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La Misericordia y la Madre Teresa

El 4 de septiembre del Año Jubilar de la Misericordia será canonizada la Madre Teresa de Calcuta. Nacida en Albania con el nombre de Agnes Gonxha Bojaxhiu, su vida está ligada a la India, donde fue ejemplo de misericordia y fundó la Congregación de las Misioneras de la Caridad.

Brian Kolodiejchuk·4 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos

Me gustaría compartir algunas reflexiones (aunque no todo lo que podría decirse) sobre cómo la Madre Teresa entendió y vivió la misericordia del Señor en su vida y en su obra. Las obras apostólicas de la familia de las Misioneras y Misioneros de la Caridad son, precisamente, las obras de misericordia tanto corporales como espirituales.

El Papa Francisco dice que el significado etimológico de la palabra latina misericordia es miseris cor dare, ‘dar el corazón a los míseros’, a los que tienen necesidad, a los que sufren. Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su Corazón a la miseria del hombre”.

Nótese que la misericordia implica tanto el interior como el exterior: el corazón y luego mostrar la misericordia del corazón en acción, o como a la Madre Teresa le gustaba decir, mostrar “amor en viva acción”.

En Misericordiae Vultus (el documento oficial donde se establece el Jubileo de la Misericordia), el Papa Francisco dice que la misericordia es “la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona, cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida”. El Papa continúa diciendo que su deseo es “que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona, llevando la bondad y la ternura de Dios”. Esto implica que nuestra actitud no sea de “arriba hacia abajo”. Que no nos sintamos superiores a los que servimos, sino más bien que nos consideremos parte de los pobres, identificados con ellos, en su nivel.

El Papa emérito Benedicto nos recuerda esto en su carta encíclica Deus Caritas Est, 34: “La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona”.

Un maravilloso ejemplo de esto

“Su corazón” (de la Madre Teresa), dijo la Hermana Nirmala, sucesora inmediata de la Madre Teresa, “era grande como el corazón de Dios mismo, lleno de amor, afecto, compasión y misericordia. Ricos y pobres, jóvenes y ancianos, fuertes y débiles, sabios e ignorantes, santos y pecadores de todas las naciones, culturas y religiones encontraron una acogida cariñosa en su corazón, porque en cada uno de ellos, Madre Teresa vio el rostro de su amado Jesús”.

Al igual que la Madre Teresa, antes de mostrar misericordia a los demás debemos reconocer nuestra propia miseria y nuestra necesidad de misericordia. El último libro de la Biblia tiene estas palabras: “Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’; y no sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:17). A esto le podemos llamar, la “Calcuta del corazón”, la “Calcuta de mi propio corazón”.

La Hermana Nirmala nos dice que “la Madre estaba convencida de su pobreza y pecado, pero confió en el amor tierno y misericordioso de Jesús. […] La Madre siempre sintió la necesidad de la misericordia de Dios –qué misericordioso es Dios al regalarnos todas estas cosas que nos ha dado–, y así, ella era agradecida con Dios”. La misma Madre Teresa dijo: “Jesús, quien nos ama a cada uno de nosotros tiernamente, con misericordia y compasión, obra milagros de perdón”.

Siguiendo a san Pablo podemos distinguir tres etapas en el reconocimiento de nuestra debilidad y pobreza interior. El primer paso es reconocer nuestra debilidad, pobreza, vulnerabilidad y quebranto. En segundo lugar, que podamos aceptar nuestra debilidad. Finalmente, que incluso lleguemos a gloriarnos en ello.

A medida que maduramos espiritualmente vamos adquiriendo poco a poco desconfianza total en nosotros mismos y ganamos confianza absoluta en Dios. Como nos dice el padre Jean-Pierre de Caussade, “esta desconfianza completa de nosotros mismos y confianza en Dios, nos lleva a esa ‘humildad interior’ que es la base permanente del edificio espiritual, y la principal fuente de las gracias de Dios para el alma”.

La humildad extraordinaria de la Madre Teresa se demostró en su actitud pronta para perdonar y olvidar. Este fue un reflejo de la misericordia y el perdón del Maestro que “no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9, 13).

La Madre Teresa poseía una enseñanza muy profunda y práctica sobre el perdón y el olvido: “Necesitamos mucho amor para perdonar y necesitamos mucha humildad para olvidar, porque el perdón no es completo a menos que también olvidemos. […] Y mientras no olvidemos, en realidad no hemos perdonado totalmente. Y esta es la parte más hermosa de la misericordia de Dios. No sólo perdona sino que también olvida, y nunca trae el tema otra vez, al igual que el padre (en la parábola) que nunca le reprochó al hijo. Ni siquiera le dijo: olvídate de tus pecados, olvida el mal que has hecho… Y el Padre mismo corrió con alegría. Estos son ejemplos vivos y maravillosos que debemos compartir”.

