Cuando terminé de leer el ensayo sobre “La belleza”, de Roger Scruton, recordé un incidente que presencié en clase de Teoría del Arte y que representa bastante bien uno de los problemas fundamentales de mi generación.
El profesor estaba presentando el arte clásico con imágenes e iba moderando la discusión sobre su valoración. De pronto, un alumno que por lo visto había entrado en confianza, levantó la mano y preguntó: “Pero, usted, profesor, ¿cómo sabe qué es bello y qué no lo es?”.
La pregunta de este alumno podría ampliarse: ¿Las opiniones estéticas tienen todas el mismo valor o podemos decir que hay unas mejores que otras?, ¿es razonable decir que gusto de alguien podría ser mejor que el de otro? ¿Es la belleza un valor meramente subjetivo, algo así como un agrado caprichoso e individual, o se trata más bien de una realidad presente en las cosas y una necesidad del alma humana?
La pregunta es acuciante, pues muchos artistas se han desorientado y relativizan el valor de la belleza en el arte. Es más, muchos han optado por reemplazar la belleza por el chiste de mal gusto.
Uno de los pioneros de esta moda fue Marcel Duchamp, quien expuso con un éxito insólito en Nueva York su objet trouvé titulado “La Fontaine” (1917), es decir,un urinario de porcelana. Una broma que en su momento tuvo alguna gracia, supongo, pero que ha derivado en otros gestos repetitivos, desagradables y desvergonzadamente feos.
El autor
Detengámonos un momento para hacer las presentaciones. Sir Roger Scruton (Reino Unido, 1944-2020) es un nombre que solo podemos pronunciar con nostalgia. F
ue un filósofo que se dedicó a “hacer preguntas”; un hombre conservador, especialista en estética y filosofía política, autor de más de cincuenta libros y colaborador habitual de diarios y revistas como The Times, Spectator y The New Statesman.
Un hombre agradable, héroe de la cultura, a quien recomiendo visitar en Youtube para admirar lo que significa ser un gentleman inglés.
Para hacernos una idea de su estilo y su influencia, nos puede servir la imagen que eligió Enrique García Máiquez para describirlo: “Su figura ha adquirido perfiles quijotescos. Acometió los molinos de viento del nihilismo y ha demostrado que no eran fantasmagorías, sino poderosos sistemas de pensamiento, con complicidades en comodidades subjetivas y perezas compartidas, que podían moler, como quien no quiere la cosa, los valores de Occidente”.
Sobre “La belleza”
Uno de los valores de Occidente que Scruton se propuso defender, y lo hizo como el mejor, fue la belleza. Dedicó a este tema varios escritos y un documental imprescindible que realizó con la BBC (Why Beauty Matters, 2009); entre todo esto, destaca el ensayo Beauty (2011), traducido al castellano como La belleza (Elba, Barcelona, 2017).
El libro es, en sí mismo, bello. Son capítulos cortos, muy bien hilvanados entre sí y escritos con un estilo ameno, divulgativo y refinado que parece invitar al lector a mantener una conversación importante, serena y enriquecedora.
El contenido es brillante. ¿Cuáles son las líneas generales? Aquí van: La belleza no es solo una experiencia subjetiva, sino también una necesidad inscrita en nuestra naturaleza humana. Aquí hay tela, así que lo digo de otro modo: La belleza es el camino que nos aleja del desierto espiritual y nos conduce a nuestro hogar.
Como dice el autor en la presentación del libro: “Argumento que la belleza es un valor real y universal, arraigado en nuestra naturaleza racional, y que el sentido de la belleza desempeña un papel indispensable en la configuración del mundo de los humanos”.
Si la belleza es objetiva, tienen sentido la crítica literaria y las humanidades. Afirmar esto es una apuesta poderosa y urgente, en la que participan filósofos de la talla de Platón, el Conde de Shaftesbury, Kant, etc., cada uno aportando matices y diferencias, pero todos de acuerdo en que la belleza es un valor objetivo y necesario para nuestra existencia. Que nos hayamos olvidado de ella es algo, al menos, crítico.
La belleza es descrita como un recurso esencial para redimir nuestro sufrimiento, ampliar nuestra alegría y vivir más de acuerdo con nuestra dignidad; no es un capricho subjetivo, sino una necesidad humana universal.
Mientras estamos (mal)viviendo solo para lo útil y lo placentero, Scruton nos recuerda que la belleza existe, nos rodea y nos espera. La diferencia entre acoger la belleza o postergarla es radical: podemos seguir viviendo en un mundo hostil, o podemos esforzarnos para volver a nuestro hogar.
Como ven, el asunto es principal.