agripa en Roma, contribuyó al morir Calígula a que el nuevo emperador fuese Claudio, quien le otorgó Samaría y Judea.

Al perseguir a los cristianos y ejecutar a Santiago, el rey quiso hacerse perdonar su pasado entre paganos, atraer a las élites de Israel y afianzar su reinado en la capital: no mostró su judaísmo fuera de Jerusalén “al erigir estatuas a sus hijas en Cesarea, ciudad mayoritariamente pagana; ni al acuñar monedas con su imagen o con las del emperador; de ello se deduce que, probablemente, todas las concesiones de Agripa al fariseísmo fueron más cuestión de política que de convencimiento, en cuyo caso tal conducta daría fe de su verdadera condición de descendiente de Herodes el Grande” (E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús).

¿Qué fue del cuerpo del Apóstol?

Sería extraño que -de haberlo autorizado el rey- no hable de su entierro san Lucas, que sí dijo, tras la muerte de Esteban, que unos varones piadosos lo “enterraron e hicieron gran duelo por él ”(Hech. 8, 2).

En el Derecho romano vigente, del cuerpo del ejecutado disponía la autoridad que había ordenado su muerte que, en casos de especial gravedad, solía prohibir la sepultura (Mª Amparo Mateo, Summa supplicia, escenarios, formas y acciones de la muerte en los martirios cristianos). Como en el proceso a Jesús, Pilato había declarado su inocencia, tuvo sentido que autorizase su entierro ( Jn. 19, 38). Pero H. Agripa había resuelto la detención, proceso y ejecución de Santiago, conocía las penas de prohibición de sepultura -la romana y la del Deuteronomio (Deut, 28, 26)- y mostró un desmedido rigor al ordenar la ejecución de los dieciséis guardias encargados de vigilar a Pedro.

Años después de la muerte de Santiago, su hermano Juan recordó la temible pena, sufrida por dos mártires de Cristo en Jerusalén,“ Y gentes de los pueblos, razas, lenguas y naciones, contemplarán sus cadáveres tres días y medio: no está permitido sepultar sus cuerpos ” (Apoc. 11, 7-10).

Si el rey prohibió entregar el cuerpo de Santiago, ¿sus familiares habrán renunciado a su rescate y entierro, aún lejos de su tierra, pero libre del poder herodiano y en lo posible del control romano? Tobit recordaba: “si veía el cadáver de alguno de mi raza arrojado extramuros, le daba sepultura; cuando supe que el rey tenía informes acerca de mí y de que me buscaba para matarme, tuve miedo y escapé” (Tob.1, 18-20).

Catálogos apostólicos de los siglos VI al VIII refieren el traslado del cuerpo de Santiago, con variantes sobre el destino: Marmárica, punta de la Marmárica…; manuscritos del siglo IX del De ortu, lo sitúan en la punta de la armórica, antigua región con un finisterre occidental; en un manuscrito de la Biblioteca Casanatense figura una translatio Sancti Iacobi Apostoli in Galliam, provincia en la que san Efrén situó la misión de Santiago. ¿Vestigios de tradiciones sobre el entierro del Apóstol en un extremo occidental y sobre la temprana universalidad en la expansión vangélica?

Traslación a España

El Martirologio de Floro de Lyon (entre 808 y 838) refiere para el VIII de las Kalendas de agosto (25 de julio), “el nacimiento (para el Cielo) del bienaventurado Apóstol Santiago, hermano de Juan Evangelista, degollado por el rey Herodes en Jerusalén, como enseñan los Hechos de los Apóstoles. Los sagrados huesos de este Apóstol, trasladados a España y guardados en los últimos de sus confines, es decir, frente al mar Británico, son venerados por la muy célebre piedad de aquellas gentes”.

El escrito más antiguo que habla expresamente del cuerpo de Santiago en Galicia es la carta de Alfonso III, del año 906; unos mensajeros de Tours habían solicitado la mediación del obispo de Iria para que el rey les comprase una corona, y pedían información sobre la tumba del Apóstol.

El rey les escribió: “Tened por muy cierto que tenemos el sepulcro de Santiago Boanerges, el degollado por Herodes, en Archis Marmoricis, en la provincia de Galicia. Gobernados por la mano del Señor, como se refiere en muchas verídicas historias, fue llevado en una nave hasta allí, donde su cuerpo fue sepultado…/…Como habéis preguntado qué distancia hay desde el Océano al Sepulcro o en qué lugar está situado, sabed que desde el mar hasta el lugar donde, gobernados por el Señor, llegó la nave, lugar llamado Bisria, hasta la antigua sede Iriense, iglesia de santa Eulalia, hay diez millas y después, hasta su glorioso sepulcro, hay doce millas.”(Juan J. Cebrián Franco. Los relatos de la traslación de los restos del Apóstol Santiago a Compostela).

