Tras dos ejemplares históricamente importantes pero perdidos, el Papa Francisco ha decidido donar una nueva Rosa de Oro al icono de la Salus Populi Romani que se venera en la Basílica de Santa María la Mayor, a la que el Pontífice argentino está muy unido, tanto que la visita desde el día siguiente a su elección, al inicio y al final de cada viaje al extranjero, o al final de las estancias hospitalarias.
El homenaje tendrá lugar en la tarde del próximo viernes 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, antes de que el Papa acuda -como siempre ha sido su tradición, incluso durante el trágico momento de la pandemia- a presentar sus respetos a la estatua de la Virgen en la plaza Mignanelli, junto a la Escalinata de España.
Un vínculo milenario
«Después de 400 años, el Pontífice ha querido dar un signo tangible de su devoción al venerado icono», se lee en una nota de la Basílica de Santa María la Mayor, «reforzando el vínculo milenario entre la Iglesia católica y la ciudad de Roma».
De hecho, ya hay dos Rosas atribuidas a la Salus Populi Romani: la primera fue donada por el Papa Julio III en 1551 y la segunda por el Papa Pablo V en 1613. El primer pontífice estaba muy apegado a la Basílica, hasta el punto de que celebró su primera misa en el altar del Pesebre. Pablo V, por su parte, lo donó con motivo del traslado del Icono de la Virgen a la nueva Capilla Paulina, erigida expresamente para albergarlo y donde aún se conserva hoy. De ambas Rosas no queda rastro, y se supone que se perdieron en 1797 (Tratado de Tolentino), tras la invasión napoleónica de los Estados Pontificios.
Comentando el regalo, el comisario extraordinario de la basílica de Santa María la Mayor, monseñor Rolandas Makrickas, calificó el del Santo Padre de «gesto histórico» que confirma el vínculo del Pontífice «con la Madre de Dios». Además, a través de él «el pueblo de Dios se fortalecerá aún más en su vínculo espiritual y devocional con la Santísima Virgen María».
El Rosario por la Paz
Al final del mes mariano del año pasado, el Papa Francisco eligió la Basílica de Santa María la Mayor para rezar el Rosario de la Paz -especialmente por la atormentada Ucrania- ante el Icono de la Salus Populi Romani, junto a los santuarios de varios países del mundo conectados por streaming.
Y en esa ocasión invocó: «concede el gran don de la paz, que cese pronto la guerra, que desde hace décadas asola diversas partes del mundo». Y de nuevo: «intercede por nosotros ante tu Hijo, reconcilia los corazones llenos de violencia y venganza, endereza los pensamientos cegados por el deseo de enriquecimiento fácil, haz que tu paz reine sobre toda la tierra».
Palabras desgraciadamente actuales, que siguen reclamando la intervención de la oración.
El homenaje a la Inmaculada Concepción
No cabe duda de que el Papa lo mencionará también ante la imagen de la Inmaculada Concepción de la plaza Mignanelli, que visitará el 8 de diciembre por la tarde.
Una tradición puramente «romana» que el Pontífice nunca ha querido perderse. El año pasado seguía siendo Ucrania el centro de su pensamiento: «Me hubiera gustado traeros hoy el agradecimiento del pueblo ucraniano por la paz que pedimos al Señor desde hace tanto tiempo. En cambio, todavía tengo que traeros la súplica de los niños, de los ancianos, de los padres y de las madres, de los jóvenes de esa tierra atormentada que tanto sufre».
Hoy, por desgracia, se añade el pensamiento por Tierra Santa, trágicamente afectada por un conflicto repentino y al mismo tiempo desproporcionado que está cosechando miles de víctimas inocentes. Que una vez más: «sobre el odio venza el amor, sobre la mentira venza la verdad, sobre la ofensa venza el perdón, sobre la guerra venza la paz». Una esperanza que ahora se convierte en una necesidad absoluta para el mundo entero.