Partiendo de las directrices indicadas por el tema Vence la indiferencia y conquista la paz, en el Mensaje escrito para la ocasión el Papa Francisco ha invitado a todos los hombres de buena voluntad a reflexionar sobre el fenómeno de la “globalización de la indiferencia”, que es causa de tantas situaciones de violencia e injusticias. Todo el Mensaje es una muestra de solicitud para que en el mundo finalmente se pueda, en todos los niveles, “realizar la justicia y trabajar por la paz”. Esta, en efecto, “es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, escribe Francisco.
A pesar de todo, sin embargo, la invitación del Pontífice es “a no perder la esperanza en la capacidad del hombre” para superar el mal y no abandonarse a la resignación y a la indiferencia. Las razones para creer en esta capacidad son múltiples, empezando por aquellas actitudes de corresponsabilidad solidaria que están “en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común”. Todos, en efecto, están en condiciones de comprender que fuera de estas relaciones terminaríamos siendo “menos humanos” y que precisamente la indiferencia representa “una amenaza para la familia humana”.
Entre las diversas formas de indiferencia globalizada, el Papa sitúa en primer lugar la indiferencia “ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado”, que son efectos “de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista”. Se va del no sentirse afectados por los dramas que afligen a los hermanos, porque estamos anestesiados por una saturación informativa que sólo permite conocer vagamente sus problemas, a la falta de “atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana”. Numerosas veces, denuncia el Papa, “algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre”, volviéndose así “incapaces de sentir compasión”.
Todo ello lleva a “cerrazón y distanciamiento”, y provoca una ausencia “de paz con Dios, con el prójimo y con la creación”, alimentando al mismo tiempo “situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad”.
Como ya indica la Evangelii gaudium, ninguna persona debería prescindir del deber de contribuir “en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad”. Con frecuencia, sin embargo, esta indiferencia golpea también los ámbitos institucionales, con la realización de políticas que tienen “como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros”.
Estas tendencias se pueden invertir solamente a través de una verdadera “conversión del corazón”, escribe el Papa, “un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana esté en juego”.
Ciertamente, no faltan tantos ejemplos de compromiso elogiable de organizaciones no gubernamentales y grupos caritativos, también no eclesiales, asociaciones que socorren a los migrantes, operadores que informan sobre situaciones difíciles, personas que se comprometen en favor de los derechos humanos de las minorías, sacerdotes y misioneros, familias que educan en los sanos valores y acogen a los que están en necesidad, muchos jóvenes que se dedican a proyectos de solidaridad…, demostraciones todas ellas, escribe Francisco, de cómo cada uno puede “vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana”.
El Jubileo de la Misericordia representa una estupenda oportunidad para decidirse a contribuir a mejorar la realidad en la que se vive, empezando por los Estados, a los cuales el Papa en el Mensaje pide expresamente “gestos concretos” y “actos de valentía” hacia las personas más frágiles de la sociedad, entre ellas los detenidos (abolición de la pena de muerte y amnistía), los migrantes (acogida e integración), los desempleados (“trabajo, tierra y techo”) y los enfermos (acceso a los cuidados médicos).
El Mensaje de la Paz concluye con un triple llamamiento a los Estados, para que se abstengan de implicar a “otros pueblos a conflictos o guerras”, que son dañosas desde un punto de vista material, pero también moral y espiritual, para que trabajen en la condonación de la deuda internacional de los Estados más pobres, y para que adopten políticas de cooperación respetuosas con los valores de las poblaciones locales y salvaguarden “el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer”.