Los restos del Apóstol tuvieron que mantenerse ocultos: no se reconoció el cristianismo como religio licita hasta el año 324; en el siglo V los suevos atacaron en Galicia los monumentos cristianos; con Leovigildo, nueva persecución; tras la conversión de Recaredo- entre los años 586 y 587- y antes del año 612, el De ortu et obitu patrum de san Isidoro de Sevilla, habla de Santiago, de su predicación en España y de su sepultura.

La invasión islámica del 711 sumiría de nuevo a España en la inseguridad. Pero, durante las persecuciones, y tras ellas, debió de persistir en familias cristianas recuerdos sobre la antigua tumba junto a la cual se habían enterrado sus antepasados.

El mausoleo de Santiago

En dos documentos medievales (Traslatio de Gembloux, y Códice Calixtino), se dice que, para inhumar el cuerpo del Apóstol en Galicia, sus amigos pidieron a una matrona el templo dedicado a un ídolo; en realidad, un mausoleo de la dama Atia dedicado a su nieta Viria, como se grabó en la lápida funeraria reutilizada como ara de un primitivo culto jacobeo.

Tras inicial negativa, la dama cedió para entierro del Apóstol parte del mausoleo; era un edículo rectangular como los datados en la Roma del siglo I, de 6, 41 por 4,69 metros, de dos pisos: el superior, en el que se halló la lápida, y la cripta, a la que se descendía desde la estancia de arriba. Posteriormente se enterraron allí dos amigos del Apóstol, Atanasio y Teodoro (Breviario de Évora y Códice Calixtino).

El profesor Enrique Alarcón considera que la inscripción que figuraba en la lápida -DMS-, con lectura pagana D(iis) M(anibus) S(acrum), era susceptible de versión cristiana: D(eo) M(aximo) S(acrum). Y en la inscripción de la piedra que cierra la fenestella del muro norte del sarcófago, traducida del griego por Atanasio mártir, descubrió la grafía hebrea Yacob, con lo que resulta la siguiente inscripción: INMORTAL MÁRTIR SANTIAGO.

En el año 829, Alfonso II declaró que “las prendas de este Apóstol Bienaventurado, es decir, su santísimo cuerpo, ha sido revelado en nuestro tiempo. Lo que, habiéndolo yo oído, acudí con los magnates de nuestro palacio a rezar y venerar, con gran devoción y ruegos, tan precioso tesoro, y a proclamarle Patrono y señor de toda España”. El Cronicón Iriense relata que, tras serle revelado el sepulcro de Santiago al obispo de Iria Teodomiro, éste se lo comunicó al rey Alfonso.

El obispo hubo de contar con una venerable tradición local y comprobar la existencia de vestigios claros que acreditasen la identidad del santo.

La región donde se hallaba el mausoleo contaba con las más antiguas raíces cristianas del reino.“En el siglo VI había en la Gallaecia sueva 134 localidades rurales con iglesias adscritas a 13 diócesis, de las que 5 se hallaban en el territorio que, rodeando a la tumba, corresponden a la Galicia actual mientras que en el resto de extensa franja de tierras que forman la cornisa cantábrica – el actual País Vasco, Cantabria y Asturias – no había existido en toda la época visigoda ni una sola sede episcopal…(José Orlandis, Algunas consideraciones en torno a los orígenes cristianos en España). Lo que se sabe sobre el pasado del lugar se ha inquirido más por descubrimientos arqueológicos que por documentos antiguos. Se encontraba próximo a una mansión viaria de tiempos del imperio romano, a 20 kms al norte de Iria y a 260 mts sobre el nivel del mar. En torno al mausoleo dedicó Alfonso II al Apóstol la primera basílica, con mampostería de piedra y argamasa de barro, de una nave de 20 metros por 8, e instituyó, dentro del ámbito de tres millas en torno al sepulcro, un señorío a favor de la nueva iglesia. Contiguo a la basílica se consagró un monasterio para que sus monjes garantizasen allí un culto permanente. El 6 de mayo del año 899 se consagró una nueva basílica, de 24 x 14 mts, de tres naves, construida a iniciativa de Alfonso III quien, en el año 910, peregrinó a Compostela.

