Vaticano

La Iglesia que dio la bienvenida y despidió a Juan Pablo I

Han pasado dos años desde que el Papa Francisco beatificara a Juan Pablo I, el "Papa de la sonrisa", cuyo pontificado tuvo un contexto histórico muy particular, caracterizado por el Concilio Vaticano II y el espíritu de san Juan Pablo II.

Onésimo Díaz·4 de septiembre de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Juan Pablo I

El Papa Juan Pablo I fotografiado en 1978 (CNS photo / L'Osservatore Romano)

El 4 de septiembre de 2022, el Papa Francisco presidió la ceremonia de beatificación de Juan Pablo I. Meses antes, aprobó el decreto de la Congregación para la Causa de los Santos sobre una curación milagrosa atribuida a su intercesión.

Para entender quién fue este papa en su contexto histórico me parece conveniente ofrecer unas pinceladas sobre la situación de la Iglesia en los años setenta.

Un hombre sostiene una imagen de Juan Pablo I momentos antes de que comience la ceremonia de beatificación (CNS photo / Paul Haring)

La Iglesia del posconcilio

En el libro “Diálogos con Pablo VI” del escritor francés Jean Guitton, el Papa Montini vislumbró un estado de espera, de apertura, de renovación, del que dependería la aparición de los frutos del Concilio Vaticano II. Entre otras cosas, Pablo VI sentenció: “El posconcilio será, como muy bien se ha dicho, una constante creación. El Concilio ha abierto caminos, ha lanzado las semillas, ha dado directrices. Pero la Historia nos enseña que los tiempos subsiguientes a los concilios son tiempos de inercia y de problemas (…). Vuelvo a repetir que los católicos no deben sucumbir a la tentación de ponerlo todo en tela de juicio, a consecuencia del Concilio; ésta es la gran tentación de nuestros contemporáneos; es una tentación omnipresente en este período histórico; la tentación de volver a empezar, partiendo de cero”.

Tal como había vaticinado Pablo VI, después del Concilio surgieron problemas. El llamado posconcilio se manifestó en la crisis de los sacerdotes, de los religiosos, y de los laicos. No sobrevino la primavera ansiada, sino un otoño oscuro, de confrontación doctrinal y descenso de vocaciones sacerdotales y religiosas. Si las sesiones del Concilio se habían vivido con cierto optimismo dentro y fuera de la Iglesia, el posconcilio se caracterizó por la crisis y las dificultades de su aplicación. Se manifestaron síntomas de disgregación en la vida de la Iglesia causados por interpretaciones e ideas ajenas a los textos del Concilio.

Pablo VI lamentó las interpretaciones incorrectas de los textos conciliares, los experimentos sobre la celebración de la Misa y los intentos de reformar totalmente la Iglesia, tanto en el derecho como en el dogma. Se manifestaron síntomas de disgregación en la vida de la Iglesia causados por ideas ajenas a la letra del Concilio.

Época de crisis

En “Memoria en torno a mis escritos”, De Lubac clamó contra la actitud autodestructiva y desagradecida de determinados eclesiásticos, que no valoraron los esfuerzos realizados durante el Concilio: “El posconcilio fue un tiempo (y lo sigue siendo) de oposición sistemática y multiforme al papado. Pablo VI fue su primera víctima. He admirado mucho a este Papa. Se han emitido sobre él los juicios más contradictorios; con frecuencia se le ha criticado injustamente y, a veces, se le ha calumniado indignamente”.

En sus Memorias, Danièlou lamentó la filtración de ideas mundanas y disolventes dentro de la Iglesia, y reconoció la apertura después del Concilio de una paradójica época de crisis como consecuencia de una falsa interpretación del Vaticano II.

El historiador Jedin criticó los abusos de la reforma litúrgica, como la eliminación casi total del uso del latín ante la introducción de la lengua vulgar en el culto. Esta crítica encontró una oposición cerrada por parte del secretario de la comisión litúrgica posconciliar Annibale Bugnini.

El sociólogo de las religiones Arnaldo Nesti escribió que las reformas y las tentativas de cambio del Concilio eran más aparentes que reales. Por consiguiente, “para que todo siga como está es preciso que todo cambie”, como en la novela El Gatopardo de Tomasi di Lampedusa.