Clausura del Año de la Vida Consagrada
Desde el 28 de enero al 2 de febrero será la semana final del Año de la Vida Consagrada, y en esa oportunidad se reunirán en Roma alrededor de 6.000 consagrados provenientes de todo el mundo. Entre los primeras convocatorias comunitarias, en la tarde del 28 de enero se celebrará una vigilia de oración en la basílica de San Pedro, mientras el 1 de febrero se tendrá la audiencia con el Papa Francisco en el aula Pablo VI, con un debate sobre el tema Consagrados hoy en la Iglesia y en el mundo, provocados por el Evangelio. El último día de la semana, el 2 de febrero, solemnidad de la Presentación del Señor, los consagrados vivirán su jubileo de la misericordia, con una peregrinación a las basílicas de San Pablo Extramuros y Santa María Mayor, y por la tarde participarán en la Santa Misa celebrada por el Santo Padre en la basílica de San Pedro para clausurar el Año de la Vida Consagrada.
Entretanto, en las pasadas semanas, la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica ha difundido un nuevo documento dedicado a la “Identidad y misión del hermano religioso en la Iglesia”, centrado precisamente en esta particular vocación a la vida religiosa laical de hombres y mujeres. Como ha explicado el cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto de la Congregación, la vocación del religioso hermano expresa de manera completa en su forma de vida “el rasgo de la persona de Cristo” ligado precisamente a la “fraternidad”. “El religioso hermano refleja el rostro de Cristo-Hermano, sencillo, bueno, cercano a la gente, acogedor, generoso, servidor…” ha añadido. En la actualidad, los religiosos hermanos son aproximadamente un quinto del total de los religiosos varones.
Causas de los santos
En el último mes, la Congregación de las Causas de los Santos ha sido autorizada por el Para a promulgar numeroso decretos referentes tanto a milagros como a virtudes heroicas.
La mayor relevancia ha correspondido sin duda la aprobación del milagro atribuido a la intercesión de la Madre Teresa de Calcuta, beatificada por san Juan Pablo II en 2003, que será canonizada durante este Jubileo de la Misericordia. También han sido aprobados los decretos relativos a los milagros atribuidos a la intercesión de la beata María Isabel Hesselblad, sueca, fundadora de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida; del Siervo de Dios Ladislav Bukowinski, sacerdote diocesano ucraniano, muerto en Kazajistán en 1974; y de las Siervas de Dios María Celeste Crostarosa, napolitana fundadora de las Hermanas del Santísimo Redentor y muerta en 1755; María de Jesús (Carolina Santocanale), italiana, fundadora de la Congregación de las Hermanas Capuchinas de la Inmaculada de Lourdes; Itala Mela, oblata benedictina del monasterio de San Pablo en Roma, fallecida en 1957.
El Santo Padre ha autorizado, por otra parte, la promulgación de decretos sobre las virtudes heroicas de los Siervos de Dios Angelo Ramazzotti, que fue Patriarca de Venecia, muerto en 1861; José Vithayathil, que fundó en la India la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia; José María Arizmendiarrieta, sacerdote diocesano nacido en Markina, en España; Giovanni Schiavo, sacerdote profeso de la Congregación de San José, muerto en Brasil en 1967; Venanzio Maria Quadri, religioso profeso de la Orden de los Siervos de María; William Gagnon, religioso profeso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, muerto en Vietnam en 1972; Nikolaus Wolf, laico y padre de familia; Tereso Olivelli, laico muerto en 1945 en el campo de concentración de Hersbruck (Alemania); Giuseppe Ambrosoli, de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús; Leonardo Lanzuela Martínez, del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; Heinrich Hahn, laico muerto en 1882; y de las Siervas de Dios Teresa Rosa Fernanda de Saldanha Oliveira y Sousa, que fundó la Congregación de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, muerta en 1916; María Emilia Riquelme Zayas, también española, fundadora del Instituto de las Misioneras del Santísimo Sacramento y de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada; María Esperanza de la Cruz, nacida en Monteagudo (España) y cofundadora de las Misioneras Agustinas Recoletas; Emanuela Maria Kalb, hermana profesa de la Congregación de las Hermanas Canónicas del Santo Espírito de Saxia, muerta en Cracovia en 1986.