La invitación de Francisco a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur había sido la de no perder la «confianza» y alimentar la «esperanza» de que se produjera un encuentro, tan pronto como las condiciones lo permitieran.
Era el 2 de julio, día en que el Papa tenía previsto partir, hasta el 7 de julio, «para una peregrinación de paz y reconciliación» en aquellas tierras, que luego fue aplazada para permitir el tratamiento de rodilla al que el Papa se estaba sometiendo en ese momento.
«¡No os dejéis robar la esperanza!», pidió entonces Francisco en un videomensaje dirigido a esas poblaciones, en el que expresó su pesar «por haberme visto obligado a aplazar esta visita tan deseada y esperada».
A ellos confió, pues, la gran misión de «pasar página para abrir nuevos caminos» de reconciliación, perdón, coexistencia pacífica y desarrollo. Y a esas tierras había enviado el Papa al cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, para «preparar el camino».
El momento ha llegado: el martes 31 de enero, comienza oficialmente la visita del Santo Padre a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur.
Durante un encuentro promovido esta mañana en Roma con una treintena de periodistas vaticanos, se ha podido escuchar el testimonio del padre Anselme Ludiga, sacerdote congoleño de la diócesis de Kalemie-Kirungu (antiguo párroco de San Juan María Vianney en Kala), y del padre Alfred Mahmoud Ambaro, sacerdote sursudanés de la diócesis de Tombura-Yambio y párroco de María Auxiliadora en la ciudad de Tombura.
Sudán del Sur, ansiando la paz
El padre Alfred, que lleva cuatro años en Roma y es licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia Salesiana, recordó «el drama de la guerra y la consecuente emergencia humanitaria en Sudán del Sur, tanto que llevó al Papa a convocar a las máximas autoridades religiosas y políticas sursudanesas junto con el arzobispo de Canterbury a Casa Santa Marta en abril de 2018 para un retiro espiritual ecuménico».
El presidente Salva Kiir y los vicepresidentes designados, entre ellos Rebecca Nyandeng De Mabior, viuda del líder sursudanés John Garang, y Riek Machar, líder de la oposición, acudieron al Vaticano. «Aquellos días fueron coronados por el gesto inédito e impactante del Papa de ponerse de rodillas -continuó el padre Alfred- al final de un discurso en el que imploró el don de la paz para un país desfigurado por más de 400.000 muertos, y luego besó los pies de los líderes de Sudán del Sur. «Que se apague de una vez por todas el fuego de la guerra», dijo el Pontífice, reiterando una vez más su deseo de visitar el país.
12 millones de habitantes de Sudán del Sur, el actual presidente es católico, al igual que la inmensa mayoría de los ciudadanos, en su mayoría pastores y agricultores. Seis diócesis, una archidiócesis, todos los obispos están debidamente nombrados.
Estas son algunas de las cifras que ha recordado el padre Alfred Mahmoud Ambaro, no sin antes llamar la atención sobre el hecho de que «Sudán del Sur se separó de Jartum con el referéndum de 2011, tras casi cincuenta años de guerra».
El tratado de paz entre los dos Estados marcó un hito en la separación de la región meridional de Sudán. A un periodo transitorio de cinco años, durante el cual Juba habría disfrutado de una amplia autonomía, debía seguir el referéndum de autodeterminación, en el que el 98,83% de los votantes se pronunciaron a favor de la secesión.
El nuevo Estado está paralizado no sólo por el conflicto, sino también por una hambruna prolongada, que ha causado 2 millones de muertos y 4 millones de refugiados y desplazados. La infraestructura está casi completamente destruida. A esto se añade un Estado del bienestar débil que tiene que hacer frente a diversas emergencias humanitarias. De ahí los conflictos étnicos que estallaron entre 2012 y 2013, especialmente en la región de Jonglei.
Económicamente, el petróleo constituye el 98% de los ingresos de Sudán del Sur». Con la desintegración del Gran Sudán, el 85% de las reservas de crudo quedaron en el Sur, pero los únicos oleoductos utilizables son los que atraviesan el Norte.
La disputa por el «derecho de paso», por el que Jartum exigía un precio elevado, llevó al gobierno del Sur a interrumpir la extracción desde enero de 2012 hasta marzo de 2013, cuando se reanudó tras un nuevo acuerdo con Jartum.
Aún hoy -añade el P. Alfred- persisten las escaramuzas entre grupos étnicos. En política, se reflejan en las tensiones entre el Presidente Salva Kiir Mayardit (dinka), el Vicepresidente Riek Machar Teny Dhurgon (nuer) y el líder de la oposición Lam Akol Ajwin (shilluk).
En agosto de 2022, EE.UU. decidió poner fin a la ayuda a los mecanismos de supervisión del proceso de paz en Sudán del Sur precisamente por la incapacidad de los líderes nacionales de encontrar acuerdos para aplicar sus compromisos internacionales».
La esperanza es que el Papa Francisco, concluyó el padre el sacerdote sursudanés, pueda responder a las expectativas suscitadas por el mismo lema elegido para su viaje, y tomado del Evangelio de Juan: «Rezo para que todos sean uno» (Juan 17).
El logotipo contiene la paloma, el contorno del mapa de Sudán del Sur con los colores de la bandera, la cruz y dos manos entrelazadas. Todas las imágenes simbólicas. Sobre los contornos del mapa del país aparece la paloma, portando una rama de olivo para representar el deseo de paz del pueblo sudanés. Debajo de la paloma están los contornos del mapa de Sudán del Sur con los colores de la bandera. En el centro, dos manos entrelazadas para representar la reconciliación de las tribus que forman una nación. Por último, la cruz, representada a la derecha, para representar la herencia cristiana del país y su historia de sufrimiento.
