Cultura

Iván Illich. El camino de la convivencialidad

Veinte años después de la muerte de Iván Illich (1926-2002) —humanista polémico y controvertido en su tiempo—, su pensamiento todavía anima a cuestionar la industrialización y a reemplazarla con alternativas más humanas.

Philip Muller y Jaime Nubiola·30 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
illich

“Si la expresión ‘búsqueda de la verdad’ provoca en algunos una sonrisa y les hace pensar que pertenezco a un mundo pasado, no es de extrañar, porque es así” (Últimas conversaciones con Iván Illich, p. 205). Tal vez la afirmación de que la inquietud por la verdad pasa por la pérdida de familiaridad con el presente explique el desconcierto y la admiración que suscita el pensamiento del atípico Iván Illich.

Pensadores como Giorgio Agamben, Michel Foucault y Eric Fromm han encontrado en sus análisis inspiración y nuevas perspectivas. Más recientemente, el prestigioso filósofo canadiense Charles Taylor, no dudaba en referirse a Illich como una “gran voz en los márgenes” comparable a Nietzsche: “Illich ofrece una nueva hoja de ruta […], y lo hace simplemente sin caer en los clichés del antimodernismo” (Últimas conversaciones con Iván Illich, pp. 14 y 18).

Hijo de padre dálmata y católico y de madre austriaca y judía, Illich nace en Viena el 4 de septiembre de 1926. Huyendo del Tercer Reich, su familia se asienta en Italia en 1942. En los siguientes nueve años, Illich estudia Cristalografía en la Universidad de Florencia y, ya en Roma, Filosofía y Teología en la Pontifica Universidad Gregoriana; también se doctora en historia medieval en la Universidad de Salzburgo.

Tras ordenarse sacerdote en 1951, parte hacia Nueva York, donde residirá hasta 1960. Su labor pastoral con la comunidad portorriqueña de esta ciudad -en concreto, la necesidad de formar a hombres y mujeres de Iglesia que dominasen el castellano y entendieran las costumbres y tradiciones de los nuevos inmigrantes- le inspirará la fundación del Centro Intercultural de Formación (CIF), que posteriormente se transformará en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), en Cuernavaca, México.

Las puertas del CIDOC permanecerán abiertas hasta 1976. A raíz de sus investigaciones y discusiones en Cuernavaca, Illich publicará durante los setenta lo que denominará con gran acierto sus “panfletos”, los libros que más fama le han dado y que le han retratado para la posteridad como crítico de la industrialización y de la ideología del desarrollo. Sus títulos más conocidos son La sociedad desescolarizada (1970), La convivencialidad (1973), Energía y equidad (1973) y Némesis médica (1975). 

La fuerza de la crítica de Illich a la industrialización reside en su sencillez: “Cuando una iniciativa sobrepasa cierto umbral […], primero destruirá el fin para el cual fue concebida y luego se convertirá en una amenaza para la sociedad en sí misma” (La convivencialidad, p. 50).

Pasado un cierto límite, por ejemplo, el automóvil solo multiplica los kilómetros que en principio había prometido reducir y, para entonces, la propulsión a motor ya ha mutado y se ha impuesto como único modo de transporte válido. “Semejante proceso de crecimiento pone al hombre ante una exigencia fuera de lugar: encontrar satisfacción en la sumisión a la lógica de la herramienta” (p. 113).

Illich identifica dinámicas similares en los sistemas educativos y sanitarios contemporáneos. El automóvil priva a las personas de la capacidad política de caminar, tanto como el hospital moderno de su capacidad de sanar y sufrir, y la escuela —transformada en agente de una educación universal que homogeneiza— de su derecho a aprender. Tales privaciones generan a su vez efectos perversos imprevisibles.

Uno de ellos es la figura del “usuario”, el producto más acabado de la industrialización. Esta suerte de turista de su propia vida “vive en un mundo ajeno al de las personas dotadas de la autonomía de sus miembros” (Obras reunidas I, p. 338). Al utilizar unas herramientas que no entiende, el usuario es sencillamente incapaz de dominarlas. Junto a él aparecen el experto -que conoce, controla y decide sobre la tecnología- y el marginado -quien, al carecer de los recursos con que costeársela, no puede realizarse en una sociedad industrializada. Abandonada a su propia lógica, la industrialización genera una dependencia y desigualdad radicales.

Frente al exceso industrial, Illich recomienda la convivencialidad: “Llamo sociedad convivencial a aquella en que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada en la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas” (p. 374).

Así como el consumo de energía no debe sobrepasar los límites metabólicos, el uso correcto de cualquier tecnología siempre debe ser austero: “La austeridad forma parte de una virtud que es más frágil, que la supera y la engloba: la alegría, la eutrapelia, la amistad (Obras reunidas I, p. 374). 

En todos sus libros, Illich detalla cómo podría plantearse una alternativa real al modelo industrial occidental. También señala los riesgos, tanto psicológicos como estructurales, que esa alternativa entraña, por necesaria y utópica que resulte.

Por lo pronto, cabe señalar que la propuesta política de Illich, de un realismo atento a las capacidades de cada persona, podría resumirse en dos palabras: energía y amistad.

El mismo Illich reconoce que su peculiar realismo está enraizado en el misterio y realidad de la Encarnación. También cabría añadir que hunde sus raíces en una cierta tradición tomista: al final de sus días, todavía se refería a Jacques Maritain como a su maestro.

Aunque abandonó el sacerdocio en 1969 para evitar ser motivo de división dentro y fuera de la Iglesia, Illich nunca renunció a su fe, libre y profundamente vivida, y a su amor por los grandes autores medievales. De hecho, su último libro, En el viñedo del texto (1993), está dedicado a Hugo de San Víctor. Como bien resume Taylor, “este mensaje surge de una determinada teología, pero debiera ser escuchado por todos” (Últimas conversaciones con Iván Illich, p. 18).

El autorPhilip Muller y Jaime Nubiola

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