Puerto Rico nació cristiano hace más de quinientos años y ese nacimiento cristiano le hizo igualmente mariano desde sus inicios. El catolicismo puertorriqueño es esencialmente mariano desde sus orígenes. La devoción a María está enraizada en la historia de nuestra evangelización y las expresiones de nuestra piedad y cultura. En nuestro terruño tenemos unos 27 santuarios, aunque no todos erigidos canónicamente, de los cuales 15 tienen un título mariano.
A pesar de nuestro modesto tamaño, la geografía montañosa hizo que los partidos en que se dividió Puerto Rico en el s. XVI, luego pueblos erigidos a lo largo de la historia y territorios ultramarinos, estuvieran, desde el principio, sociológicamente aislados e incomunicados hasta el desarrollo de mejores vías de transporte y medios de comunicación en el s. XX. Tan es así que, a finales del siglo XIX, el entonces obispo, D. Juan Antonio Puig y Monserrat escribía a la Santa Sede que, entre los problemas pastorales más graves de su diócesis era que la mayoría de la población vivía en el campo y era muy difícil llegar a ellos para su atención espiritual.
La primera advocación
Los primeros colonizadores manifestaron su amor a María dando títulos marianos a parroquias, pueblos, ríos, a sus hijas, etc. En las crónicas de sus visitas a Puerto Rico Fray Iñigo Abbad (1774), Miyares González (1775), André Pierre Ledrú (1788) y don Pedro Tomás de Córdova (1831) testimonian la devoción a la Santísima Virgen que existía en el pueblo puertorriqueño: “Las ceremonias religiosas son muy numerosas en esta Isla, y particularmente las que se dedican al culto de María.”
La primera advocación mariana que llegó a nuestras playas, vino en manos del primer Obispo en llegar a América, D. Alonso Manso (llegado a San Juan el 25 de diciembre de 1512), fue la Virgen de Belén. Se le atribuye a esta advocación mariana el haber intervenido en la retirada de los holandeses en 1625, en la victoria sobre los ingleses en 1797 y en otras ocasiones.
En el siglo XVI en Hormigueros, pueblo al suroeste de la isla, Giraldo González fue salvado milagrosamente del ataque de un toro salvaje al implorar la ayuda de Nuestra Señora de la Monserrate. En agradecimiento y devoción a ella, construyó una ermita dedicada a María bajo esa advocación. Años más tarde, cuenta la crónica de Diego Torres Vargas, que una hija de Giraldo, se perdió en el bosque y quince días más tarde apareció en buena salud diciendo que durante esos días la había cuidado “una señora”, acontecimiento que se atribuyó también a la intercesión de nuestra Señora de La Monserrate. Desde fines del siglo XVI, tanto los cronistas como los historiadores, han recalcado la devoción mariana en este santuario donde “concurren los fieles de toda la isla a colgar los votos que han hecho para salvarse en las tempestades y trabajos; de estos votos se ven llenas las paredes, con algunos cuadros que representan los grandes peligros de que los ha liberado la piedad divina por la intercesión de esa Señora. Y estos isleños guiados de los mejores principios imitan devotos la piedad de sus padres, frecuentando este santuario a tributar a María gratitud sincera de los divinos beneficios que han conseguido por la intercesión de esta imagen”. Así se expresaba para 1782 Fray Iñigo Abbad.
Desde el siglo XVIII el Obispo Fernando de Valdivia y Mendoza dispuso que se declarara Santuario esta ermita que ha servido como lugar de encuentro del pueblo puertorriqueño con Jesús y María. Antes de la pandemia de este último año, este santo lugar era frecuentado por miles de peregrinos, que expresan su devoción con el rezo del santo rosario, el uso de hábitos, la presentación de exvotos, la ofrenda de flores y hasta subiendo de rodillas las escalinatas del santuario, a veces con trajes hechos de tela de saco, como penitentes y ofreciendo limosna a los pobres.