La misma Madre Teresa puso en práctica esta enseñanza. Uno de sus conocidos había hecho algo muy malo y tenía dificultad para enfrentar su culpa y su vergüenza. Así que le contó a la Madre Teresa toda la historia. Esta persona relató: “Madre preguntó primero si alguien sabía de esto y le dije que sólo el sacerdote que había escuchado mi confesión. Madre me miró con tanto amor y tanta ternura en sus ojos… Ella dijo: ‘Jesús te perdona y Madre te perdona. Jesús te ama y Madre te ama. Jesús sólo quería mostrarte tu pobreza. Ahora, cuando alguien venga a ti con lo mismo, tú tendrás compasión por esa persona’. Le pedí a la Madre Teresa que no se lo dijera a nadie, y ella, tiernamente, prometió que no lo haría. Nunca me preguntó: ¿por qué lo hiciste? ¿Cómo pudiste hacer eso? Ni tampoco dijo: ¿no te da vergüenza? Causaste gran escándalo. Ni siquiera me dijo: no lo vuelvas a hacer”.

Como sabemos, en el Sacramento de la confesión nos encontramos directa y personalmente con la misericordia de Dios.

La Madre Teresa se acercaba al sacramento de la Reconciliación con fidelidad y regularidad, incluso durante sus frecuentes viajes. “Incluso mientras viajaba de casa en casa, Madre se mantenía fiel a su confesión semanal y prefería hacerlo con el confesor ordinario de cada comunidad donde iba a estar”, explica la Hermana Nirmala. Para la Madre Teresa la confesión no era un hábito o rutina, sino que cada vez era un encuentro nuevo con la misericordia y el amor de Dios. Entendía muy bien la importancia de la confesión.

En una ocasión dijo: “El diablo odia a Dios. Y ese odio en acción nos está destruyendo, haciéndonos pecar, haciéndonos participar de ese mal, para que también nosotros compartamos ese odio y (éste) nos separe de Dios. Pero es ahí donde llega la misericordia maravillosa de Dios. Sólo tienes que dar marcha atrás y decir lo siento. Ese es el hermoso regalo de la confesión. Vamos a confesarnos como un pecador con pecado y salimos de la confesión como un pecador sin pecado. Esa es la tremenda, tremenda misericordia de Dios. Siempre perdonando. No sólo perdonando, sino amando…, delicadamente, amorosamente, pacientemente. Y esto es lo que el diablo odia en Dios, la ternura y el amor de Dios para el pecador”.

Obras humildes

Volviendo ahora a nuestra forma de demostrar la misericordia en acción, la Madre Teresa quería que las obras materiales y espirituales de misericordia se llevaran a cabo como “obras humildes”. Ella no quería hacer “cosas grandes”, sino “obras humildes” con gran amor.

Una vez alguien le hizo una pregunta a Madre Teresa: “Cuando usted dice pobreza, la mayoría de la gente piensa en la pobreza material”. La Madre Teresa respondió: “Es por eso por lo que hablamos de los no deseados, los no amados, los descuidados, los olvidados, los que están solos… Esta es una pobreza mucho mayor, porque la pobreza material siempre se puede satisfacer con lo material. Si recogemos un hombre con hambre de pan, le damos el pan y ya hemos saciado su hambre. Pero si nos encontramos con un hombre terriblemente solo, rechazado, descartado por la sociedad…, la asistencia material no le ayudará. Puesto que para eliminar esa soledad, para eliminar ese terrible dolor, necesita oración, necesita sacrificio, necesita ternura y amor. Y eso es, muy a menudo, más difícil de dar que las cosas materiales. Esa es la razón por la que hay hambre no sólo de pan, sino que también hay hambre de amor. La desnudez no es sólo la falta de un pedazo de ropa; hay desnudez por la pérdida de la dignidad humana. Y la falta de vivienda no es sólo no tener una casa donde dormir, es estar sin hogar, ser rechazado, no deseado, un descartado de la sociedad”.

