Ante los acontecimientos dramáticos, las situaciones de dolor, las guerras, las revoluciones y las calamidades, la mirada del cristiano se alimenta de la fe. Fuera, pues, actitudes catastrofistas y supersticiosas, o incluso derrotistas y conspiradoras, seguras de que «estando cerca de Dios ‘no se perderá ni un pelo de la cabeza'».
Son las palabras con las que el Papa Francisco comenzó su comentario a la liturgia en la Misa de la VI Jornada Mundial de los Pobres, celebrada en la Basílica de San Pedro el domingo 13 de noviembre en presencia de numerosas categorías de «excluidos», como es costumbre desde 2017, cuando él mismo la instituyó al final del Jubileo de la Misericordia.
Ante pandemias y guerras, como las que estamos viviendo, no debemos «dejarnos paralizar por el miedo ni ceder al derrotismo», explicó el Pontífice en su homilía, cayendo en una actitud laxa de resignación. Más bien, el cristiano es aquel que precisamente en las situaciones más difíciles «se levanta», levanta la mirada y vuelve a empezar, porque «su Dios es el Dios de la resurrección y de la esperanza».
Dar concreción
Aquí entra, pues, la concreción de las propias acciones, como escribió también el Papa en el Mensaje dedicado a esta Jornada: no dejes que otros «hagan algo» para resolver los problemas del mundo, sino ensúciate las manos en primera persona. Aprovechando, en definitiva, la oportunidad de hacer «el bien posible, ese poco bien que es posible hacer, y construir incluso desde situaciones negativas».
Es también un modo de crecer y madurar precisamente en la fe, abandonando un temeroso desinterés por los hechos del mundo, «el camino de la mundanidad», pero aprovechando estas oportunidades como un modo de «dar testimonio del Evangelio» sin desperdiciar el sentido de la propia existencia.
Escuchar
Días como estos sirven por tanto -reiteró el Papa Francisco en su homilía- «para romper esa sordera interior que todos tenemos» y que nos hace indiferentes al «grito sofocado de dolor de los más débiles».
Más bien -y el Papa no podía dejar de hacer una reiterada referencia a la guerra en Ucrania y al indecible sufrimiento infligido a la población, pero también a la situación de quienes emigran por la crisis ambiental o la falta de trabajo-, es necesario escuchar esas débiles peticiones de ayuda y aprender «a llorar con ellos y por ellos, a ver cuánta soledad y angustia se esconden incluso en los rincones olvidados de nuestras ciudades», y ahí es donde debemos ir.
Alejémonos, pues, de tantos engañadores y agoreros, y aprendamos a dar testimonio, encendiendo «luces de esperanza en medio de las tinieblas» y construyendo un mundo más fraterno, más justo, lícito y en paz: «no huyamos para defendernos de la historia, sino luchemos para dar otro rostro a esta historia que vivimos».
La fuerza viene del Señor, de reconocer que como Padre está a nuestro lado y vela por nosotros, y nosotros también debemos ser «padres» de los descartados.
Iniciativas benéficas
Como ya es habitual, en la semana que precede a la Jornada Mundial de los Pobres, se llevan a cabo en todo el mundo numerosas iniciativas de «misericordia» en favor de los pobres y de los últimos, coordinadas por el Dicasterio para la Evangelización.
En particular, tras dos años de suspensión debido a la pandemia, se restableció el Baluarte de la Salud en la Plaza de San Pedro para ofrecer exámenes médicos y medicamentos a las personas desfavorecidas, que de este modo tienen un lugar al que acudir gratuitamente.
Por su parte, el Papa Francisco apoyó a las parroquias de Roma con toneladas de alimentos que se distribuyeron a las familias de la zona con más de 5000 cajas de alimentos básicos como pasta, arroz, harina, azúcar, aceite y leche.
Otra intervención fue para paliar las consecuencias de la crisis energética que ha provocado el aumento de las facturas de los servicios públicos; la comunidad católica se hizo cargo del pago de las facturas de gas y electricidad de las familias con dificultades.
Como en el pasado, después de la Santa Misa en San Pedro, se sirvió un almuerzo a unos 1.300 pobres en el Aula Pablo VI del Vaticano.
«Refugio»
También en el marco de la Jornada dedicada a los Pobres, el pasado miércoles, al término de la Audiencia General, el Papa Francisco bendijo en la Plaza de San Pedro una nueva escultura del artista canadiense Timothy Schmalz, «Refugio», que pretende sensibilizar sobre la falta de vivienda. La obra, de hecho, muestra la figura a tamaño natural de un indigente cobijado por una manta tirada por una paloma en vuelo. Fue donado a la Familia Vicentina, que está llevando a cabo la «Campaña de los 13 Hogares» en todo el mundo para proporcionar vivienda a todos aquellos (unos 1.200 millones de personas) que viven en situaciones extremas y precarias, en lugares improvisados que no pueden llamarse hogar.
Entre otras cosas, Schmalz es el autor de la obra ‘Ángeles Sin Saberlo’ sobre la situación de los refugiados, que está instalada de forma permanente bajo las columnas de Bernini desde 2019.