Riqueza de advocaciones
Otra advocación mariana presente en nuestra patria es la Virgen de Valvanera. Ante la epidemia del cólera en 1683 que azotó el pueblo de Coamo, Don Mateo García, reunió a los pocos que quedaban sin ser afectados y les dijo: “Habitantes de Coamo… la Santísima Virgen es Madre de misericordia. Si acudimos a ella con fe viva y verdadera piedad, seguramente Ella ha de remediar nuestros males…”. El pueblo con profunda de fe clamó por la ayuda divina ante la Madre de Dios, prometiendo levantar un templo en su honor, y celebrar todos los años el día 8 de septiembre una misa en honor de la Virgen de Valvanera. El milagro de fe ocurrió, el cólera detuvo su paso y la peste desapareció. Buena anécdota para lo que estamos viviendo en este último año con la pandemia del COVID.
La advocación de la Virgen del Carmen es una de las más celebradas en nuestro archipiélago. En nuestro pueblo, desde el siglo XVII, existió Cofradía de la Virgen del Carmen en la Catedral y el convento de monjas carmelitas (primero de la primitiva observancia de la Orden en América). Cuando los padres carmelitas llegaron a Puerto Rico en 1920, ya la devoción a la Virgen del Carmen estaba extendida y era favorita del pueblo puertorriqueño. La misma es querida y venerada como Patrona de nueve pueblos y su fiesta se celebra, no sólo donde ella es la patrona, sino a lo largo y ancho de nuestras costas y hasta en pueblos del centro de la isla, aunque se le suele relacionar con los marinos, pescadores y áreas costeras.
La advocación de María, Madre de la Divina Providencia, se origina en Italia en el s. XIII por san Felipe Benicio, SM, quien al ver la necesidad de los frailes de uno de sus conventos en Italia, imploró el auxilio de la Virgen y encontrando prontamente una canasta de alimentos a las puertas del mismo. Al no conocerse su proveniencia, elevó una oración de gratitud a la Virgen de la Providencia por contestar su ruego. La advocación se desarrolló y difundió por Europa hasta llegar a España de donde uno de sus devotos fue nombrado obispo de Puerto Rico a mediados del s. XIX. Así el 12 de octubre de 1851 el Obispo de Puerto Rico, D. Gil Esteve y Tomás, eligió este título Nuestra Señora de la Providencia como advocación de la Virgen para su diócesis y encargó a Barcelona, como exvoto, una imagen de ella. Esta petición obedece a que el obispo se encontró con una diócesis en gran dificultad pastoral y económica, por lo que su fe en la Providencia y en la intercesión de la Virgen, fue fundamental para enfrentar dicha situación. Su fe y tesón se manifestaron al lograr terminar la construcción de la Catedral en pocos años, así como enfrentar algunas situaciones pastorales.
La imagen de la Patrona
La imagen se entronizó en la catedral de San Juan el 2 de enero de 1853. En 1913 el Obispo D. Guillermo Jones, O.S.A., acuñó una medalla con la inscripción “Nuestra Señora de la Providencia, Patrona de Puerto Rico”. En 1969 Mons. Luis Aponte Martínez, nuevo Arzobispo de San Juan (primer arzobispo puertorriqueño), solicitó al Papa que Nuestra Señora, Madre de la Divina Providencia, fuera declarada canónicamente Patrona Principal de Puerto Rico. El 19 de noviembre del mismo año S. Pablo VI concedió esta petición. El 5 de diciembre de 1976 fue coronada canónicamente la imagen de la Patrona llegada en 1853. Con motivo de ésta los obispos del país publicaron la carta pastoral sobre María en el plan salvador de Dios. En la misma afirman que la fe de nuestro pueblo no puede comprenderse correctamente ni atenderse debidamente sin tener en cuenta la profunda devoción mariana que siempre la ha animado.