El entrevistador continuó: “La hemos visto a usted y a las Hermanas haciendo para los niños estas cosas tan pequeñas y con tanta ternura; simplemente en la forma de tratarlos. Y fue muy inspirador, ¿podría hablar de eso?”. La Madre Teresa respondió: “No es lo mucho que hacemos, o lo grande que son las cosas, sino cuánto amor ponemos en lo que hacemos. Porque somos seres humanos, la acción nos parece muy pequeña, pero una vez que se ha entregado a Dios, Dios es infinito y esa pequeña acción se eleva, se convierte en una acción infinita. Porque Dios es infinito, no existe medida para Dios, así como tampoco existe el tiempo para Dios. Dios es; Dios nunca podrá convertirse en fue. Así mismo, el amor de Dios es infinito, está lleno de ternura, lleno de misericordia, lleno de perdón, lleno de bondad, lleno de consideración. Basta meditar en las cosas que Dios piensa de antemano para nosotros, siendo así que es sorprendente cómo Él, que tiene el mundo entero, el cielo y la tierra en que pensar y, sin embargo, es tan particular en las cosas sencillas, cosas pequeñas que pueden llevar alegría a alguien. Él inspira a una persona para darle esa alegría a otra persona, a alguien que lo necesita.

Esa es la acción de Dios en el mundo, el amor de Dios en acción. Y hoy Dios ama al mundo a través de nosotros. De la misma forma que Él envió a Jesús para demostrar al mundo, lo mucho que lo ha amado. Y hoy Cristo nos está utilizando, a nosotros, a ti. Él quiere tratar de demostrar al mundo que Él es, y que Él ama al mundo, y que somos muy valiosos para Él. Como dijo Isaías, ‘eres precioso para Él, te he llamado por tu nombre; tú eres mío. El agua no te ahogará. El fuego no te quemará. Voy a renunciar a las naciones por ti; eres muy valioso para mí; te amo’. Y esa ternura del amor de Dios, y su compasión y misericordia y su perdón, son tan bellamente expresados cuando dijo que ‘incluso si una madre puede olvidarse de su niño, Yo no voy a olvidarme de ti. Te he labrado en la palma de mi mano’. Sólo piensa que cada vez que tú, que nosotros, llamamos a Dios, ahí estamos en su palma y nos mira, tan de cerca, con tanta ternura, con tanto amor. Esto es oración”.

La Madre Teresa, a lo largo de su vida tuvo sus críticos. Eran individuos o grupos que trataban de oponerse a su misión o a sus planes por diversas razones. Ella nunca consideró a ninguno de ellos como su enemigo, ni jamás se ofendió. Su deseo de ser una con Jesús nos ofrece una clave para entender su propia actitud hacia las personas que, en lo que se refiere a sus acciones, podrían fácilmente calificarse como “enemigos” potenciales en su forma de verlos. En una meditación que escribió para sus hermanas, la Madre Teresa explica: “Vean la compasión de Cristo hacia Judas. El hombre que recibió tanto amor, sin embargo, traicionó a su propio Maestro, el Maestro que guardó el ‘Silencio Sagrado’ y que no lo traicionaría con sus compañeros. Jesús pudo haber hablado con facilidad en público, como algunas de ustedes hacen, y dicho a los demás las intenciones ocultas y los hechos de Judas. Pero no lo hizo. Más bien mostró misericordia y caridad; y en vez de condenarlo, lo llamó ‘amigo’. Y si Judas, hubiera mirado a los ojos de Jesús como lo hizo Pedro, hoy Judas sería el fruto de la misericordia de Dios. Jesús siempre tuvo compasión”.

Por más grande que fuera la fe de la Madre Teresa, ella siempre fue consciente de que era la gracia de Dios obrando en su vida. Consideraba una gracia de Dios el ser capaz de aceptar la gracia y reconoció la acción de Dios en su vida. Decía: “Debo saber lo que Dios ha hecho por mí. Su gran amor por mí es lo que me mantiene aquí. No mi mérito. La respuesta debe ser la convicción: es la misericordia y la gracia de Dios”.

Termino con una reflexión hecha por Eileen Egan, una amiga muy cercana de la Madre Teresa desde la década de los sesenta: “La Madre Teresa le tomó la palabra a Jesús y lo aceptó con amor incondicional en aquellos con quien Él eligió identificarse. Con el que tiene hambre,  con el desamparado, con el que sufre. Ella los envolvió en la misericordia. Misericordia, después de todo, es sólo amor bajo el aspecto de necesidad, el amor que va al encuentro de las necesidades de la persona amada. ¿No pudiera cambiar poderosamente la vida en nuestros tiempos para bien si millones de sus seguidores le tomaran la palabra a Jesús?”.

El autorBrian Kolodiejchuk

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