Cultura

Juraj Šúst: «El tomismo puede tanto defender la fe como dialogar con la cultura secular»

Omnes entrevista al filósofo, publicista y activista eslovaco Juraj Šúst, que es el organizador del festival BHD, una de las convocatorias culturales más importantes de Centroeuropa. Este año el tema ha sido: “¿Cultura (cristiana)?”. Nos habla de esa iniciativa, así como de su propio camino intelectual.

Andrej Matis·10 de julio de 2024·Tiempo de lectura: 11 minutos
Juraj Šúst

Juraj Šúst, filósofo y activista eslovaco

Juraj Šúst estudió Filosofía en la Universidad de Trnava, donde también se doctoró. Es una persona activa conocida por el público eslovaco principalmente como presidente de la “Sociedad Ladislav Hanus” (SLH) y organizador del festival “Jornadas Hanus de Bratislava” (BHD).

El BHD es un festival centrado en debates sobre la cultura y el compromiso cristianos. Ofrece una variedad de conferencias, debates, talleres y actuaciones artísticas que pretenden conectar la fe cristiana con cuestiones sociales y culturales de actualidad. El festival se celebra en Bratislava, y en los últimos años ha atraído a personalidades como Robert P. George, Scott Hahn y Philip-Neri Reese, O.P.

La historia de Hanus y su implicación en el SLH y el BHD testimonian la necesidad de un diálogo abierto entre la fe, el mundo secular y las culturas, así como del papel crucial de los laicos en la educación católica y la vida intelectual contemporáneas.

En el BHD de este año, uno de los invitados destacados fue el profesor Robert P. George, que habló en una de las sesiones sobre su pequeña conversión intelectual. Sucedió que en una asignatura optativa le asignaron la lectura de un texto en el que no estaba muy interesado. Fue a la biblioteca a leerlo, y cuando lo hizo experimentó una conversión intelectual. Era el “Gorgias” de Platón, y fue un momento crucial para el profesor George: entonces decidió no buscar lo que le gustaba a su alrededor y dedicarse a una y sólo una cosa: la búsqueda de la verdad.

¿Ha experimentado alguna conversión intelectual similar? ¿Cuál fue su camino hacia la filosofía? 

– Lo que ocurrió fue que en el instituto buscaba una forma de dar sentido a mi vida. Mi familia procedía de un entorno católico, no muy reflexivo intelectualmente, pero que al mismo tiempo yo respetaba. A la vez, sin embargo, yo chocaba con lo que me ofrecía la cultura secular: a menudo me parecía, incluso en un buen sentido, más orientada a la acción, más rica que lo que veía en mi mundo católico. 

Crecí con estas dos perspectivas, y en cierto modo elegí la filosofía para resolverlas. Al final, estudiarla me resultó decepcionante. Allí estudiábamos historia de la filosofía, mientras que yo quería abordar mis cuestiones existenciales, como Platón y Sócrates. Pero junto a mis estudios, también encontré a una persona en particular que era una especie de Sócrates para mí, y eso me hizo avanzar.

¿Quién fue para usted un modelo en lo filosófico? 

– En aquella época simpatizaba con las filosofías liberales, además de intentar vivir mi vida católica. 

Había leído la idea de Popper de una sociedad abierta y me parecía razonable, ya que se trataba de estar abierto a todos los puntos de vista en la sociedad; estaba en contra del marxismo y del comunismo y los regímenes totalitarios. En aquel momento también me pareció tolerante con la religión. 

¿Cómo pasó de Popper al tomismo? 

– Popper me interesó durante mis estudios, pero lo que siempre eché de menos de su filosofía es que no daba respuestas a las grandes preguntas. Sólo respondía a las preguntas prácticas y pragmáticas, sobre cómo convivir sin enemistarse. Pero a mí, como joven, me interesaba saber qué es la verdad, cómo debo vivir, y a eso no me daba respuesta… Así que eso no me bastaba. Platón me abrió la cuestión clásica, la búsqueda de la verdad, y más tarde me encontré con Agustín, que me influyó por ser un pensador muy sugestivo y también un católico radical. Eso me atrajo, y me dije: yo tengo que ser un católico tan radical como él. Agustín me llegó muy hondo y me ayudó a descubrir también la belleza de Tomás.

¿Cómo llegó en este viaje filosófico personal a SLH, que abre las puertas de la filosofía y la búsqueda de la verdad a muchos otros jóvenes?

– Llegué a SLH más o menos al cabo de un año de su existencia.