La Iglesia del Congo, regada por el martirio
Por su parte, el padre Anselme Ludiga, estudiante de Comunicación en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, compartió algunas reflexiones sobre el viaje apostólico a la República Democrática del Congo, mencionando en primer lugar los acontecimientos históricos relacionados con la evangelización del país, que «se remonta a finales del siglo XV cuando, en mayo de 1491, los misioneros portugueses bautizaron al soberano del reino del Kongo, Nzinga Nkuwu, que tomó el nombre cristiano de Joao I Nzinga Nkuwu. A su vez, la corte y los habitantes del reino se convierten a la religión del gobernante.
La capital kongo también cambió su nombre de Baji a San Salvador. En 1512, el reino del Kongo (antiguo nombre del país que más tarde se convertiría en el Congo) estableció relaciones directas con el Papa León X, tras enviar a Roma una delegación encabezada por el hijo del rey Alfonso, Enrique. Fue consagrado obispo titular de Utica por el Papa León X en 1518, convirtiéndose en el primer obispo del África negra.
Durante el siglo XVI, la labor misionera continuó en el Reino con la llegada en 1548 de cuatro jesuitas para abrir un colegio. El crecimiento de los católicos llevó a la Santa Sede a erigir la diócesis de San Salvador en 1585, seguida de la de Manza-Kongo a finales de siglo. Con la creación de la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe («de Propaganda Fide») en 1622, se dio un nuevo impulso a la misión en el reino del Kongo y en la vecina Angola, con el envío de una misión capuchina en 1645.
En 1774 comenzó la misión de los sacerdotes seculares franceses. Un revés para la acción misionera -subraya el padre Anselme- se produjo en 1834, cuando Portugal, a quien se había confiado la evangelización del Reino, suprimió las órdenes religiosas masculinas en las posesiones de ultramar y en la metrópoli.
La acción misionera se reanudó en 1865, cuando los Padres franceses del Espíritu Santo (Espiritanos) iniciaron su misión en el Reino. Con el inicio de la penetración belga, llegaron al Congo otras órdenes misioneras: Misioneros de África (Padres Blancos) en 1880; Misioneros de Scheut en 1888; Hermanas de la Caridad en 1891; Jesuitas, que regresaron por segunda vez en 1892.
La labor misionera dio sus frutos: en 1917 se ordenó el primer sacerdote congoleño. En 1932 se celebró la primera Conferencia del Episcopado del Congo Belga. También se atribuye a la Iglesia Católica la fundación de la primera universidad del país, la Universidad Lovanium, abierta por los jesuitas en 1954 en Léopoldiville, actual Kinshasa. En 1957 se creó la primera facultad de teología de África.
En la década de 1950 se consolidó el clero local. En 1956 fue consagrado el primer obispo congoleño, monseñor Pierre Kimbondo. En 1959, monseñor Joseph Malula fue nombrado arzobispo de Léopoldiville y, diez años más tarde, cardenal.
En los años 70″, concluye su interesante y oportuno excursus histórico el P. Anselme Ludiga, «la Iglesia atravesó un periodo difícil a causa de la política nacionalista del Presidente Mobutu, que, en nombre de un retorno a la «autenticidad» de la cultura local, se oponía a la Iglesia católica, considerada como una emanación de la cultura europea.
La Iglesia reafirmó su misión y su inculturación en la sociedad local mediante el documento «L’Eglise au service de la nation zaïroise» en 1972 y, en 1975, el documento «Notre foi en Jésus Christ». Tras la nacionalización de las escuelas católicas, en 1975, la Conferencia Episcopal Congolesa publicó la «Déclaration de l’Episcopat zaïrois face à la situation présente» (Mobutu había cambiado el nombre del país por el de Zaire).
Las dos visitas del Papa Juan Pablo II, en 1980 y 1985, revitalizaron la comunidad católica local. La segunda visita del Papa Juan Pablo II tuvo lugar con ocasión de la beatificación de Sor Clementina Anuarite Nengapeta, martirizada en 1964.
En 1992-94, un importante reconocimiento del papel social de la Iglesia católica fue la atribución de la presidencia de la Conferencia Nacional Soberana para la Transición a un Sistema Democrático a Mons. Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kisangani y actual presidente de la Conferencia Episcopal del Congo.
Por último, algunos datos relacionados con la situación actual de la Iglesia católica: 90 millones de habitantes tiene hoy el Congo, más de la mitad son de fe cristiana. 48 diócesis, 6 provincias eclesiásticas, 44 obispos ordenados, más de 6000 sacerdotes.
Todos reconciliados en Jesucristo» es el lema del viaje a la República Democrática del Congo, cuyo logotipo ve al Papa en el centro de un mapa del país que reproduce los colores de la bandera. En el interior, algunos elementos de la biodiversidad de la tierra congoleña.
El mapa», explica el comité organizador, «está abierto hacia Occidente para mostrar la acogida que se da a este gran acontecimiento y los frutos que dará; además, los colores de la bandera, hábilmente distribuidos, son muy expresivos. El color amarillo, en todos sus aspectos, simboliza la riqueza del país: fauna y flora, terrestre y subterránea. El color rojo representa la sangre derramada por los mártires, como sigue ocurriendo hoy en día en la parte oriental del país. El color azul, en la parte superior, quiere expresar el deseo más ardiente de todo congoleño: la paz.