¿Quién no ha sentido el deseo de parar un poco el ritmo y ponerse cara a cara delante de la Eucaristía para descansar en Él? Algunos que ansían frenar el ajetreo y colocarse en silencio mirando a Jesús en el sagrario se quejan muchas veces de que cuando pueden ir a rezar a la iglesia ya está cerrada o incluso que se siente mucho ajetreo y no hay quien rece. No ocurre esto en San Manuel González, una parroquia situada en San Sebastián de los Reyes en la que a principio de este curso se instituyó una capilla de adoración perpetua. Ya desde que era un barracón el párroco, José María Marín, sentía la inquietud de que el Señor estuviera acompañado en todo momento en su presencia real. Por aquel entonces, los jueves desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche quedaba expuesto el Santísimo ininterrumpidamente. Mucha gente se apuntaba a adorar a las diferentes horas y ahí se plantó la semilla que ahora germina. Construido el templo actual se planteó instituir la capilla.
Primero había que “fichar” adoradores: lo publicitaron por la web y pasaron por todas las parroquias de la zona anunciando la buena nueva, conscientes de que estaban vendiendo un producto que interesaba a todos: “es una joya no solo para la gente que va a San Manuel sino para la zona entera”. Se fueron llenando todos los turnos de adoradores fijos. Pero también está la figura de los adoradores ocasionales, que son aquellos que no pueden comprometerse siempre a la misma hora. A esos les incorporan a unos grupos de chat con el fin de que cuando se necesite una sustitución puedan ofrecerse. El nombre es bien gráfico: son los cirineos o adoradores de emergencia.
No poder asistir a tu hora por un imprevisto abre también una bella tarea apostólica, según me cuenta José Miguel Carretié, coordinador general de esta obra de Dios: “es en esos casos cuando uno busca entre los amigos, personas de su familia, conocidos, alguien que le pueda sustituir. Es un acto de caridad grande y muchas veces les abres un camino que quizá nunca se habían planteado”. También saca lo mejor de cada uno, como comenta orgullosa Margarita, una de las coordinadoras de turno: algunos jóvenes “piden que se les ponga un turno difícil, a primera hora, para empezar bien el día”. Se ha constituido un auténtico ejército de almas enamoradas que ya están comprometidas. Me cuenta José Miguel que “hay unos 340 cirineos y unos 280 adoradores”. Pero sueñan con mucho más: “la idea es que haya dos o tres por turno. Como hay 168 horas a la semana calculo que unos 300 o 350 adoradores de turno fijo es uno de los objetivos”. Eso sólo para asegurar que el Santísimo esté siempre acompañado, porque el apostolado de almas que quieran adorar a Jesús en la Eucaristía es un mar sin orillas. Siempre hará falta gente.
José Miguel estuvo desde los comienzos del barracón adorando los jueves. Es esencial, según él, que, aunque las almas no quieran comprometerse a ser adoradores sí sepan que ahí está siempre el Señor esperándoles. Va siempre por la noche, dos horas del martes al miércoles. Cuando llega está solo: “es un privilegio, cara a cara, a solas, sin intermediarios, no tiene nada que ver con rezar de día”. La experiencia le ha hecho entender por qué Jesús escogía hacer oración de noche. Mucha gente le comenta que a medida que está empezando a adorar comprueba cómo la hora se les pasa “volando”. Confiesa con alegría que “la gente está muy contenta de que haya surgido esta posibilidad de adoración permanente porque cambia la vida parroquial pero también toda la vida de la diócesis”. Es un torrente de gracia insospechado, un premio por priorizar los medios sobrenaturales.
En España hay aproximadamente sesenta capillas de adoración perpetua y en los últimos meses se han abierto cuatro.
El coordinador general de la capilla de San Manuel González entiende que “la oración es una escuela para empezar donde se comprenden muchas cosas que entiendes con el corazón. Se experimenta una intimidad particular con el Señor, una familiaridad que llena el corazón. Recibes luces sobre determinados aspectos que no conocías”. Y la labor apostólica es continua: “muchas personas a tu alrededor intentan buscar esa paz y quietud que ven en otras personas que adoran y eso les mueve a acercarse a la capilla”.