Al principio mi actitud era tibia: sentía un poco que no encontraba mi camino hacia los otros, algunas opiniones me parecían una pose, pero poco a poco esto fue cambiando y cuando me ofrecieron formar parte del equipo de formación de esta comunidad lo acepté. 

Durante mis estudios en Cracovia estuve en el festival de las Jornadas Tišner, al que asistían filósofos locales y extranjeros; en aquella época también acudió Robert Spaemann. Me fascinó el hecho de que acudieran a esas conferencias muchos jóvenes. Nunca había vivido algo así en Eslovaquia y me dije: «¡Ojalá tuviéramos algo así en mi país!».

Y ya lo tenemos.

– Ya lo tenemos.

La Sociedad Ladislav Hanus también organiza las Jornadas Hanus de Bratislava, un festival en el que los conferenciantes y el público forman una comunidad dinámica. Este año, en el marco de un debate con el Prof. Robert P. George, un señor mayor que vivió el comunismo en Eslovaquia planteó la pregunta de cómo es posible que durante los cuarenta años de comunismo -cuando la Iglesia era perseguida- fuéramos capaces de transmitir la fe a los jóvenes, y ahora, durante los (casi) cuarenta años de consumismo, no seamos capaces de hacerlo. ¿Cree que SLH es de alguna manera un medio para conseguir transmitir la fe?

– No hablaré por los demás, pero por mí mismo puedo decir que SLH me ha ayudado a responder racionalmente a cuestiones que la Iglesia enseña, pero que no eran del todo claras para mí en su momento: el aborto, la moral sexual, la relación entre la Iglesia y el Estado.

SLH me ayudó de muchas maneras a encontrar, o al menos a buscar, una base racional para lo que enseña la Iglesia. Para mí, SLH fue algo que me cambió la vida en ese sentido, y me gustaría que SLH tuviera ese efecto en todos los que entran en contacto con ella.

El año pasado Scott Hahn vino a BHD, y la presencia de semejante personalidad que tiene más de 10 títulos publicados en Eslovaquia tuvo una gran resonancia entre la gente. ¿Cómo fue posible?

– Hay una bonita historia detrás. El obispo auxiliar de Bratislava, Jozef Haľko, nos decía a menudo: “Invitad a Scott Hahn”. Lo intentamos primero de manera oficial a través de la página web de Scott. No obtuvimos respuesta. Luego nos enteramos de que un antiguo alumno nuestro había estudiado en Trumau en la escuela de teología con el hijo de Scott Hahn. También resultó que había en Eslovaquia un sacerdote jubilado que había estado mucho tiempo en los Estados Unidos, donde había sido capellán castrense. Le entusiasmó la idea de invitar a Scott Hahn a Eslovaquia y nos ayudó a hacerlo realidad. Se unieron odas estas cosas.

¿Cómo fue para usted tener aquí a Scott Hahn?

– Muy bonito. Queríamos que Scott no sólo estuviera en nuestro festival esa semana, sino que también se reuniera con sacerdotes, obispos, y todo esto se cumplió. Scott estaba entusiasmado y creo que dio muchos frutos, especialmente para los sacerdotes.

El filósofo Juraj Šúst durante una ponencia

Este año vino a BHD Philip Neri Reese, O.P., y el año pasado Thomas White, O.P.. Este año tuvimos también Matt Fradd, un laico conocido por su podcast “Pints with Aquinas”. ¿Cuál es su relación con el tomismo? 

– Muy ferviente. Veo el tomismo como una tradición intelectual de la Iglesia católica que no surgió por accidente. Es una unión de la filosofía griega clásica con la fe cristiana, que se ha cultivado durante siglos. Es cierto que en el siglo XIX pasó por una crisis de reducción al manualismo que provocó la resistencia de dos generaciones. Pero ni la crítica bíblica ni la propia biblística pueden valerse por sí mismas sin una filosofía de calidad, y el tomismo está resurgiendo con fuerza hoy en día. Hoy en día, el tomismo es la única teología relevante que puede tanto defender la fe como dialogar incluso con las culturas religiosas o seculares.

Algunos pensadores dicen que el tomismo está simplemente pasado de moda…

– El tomismo es hoy mucho más rico que antes, porque incluso los avances de los estudios bíblicos pueden traducirse en eso. Y por el énfasis puesto en el siglo XX en otras filosofías, como la fenomenología, el tomismo contemporáneo puede también puede nutrirse de eso. No tiene por qué cerrarse en silogismos estrictos, sino que puede ser una teología y una filosofía muy variadas. Por mi parte, me alegro mucho de que aún hoy haya tomistas de calidad a los que merece la pena invitar a nuestro festival.