En su visita a Puerto Rico el 12 de octubre de 1984, san Juan Pablo II en la homilía de la misa recordó la multisecular devoción mariana de los puertorriqueños y exhortó a los fieles a construir el santuario dedicado a su Patrona. El 19 de noviembre de 1990, el Cardenal Luis Aponte Martínez bendijo la primera piedra del futuro santuario. El 19 de noviembre de 2000 se bendijo la Cruz monumental levantada en la plaza construida en los terrenos del futuro Santuario de Nuestra Señora de la Providencia. El 19 de noviembre de 2009 se recibe y expone públicamente la antigua imagen recién restaurada en Sevilla, con motivo del 40º aniversario de su patronato sobre Puerto Rico y para celebrar el cincuentenario del mismo se proclamó un año mariano del 19 de noviembre de 2019 al 2020. Durante el mismo, a pesar de la pandemia y después de superar las dificultades que trajo la misma, peregrinó, por segunda vez en los últimos años, una sencilla imagen de Ntra. Sra. de la Providencia, por las vicarías de la arquidiócesis de San Juan. Esta práctica de la peregrinación de alguna imagen de la Virgen de la Providencia, así como otras advocaciones, es común en el país.
En 2012 con motivo del quinto centenario de la fundación de la diócesis de San Juan y la llegada de su primer obispo, se realizó una gran concentración de fieles de toda la isla en el coliseo más grande del país (lleno a capacidad), con la presencia especial de la imagen coronada canónicamente de nuestra Patrona, para ser venerada por los asistentes. La celebración fue una expresión de gran fervor del pueblo católico mariano de Puerto Rico.
Piedad popular
El rezo del santo rosario ha sido fundamental en la piedad popular del país. Aun cuando ha decaído su rezo en familia, sigue siendo una de las devociones populares más comunes de los católicos puertorriqueños. Con el tiempo se musicalizaron las oraciones del rosario con ritmos típicos, haciendo posible la creación de los “rosarios cantaos”, que aún se oyen sobre todo en nuestros campos.
En nuestro pueblo la fe, la devoción a María, la piedad popular y cultura se manifiestan de manera especial el mes de mayo (mes de las flores, de las madres y dedicado a la Virgen) en lo que llamamos Rosarios o Fiestas de Cruz. Sobre esta devoción nos dice P. Miguel A. Trinidad que el origen de las mismas data del 2 de mayo del 1787, cuando un gran temblor de tierra azotó el país la víspera de la fiesta de la Invención de la Santa Cruz. La costumbre fue muy popular en el siglo XIX. Hay vestigios de fiestas en honor a la Cruz en España, pero la forma de celebrarse en Puerto Rico es autóctona.
Aunque se les llama Rosarios no estamos hablando de la meditación de los misterios de la vida de Jesucristo y la Virgen María, con el rezo de Padrenuestros, Avemarías y Gloria, sino que el mismo consta de la interpretación de 19 cánticos en honor a la Virgen María, a la Cruz, a Jesucristo y al mes de mayo ante un altar formado por nueve cajones o escalones coronado por una cruz (sin crucificado) adornada con flores y cintas. Los ritmos que predominan en estos cánticos son la marcha festiva, la guaracha y, sobre todo, el vals. Se desconoce la autoría de estos cánticos, aunque probablemente descienden de los motetes medievales. Los cantos se conocen sólo en Puerto Rico, a excepción de un estribillo del quinto cántico: Dulcísima Virgen, que se ha hallado en México.
La tradición es celebrarlos en el interior o el patio de una casa, pero pueden darse en una plaza pública, iglesia u otro local. Originalmente las Fiestas de Cruz son un “novenario”, pues se cantaban por nueve noches consecutivas. Hoy son pocos los lugares que celebran el novenario; en muchos lugares celebran un “triduo” o al menos una noche.