Desde el mismo siglo IX, tras la llegada al lugar de Teodomiro y de Alfonso II y sus acompañantes, habían comenzado a llegar peregrinos, inicialmente hispanos, pero pronto francos, germanos y de regiones más distantes. Vendrían santos, como Domingo de Guzmán, Francisco de Asís, Isabel de Portugal o Juan Pablo II; reyes, como Luis VII de Francia, Alfonso IX o los Reyes Católicos; prelados, como Guillermo de Reims, Guillermo II de Burdeos o Godofredo de Nantes; y multitud de personas, recordadas en las crónicas o anónimas.

En el verano del año 997 Almanzor y sus tropas hallaron Compostela desierta, pues el obispo había aconsejado al pueblo su refugio cerca del río Tambre; aquel santo (Pedro de Mezonzo, 930/1003), en torno al año 1000, ultimó la Salve Regina Mater.

El primer Año Santo Compostelano

Diego Peláez, promovido por Sancho II como prelado de Iria, ante el aumento de peregrinos, inició, en 1075, el proyecto y construcción con 50 canteros y los Maestros Bernardo, Roberto y Esteban de una catedral. Urbano II trasladó la sede episcopal de Iria a Compostela (bula Veterum synodalium 1095), elevada a metropolitana por Calixto II (1120); este Papa concedió a Diego Gelmírez la dignidad arzobispal y le autorizó la celebración del primer Año Santo Compostelano (1121). Fue Gelmírez quien impulsó la Historia Compostelana, una de las mejores crónicas de su tiempo, y las obras en la catedral: en una de ellas, como el edículo apostólico impedía a los fieles ver el altar, Gelmírez decidió desmontar el oratorio superior y cubrir el espacio con un piso sobre el que se asentó el altar mayor. La consagración de la catedral románica tendría lugar, en el pontificado de Pedro Muñiz, el 3 de abril de 1211, con asistencia del rey Fernando II.

Subiendo hoy hasta la fachada principal está el Pórtico de la Gloria, su vestíbulo -de 17 metros de ancho por 4, 50 de fondo-, embellecido por la obra cumbre de la escultura románica: una magna imagen de Cristo preside las Iglesias triunfante y militante; debajo, la imagen sedente de Santiago porta báculo y cartela: misit me Dominus. El Magistrum Matheum firmó en 1188 en la arcada central como director de los trabajos realizados desde antes de 1168. Estaba flanqueada por dos torres que constituyen el cuerpo inferior de las dos actuales barrocas: sobre la torre del Sur elevó en el siglo XVII José de la Peña su nuevo cuerpo y, en el XVIII, Fernando de Casas alzó nueva torre y completó la imponente fachada del Obradoiro.

La de Las Platerías es la única fachada que se conserva totalmente románica; en ella, con riqueza de imágenes, el Maestro Esteban trató de representar la humildad de la Encarnación y la gloriosa Resurrección de Cristo. A la derecha de las Platerias se eleva la torre Berenguela o del Reloj: sobre el cubo gótico del siglo XIV se alza el superior, debido a la maestría de Domingo de Andrade (1676/1680); desde lo alto de la bella torre barroca, se contempla la plaza de la Quintana, en cuyo subsuelo yacía el antiguo cementerio, contiguo al lugar donde descansa el cuerpo del Apóstol. En muro románico se abre la Puerta Santa durante los Años Santos (en los que el 25 de julio cae en domingo). La fachada y la plaza de la Azabachería -se llamó en la Edad Media Paraíso– ocupan el atrio norte de la catedral, donde finalizaba el camino más recorrido por los peregrinos medievales. Sobre un pedestal, una imagen simboliza la Fe; bajo la imagen del Apóstol peregrino, representan sendas imágenes a Alfonso III y Ordoño II.

Durante el ataque de Francis Drake a Coruña en 1589, temiendo su irrupción en Compostela, el arzobispo Juan de Sanclemente (1587/1602), autorizó se ocultasen las reliquias fuera de la tumba.

En el siglo XIX, durante el desarrollo de unas obras en el pavimento del altar mayor, se halló en el subsuelo un osario con huesos humanos, que parecían ser las reliquias ocultadas en el siglo XVI. Tras las investigaciones, informes y clasificación de reliquias, el 12 de marzo de 1883 el arzobispo Miguel Payá declaró su autenticidad y decidió elevar lo actuado a León XIII. Mediante la Bula Deus Omnipotens de 1 de noviembre de 1884, el Papa confirmó lo declarado por el arzobispo de Santiago de Compostela y proclamó el año 1885 Año Santo Extraordinario.

Las excavaciones desarrolladas en la catedral entre 1946 y 1959, llevaron al descubrimiento de una necrópolis con tumbas del período romano (siglos I al IV) y del suevo- visigótico (siglos V al VII). Donde la historia no registró una población humana, sí lo logró el trabajo de los arqueólogos. 

El autorÁngel María Leyra

*In memoriam

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