Ladislav Hanus, que da nombre a SLH, era un sacerdote católico; usted es laico, padre de una familia numerosa. Alfonso Aguiló, uno de los invitados al BHD de este año, también habló de que históricamente la educación católica estaba en manos de sacerdotes y religiosos y ahora está pasando a manos de los laicos. ¿Podemos decir que este cambio se está produciendo también en el campo de los intelectuales, y se siente usted parte de este cambio? 

– No estoy seguro de si el momento de los laicos no ha llegado porque hay una crisis de sacerdotes y religiosos. Me gusta cuando en la educación se da una colaboración de laicos y sacerdotes, y también creo que el papel del sacerdote como maestro es en cierto modo insustituible. Sería un gran error que los laicos empezaran a reclamar ese papel. Creo que, al menos en Eslovaquia, esta tendencia no es tan fuerte, y eso me parece adecuado. Al mismo tiempo, es cierto que en la Iglesia durante las últimas décadas tenemos testimonios de diferentes laicos en varios países que han lanzado muchas iniciativas, y creo que esta nueva era también puede enseñarnos algo nuevo sobre la cooperación entre sacerdotes y laicos.

Hemos mencionado a Alfonso Aguilar y la educación. La opinión de Aguiló es que la educación en casa es una reacción al hecho de que tenemos que defendernos de este mundo, y que no es una reacción ideal. Él piensa que no debemos retirarnos del espacio público, sino permanecer en él y estar presentes en las instituciones educativas. Usted es padre de seis hijos, que se educan en casa. ¿Cuál es su experiencia y su opinión al respecto? ¿O se trata de una pregunta polémica?

– Es una pregunta excelente. Tengo una opinión al respecto. Veamos por dónde empezar… 

Es cierto que la educación en casa es una reacción. Es una reacción a la crisis de la educación católica. Esta crisis es más profunda en Occidente, pero ya está también en Eslovaquia. Y la crisis consiste en que las escuelas católicas son católicas de nombre, por así decirlo, pero al haber dejado de hacer hincapié en la ortodoxia de la fe de los profesores y sobre todo de los alumnos, la cultura en esas escuelas es como indistinguible de la cultura secular en la que la religión y sus manifestaciones son una especie de etiqueta adhesiva. Hoy, incluso en Eslovaquia, percibo que la Iglesia entiende las escuelas católicas como un espacio para la evangelización de alumnos y niños. En mi opinión, esto es lamentable.

Entonces, ¿piensa que la escuela no es el terreno adecuado para la evangelización? 

– Ciertamente necesitamos escuelas donde haya espacio para la evangelización, pero también necesitamos escuelas donde haya espacio para la catequesis, para el crecimiento en la fe. Para que ese espacio se abra es fundamental que haya allí niños y profesores que compartan la fe católica, que amen a Jesucristo y quieran aprender a amarlo aún más, a partir del conocimiento de la verdad. Y, conociendo la verdad, amarán a Cristo aún más. Y esto debe ser claro, inequívoco, inflexible y evidente para todos los actores implicados en la escuela en cuestión.

En su opinión, ¿pueden la evangelización y la catequesis tener lugar en una misma institución, o necesitamos dos tipos diferentes de escuelas? 

– Necesitamos dos tipos de escuelas. Escuelas según Benito, “ora et labora”, donde haya una “regula” o reglamento, donde podamos aprender a vivir según la fuente católica, sin compromisos. Escuelas que puedan ser un faro en el barrio, en la región en la que se encuentran.

Y necesitamos también escuelas según Santo Domingo, como me dijo el Padre Philip-Neri Reese cuando estuvo en Bratislava para las BHD. Escuelas donde haya un espíritu católico, una mente católica, donde la tradición católica se conserve en su plenitud y donde al mismo tiempo los profesores sean capaces de comunicar con el mundo contemporáneo. Escuelas donde todos puedan estudiar.

¿Incluso los no católicos?

– Incluso los no católicos. En mi opinión, el P. Reese se refería sobre todo a las universidades, aunque puedo imaginarme también escuelas secundarias de este tipo. Pero las universidades son las más adecuadas para esto, en mi opinión. En tales escuelas, la cultura católica puede hacer incursiones en el mundo secular contemporáneo. Y puede, en cierto modo, mostrar a este mundo que dispone de los mejores presupuestos para ser un árbitro capaz de dialogar entre culturas, entre religiones, entre secularismo y religión, porque tiene la enorme tradición de la filosofía tomista realista. Lo que hizo en el pasado con la cultura árabe y judía, lo puede conseguir hoy con las culturas actuales que forman la sociedad contemporánea. Se trata de dos tipos de escuela que necesitamos. Y lo que no necesitamos son escuelas católicas formales.

