“Ante los pobres no se hace retórica, sino que se remanga y se pone en práctica la fe a través de la implicación directa, que no se puede delegar en nadie”. Lo escribió el Papa Francisco el 13 de junio en su Mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, que instituyó al final del Jubileo de la Misericordia, que este año se celebrará el próximo domingo 13 de noviembre.
Lo repitió en la Conmemoración de los Fieles Difuntos en la Basílica de San Pedro: “Dios espera ser acariciado no con palabras, sino con hechos”. Palabras que suenan como piedras, como ponerse en el espejo y medir el grado de fe y disposición para convertirse en dispensadores de la misericordia de Dios.
Es una invitación sin ambages a estar del lado correcto -como explicó el Papa en la liturgia del 2 de noviembre, centrada en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, tan querido por él- también porque “en el tribunal divino, la única cabeza de mérito y acusación es la misericordia hacia los pobres y los descartados”.
Amor gratuito
Ciertamente, es un camino que se aprende con el tiempo y que tiene su punto de apoyo en la gratuidad: “amar gratuitamente, sin esperar la reciprocidad”. Pero uno que debe ser emprendido inmediatamente “ahora, hoy”, sin perderse en señalamientos, análisis, justificaciones varias.
La inminente Jornada Mundial de los Pobres quiere difundir el mismo llamamiento, que este año reitera en su lema cómo Cristo mismo “se hizo pobre por nosotros”, inspirándose en el pasaje de San Pablo a los Corintios. Un pobre que se identifica con las innumerables víctimas de la guerra, por ejemplo, un sinsentido que cosecha muerte y destrucción y que no hace sino aumentar el número de indigentes en el mundo.
Por eso es necesario abrir las puertas de los corazones y de la solidaridad, aprendiendo a “compartir lo poco que tenemos con los que no tienen nada, para que nadie sufra”. Una atención generosa y sincera que está lejos de un activismo inconcluso o distante, pero que también se acerca a los pobres por un sentido de justicia social, como escribió el Pontífice en la Evangelii gaudium.
En efecto, hay una pobreza que mata, que es la miseria, la injusticia, la explotación, la violencia, la injusta distribución de los recursos; y hay una pobreza que libera, que lleva a apuntar a lo esencial, vuelve a reflexionar el Santo Padre en su Mensaje para la jornada del 13 de noviembre: “el encuentro con los pobres nos permite poner fin a tantas angustias y temores inconsistentes, para llegar a lo que verdaderamente cuenta en la vida y que nadie puede robarnos: el amor verdadero y gratuito”.
En definitiva, en la correcta comprensión del fenómeno, según el Papa Francisco, los pobres, antes de ser objeto de nuestra generosa atención, “son sujetos que ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad”.
Día Mundial
Por ello, por sexto año consecutivo, la Jornada Mundial de los Pobres se celebrará en todo el mundo, centrada en la Santa Misa presidida por el Papa Francisco en la basílica de san Pedro. En los días previos a este evento, se llevan a cabo numerosas iniciativas de solidaridad en la Diócesis de Roma, la Iglesia que preside todas las demás en materia de caridad.
El año pasado, por ejemplo, más de 5.000 familias recibieron un botiquín para hacer frente a la pandemia y a diversas enfermedades estacionales; se destruyeron toneladas de alimentos básicos; y unas 500 familias afectadas por el desempleo se vieron liberadas de los gastos de servicios y alquiler.
La Jornada Mundial de los Pobres, “cada año se arraiga más en el corazón de los cristianos de todo el mundo con iniciativas de lo más variadas, fruto de la caridad creativa que anima y suscita el compromiso de la fe”, comentó el arzobispo Rino Fisichella, jefe de la Sección del Dicasterio para la Educación que se encarga de llevar a cabo la iniciativa desde hace seis años.