Otra forma que tiene el puertorriqueño de expresar su piedad es la de pagar promesas. Una manera de hacerlo es usando “hábitos”. Esto se acostumbra hacer por pecados cometidos públicamente o en acción de gracias y testimonio de un favor concedido. El devoto por un tiempo determinado por su promesa al santo o en este caso a la Virgen o por toda la vida usa el hábito correspondiente a la advocación mariana a quien hizo su promesa. Por ej. blanco con un cordón azul a la Inmaculada o marrón a la Virgen del Carmen, etc.
Devoción mariana y cultura
Otra expresión de nuestra devoción mariana se da en las artes plásticas y literatura. La desvinculación de los centros religiosos en la que vivían muchos en la ruralía y por la escasez de clero y el difícil acceso a los templos hizo que los campesinos construyeran altares en sus hogares ante los cuales rezaban el Santo Rosario al anochecer, y se entonaban cánticos a María. La falta de imágenes promovió que escultores de barrio tallaran imágenes de madera de Jesús y María bajo diferentes advocaciones, así como de los santos. De esta manera se desarrolló la talla de santos de palo y el oficio de santeros, entendiendo por éstos a los talladores de estas imágenes. Esta tradición que fue cayendo un poco en el olvido ha ido recuperándose en los últimos años, apareciendo incluso jóvenes talladores de imágenes de la Virgen y los santos.
Entre de los pintores del país que han abordado el tema de la Virgen se encuentra
José Campeche, hombre de profundas convicciones religiosas, máxima expresión de la pintura religiosa entre los ss. XVIII-XIX. De sus 500 obras de arte la mayoría refleja la espiritualidad de la sociedad sanjuanera del tiempo y expresa su devoción mariana: la Virgen de Belén, la Virgen de la Merced, la Virgen de la Divina Aurora y muchas otras. Otro pintor famoso en el s. XIX fue Francisco Oller, quien, a pesar de no ser católico práctico, sintió, como tantos puertorriqueños, devoción a la María Santísima. Entre sus obras de tema religioso se encuentran: La Virgen de las Mercedes, La Inmaculada, La Dolorosa, La Virgen del Carmen, La Visitación y La Virgen de la Providencia. Estas obras demuestran que, no siendo un católico ferviente, como Campeche, la devoción mariana está firmemente arraigada en el alma puertorriqueña.
En la literatura, y relacionado más estrechamente a la advocación de Ntra.Sra. de la Providencia, tenemos a Alejandro Tapia y Rivera, escritor, poeta y dramaturgo, quien, a la recién llegada imagen de Nuestra Señora de la Providencia, escribió para 1862 el “Himno- Salve, a La Virgen de la Providencia”.
Francisco Matos Paoli, poeta y escritor, en su libro: Decimario de la Virgen, presenta cinco bellas décimas a Nuestra Patrona.
Sin embargo, la poesía más conmovedora que se ha escrito a Nuestra Patrona la escribió Fray Mariano Errasti, OFM a raíz de la quema de la imagen, previo a su coronación canónica. En la cubierta del folleto La Virgen Quemada aparece la emotiva poesía.
A modo de conclusión
Lo que es connatural al cristianismo, pues el discípulo de Jesús debe recibir a la Madre del Maestro entre sus cosas más propias (cf. Jn 19,26s.), en América Latina y particularmente en Puerto Rico se ha hecho patente por más de 500 años; acogiendo a María tanto en nuestra piedad, como en nuestros métodos de evangelización y cultura.
Espero que este brevísimo recorrido histórico, devocional y cultural ayude a nuestros lectores a entender y seguir expresando nuestra fe, devoción y fidelidad a Cristo a través de la que Él escogió para ser su Madre y Madre de sus discípulos, estrella de la nueva evangelización. ¡Ave María purísima!
Vicario para el Santuario Nacional de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico. Secretario ejecutivo de la Comisión Arquidiocesana de Liturgia y Piedad Popular y Nacional de Liturgia.