En esta situación delicada de la Iglesia falleció Pablo VI en el verano de 1978. 

Un pontificado de 33 días

Juan Pablo I ha pasado a la historia por la brevedad de su pontificado, por su sonrisa y por ser el último papa italiano a lo largo de más de cuatro siglos hasta la fecha.

Tras la muerte de Pablo VI, ocupó la sede petrina el patriarca de Venecia, Albino Luciani (1912-1978). Era un hombre sencillo, formado en una familia cristiana y humilde, el mayor de cuatro hermanos. Siguiendo las huellas de san Juan XXIII y  san Pablo VI, unió sus nombres como signo de continuidad con sus dos predecesores. 

El pontificado de Juan Pablo I duró treinta y tres días. No le dio tiempo a escribir una encíclica, ni siquiera a trasladar sus libros y sus cosas al Vaticano. El “papa de la sonrisa” falleció repentinamente el 29 de septiembre de 1978.

Cartas de Juan Pablo I

Siendo patriarca de Venecia, movido por su afán catequético, se embarcó en la empresa de publicar una carta mensual, cuyo destinatario era un personaje famoso del pasado como los escritores Chesterton, Dickens, Gogol y Péguy. Este peculiar epistolario se editó con el título Ilustrísimos señores. Cartas del patriarca de Venecia (Madrid, BAC, 1978).

Sin duda, la carta más atrevida y profunda la dirigió a Jesucristo. La misiva terminó así: “Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo. Y, afortunadamente, a pesar de todo, esto sigue ocurriendo también hoy.”

El beato Juan Pablo I (CNS photo / L’Osservatore Romano)

Juan Pablo I y el Opus Dei

Unas semanas antes de ser elegido pontífice, había publicado en una revista veneciana un artículo sobre el Opus Dei, titulado “Buscar a Dios en el trabajo cotidiano” (“Gazzetino de Venecia”, 25 de julio de 1978). Entre otras cosas, se atrevió a hacer una comparación entre san Josemaría Escrivá y san Francisco de Sales: “Escrivá de Balaguer supera en muchos aspectos a Francisco de Sales. Este, también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar solamente una ‘espiritualidad de los laicos’ mientras Escrivá quiere una ‘espiritualidad laical’. Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla directamente de materializar, en buen sentido, la santificación. Para él, es el mismo trabajo material, lo que debe transformarse en oración y santidad”.

Sus escritos sencillos y su sonrisa cautivadora transmiten la imagen de un hombre de Dios, que veremos pronto en los altares, como su predecesor san Pablo VI y su continuador san Juan Pablo II.

La Iglesia después de Juan Pablo I

El sucesor de Juan Pablo I decidió mantener su nombre como signo de continuidad. Juan Pablo II intentó dar vida al espíritu de los documentos conciliares, lo que no le había dado tiempo a su predecesor. Uno de los textos donde se podría ver la sintonía del papa polaco con Juan Pablo I y también con Pablo VI es la Exhortación Apostólica «Christifideles laici» (1988). En este documento, Juan Pablo II afirmó que la Iglesia poseía una dimensión secular. En el número 9, se preguntó quiénes eran los fieles laicos y contestó con la definición de «Lumen Gentium«: “Todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso”.

El número 15 del documento profundizó en la índole secular de los laicos que tienen la misión de ser fermento en el mundo: “Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales”.

La llamada universal a la santidad

Siguiendo la enseñanza del Concilio Vaticano II, Juan Pablo II recordó la llamada universal a la santidad de todos los bautizados, en el número 16: “Los fieles laicos están llamados, a pleno título, a esta común vocación, sin ninguna diferencia respecto de los demás miembros de la Iglesia”. Además, el pontífice animó a todos los católicos a participar en la política, en la cultura y en todas las actividades donde se puede transformar y mejorar el mundo. Por último, en el número 60, recomendó la necesidad de recibir formación espiritual y particularmente conocer la doctrina social de la Iglesia.

A mi modo de ver, san Juan Pablo II recogió la herencia breve, pero profunda, de su predecesor en ese y en otros documentos. Esperemos que pronto podamos escribir san Juan Pablo I.

El autorOnésimo Díaz

Investigador de la Universidad de Navarra y autor del libro Historia de los Papas en el siglo XX

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