Entonces, ¿la razón por la que elegiste la educación en casa es porque carecemos de escuelas católicas honestas? 

– Sí. Pero hay todavía otra razón. La educación en casa en los primeros años de vida es muy bonita. Los padres son los primeros educadores, y la educación no implica sólo educar, sino también formar. Es natural que los niños aprendan en la mesa de la cocina las nociones básicas de matemáticas, lengua, religión, etc. Y lo aprenden como parte integrante de sus vidas. No es que tenga que aprender algo para los exámenes y gracias a eso entraré en alguna buena escuela y empezaré una carrera de éxito, sino que lo aprendo todo como parte integrante de mi vida cotidiana. Y en este contexto, lo importante no es la carrera, los premios y los diplomas, sino vivir la fe católica de un modo hermoso, en plenitud, en unidad con la tradición y en plena unidad con la vida cotidiana. ¿Y dónde se puede conseguir mejor que en el círculo familiar? Así que la educación en casa no es sólo una escapatoria del mundo, o una opción que queda cuando todo lo demás falla. Al menos en los primeros años de vida, también es una opción natural y atractiva.

¿No echan de menos tus hijos a sus amigos? 

– La educación en casa no tiene por qué realizarse en el aislamiento. Las familias se reúnen, se coordinan, se inspiran y hoy, gracias a la tecnología, conectarse y comunicarse es más fácil que en el pasado. Pero puede convertirse en un reto si uno no vive en una comunidad donde haya otras familias interesadas en la educación en casa.

¿Qué opina del contenido de la educación en las escuelas actuales? 

– Hoy en día se tiende a enseñar a los niños a pensar, pero a menudo no es más que una hoja de parra ante la inseguridad sobre qué hemos de pensar. No decimos a los niños qué pensar porque nosotros mismos no sabemos qué pensar. Pero, por supuesto, el pensamiento crítico es bueno en sí mismo. Pero tenemos que enseñar a los niños a pensar de tal manera que la fe no sea para ellos una simple etiqueta, sino que la luz de la fe ilumine su pensamiento en cualquier ámbito de su vida. Esto es algo que tenemos que redescubrir y restaurar. Reconectar con algo que una vez estuvo ahí, e incluso mejorarlo.

J. J. Rousseau es famoso por su libro “Emilio o la educación”, pero paradójicamente no se preocupó por su hijo. Usted tiene seis hijos. ¿Cómo se las arregla? ¿Cómo compagina su trabajo, tan maravilloso, con el cuidado de su familia?

– Intento no separar el trabajo de la familia. Quiero que mis hijos vean lo que hace su padre y que pueda gustarles. Para que no vean el trabajo como algo que aleja a su padre de la familia, sino como algo de lo que ellos también pueden sacar provecho. Mi objetivo educativo es que mis hijos vean en su padre que ama a Cristo, que eso es algo a lo que nunca va a renunciar, que celebramos juntos el domingo, que se lo dedicamos a Dios Nuestro Señor, que vamos juntos a la santa Misa, que comemos juntos el domingo…. y esto tiene prioridad sobre todo lo demás, sobre sus amigos, etc. No siempre lo reciben con entusiasmo, pero insisto en ello y creo que si algo transmito a mis hijos es al menos esto: que papá no sólo hablaba de Dios, sino que vivía su relación con Él.

¿Qué mundo le gustaría dejar a sus hijos? ¿Dónde pone su esperanza para la cultura occidental? 

– Debe haber más familias que busquen vivir la radicalidad de la fe, familias cuyos hijos sean después semillas de vida cristiana que un día crecerá y florecerá. Aunque quizá no produzca un cambio total a nivel de la sociedad, habrá muchos oasis donde la gente pueda ser tocada por el amor de Cristo.

Creo que esto exigirá de nosotros, los cristianos, ese martirio. También en la vida cotidiana, pero quizá también en otras situaciones más difíciles. Creo que, al ser el secularismo más agresivo, habrá choques con la fe, y si uno no quiere ser tibio sino inequívoco, tendrá que contar con el elemento caballeresco en la vida. Esto es también algo hacia lo que intento guiar a mis hijos.

El autorAndrej Matis

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