Hace unos años, a “la mujer más poderosa del Opus Dei”, como la calificaron algunos medios, le diagnosticaron un cáncer. El mundo apenas se estaba recuperando de la pandemia COVID19 e Isabel Sánchez empezó una etapa en la que hospitales, enfermeras, oncólogos y salas de espera comenzaron a formar parte de su rutina habitual.
Como ella misma recuerda, “yo me pensaba que estaba bien y de repente tu cuerpo te lleva la contraria”. Por aquel entonces, acababa de publicar su libro Mujeres Brújula en un bosque de retos y, verse en la piel del “cuidado”, de la persona que necesita ser atendida física y también anímicamente, la llevó a concebir la idea de Cuidarnos, su segundo libro en el que trata específicamente de la grandeza del cuidado y del cuidador, así como la necesidad de una sociedad vinculada y afectiva.
De todo ello, Isabel Sánchez ha hablado en esta entrevista con Omnes en la que destaca, entre otras cosas
Todo libro tiene un proceso. En el caso de Cuidarnos, ¿cómo pasa de la idea a la escritura?
–El germen está en Mujeres Brújula en un bosque de retos. Ya ahí comienzo a plantearme los retos de la sociedad en la que vivo. Me hago más consciente de toda esa enseñanza del Papa Francisco sobre la cultura del descarte que se completa con la enseñanza de san Juan Pablo II sobre la vida. Sobre todo, influye toda esa constante del Papa Francisco en señalar que vivimos en la encrucijada entre descartar o cuidar. Eso constituye el corazón de este libro.
Junto a todo esto, la vida -con la enfermedad- te pone en la posición de ser cuidado y te das cuenta de que no todos tenemos esta mentalidad. Sobre todo, cuando te sientes más autónoma, que fue lo que me pasó a mi.
A mi me diagnosticaron una enfermedad grave en un momento en el que habría jurado que estaba fenomenal. Entonces, te das cuenta que eres una de tantas millones de mujeres con ese mismo diagnóstico y con esa misma realidad. Y no sólo por una enfermedad grave, sino que todos vamos a tener que ser cuidados.
¿Qué nos pasa? ¿Por qué negamos entonces esa realidad tan evidente?
–Creo que vamos a una sociedad que va a implosionar. No nos van a poder cuidar, a no ser que nos propongamos reconstruirla de otro modo, tanto en infraestructura, como en economía, etc…. Y especialmente, reconstruirla de fondo, en cuanto a corazón, a cultura.
Nuestra sociedad, como ha mercantilizado la persona, lo ha mercantilizado todo, incluso el cuidado. ¿Cuál es la opción que presenta como más rápida, fácil y que disfraza de mas digna?: “Elige morir”. Me parece penoso que, en el siglo XXI, con todos los adelantos técnicos, con la capacidad de educación que tenemos, ésa sea nuestra pobre respuesta y no podamos decir, “tu vida vale la pena hasta el final y vale la pena para mí, estado; para mí, vecino; para mí, familiar… y para ti mismo. Todos estamos de acuerdo, vamos a cuidarla”.
Habla de un cambio cultural. ¿No es un planteamiento utópico?
–Es una cosa de muchos años, por supuesto. Pero si nos roban esa capacidad de soñar, ¡se acabó!
El libro es, en parte, una pequeña semilla de revolución, de continuar una revolución que no es mía si no que han empezado muchos factores: pensadores, las impulsoras de la ética del cuidado, la corriente cristiana desde hace 21 siglos y un Papa que amplifica todo este mensaje.
¡Claro que se puede! Hay mucha gente apasionada del cuidado trabajando en esto.
Cuidarnos
Aún así, ¿seguimos viendo el cuidado como una carga?
–Porque a veces es una carga.
En el libro se trata el cuidado como florecimiento, fatiga y fiesta. Pero fatiga hay. Mucho más si no hay reconocimiento social, si no hay valorización, retribución. Entonces, sí es una carga. Podemos y debemos cambiar eso.
¿Cómo equilibrar el papel del cuidado y del cuidador?
–Creo que nos falta reflexión sobre qué aporta una persona cuidada. Por eso nos sentimos, a veces, inútiles, o como un freno. Estamos tan imbuidos de la lógica de la productividad, de la eficiencia, de una lógica mercantil, al fin y al cabo, que nos parece que, si no damos producción, resultados, economía, no estamos aportando.
Sin embargo, una persona que esta siendo cuidada aporta humanidad, aporta posibilidad de misericordia, aporta gratuidad, y oportunidad de gratuidad para el que cuida.
Una persona que se deja cuidar bien, con agradecimiento, con justicia -que significa que demanda los cuidados necesarios y no otros- tiene mucho que aportar. En la persona cuidada falta, en ocasiones, esa reflexión de autoconciencia del valor que aporta en esa posición.
¿Esa es una reflexión que sólo puede hacer la persona cuidada?
–Es imprescindible hacerla en conjunto. Porque si quien es cuidado considera que está aportando, pero el otro no se lo reconoce….
Se puede establecer un circulo virtuoso entre la persona que cuida y la persona cuidada. Emerge una relación nueva, que aporta a la humanidad algo nuevo. Y lo que aporta, es precisamente magnanimidad en el cuidador y gran humanidad.
Este mundo tecnologista no puede llevarnos a un estado de frialdad, sin sentimientos, sin espacio para esa amalgama de autonomía y vulnerabilidad, que es lo plenamente humano.
Usted habla de la pandemia, del dolor como una oportunidad. ¿Siempre se sale mejor del dolor?
–Creo que el dolor, el impacto, es una gran oportunidad. Todas las revoluciones parten del dolor. Eso es así. Nos hemos convertido en un mundo tan acelerado, superficial y disperso que no aprovechamos bien esas oportunidades.
La pandemia ha sido una gran sacudida, nos ha hecho conscientes de muchas realidades. Sí que creo que hay personas que han cambiado a mejor tras la pandemia y cosas que pueden ir cambiando a mejor. Aún es pronto quizás y a esto se une que teníamos hábitos, muy arraigados, de individualismo, indiferentismo…
La peor pandemia que sufrimos es la superficialidad, no tener tiempo de reflexionar y de pensar qué consecuencias personales saco de estas situaciones. Para que de la pandemia saquemos una sociedad mejor tenemos que salir mejor cada uno. Eso es una elección personal y estamos todavía a tiempo.
Me pasa a mí también, que intento reflexionar, y en no pocas ocasiones tengo que pararme y volver a preguntarme: “Yo, ¿salí mejor?” Y se me enciende la luz, porque ya se me había olvidado esta cuestión, debido al acelere que llevamos. Esa luz me dice “¡Acuérdate! Que ya has tenido dos trallazos que te hablan de las cosas importantes que has de priorizar”. Es un camino a ser mejores, pero hay que proponérselo.
Dios es un gran cuidador y está pendiente de cada uno
Isabel Sánchez. Autora de «Cuidarnos»
¿Somos conscientes de que necesitamos al otro? ¿Nos “escondemos” de esta necesidad?
–Diría que si. Para mi fue muy revelador ver una serie de anuncios publicitarios de Navidad, en la época de pandemia y el tema eran los vínculos, las relaciones. En todos.
Este año, por ejemplo, nos contaban la dicha tener gente con la que compartir alegrías. Ese anhelo que tenemos tan fuerte no nos lo puede borrar nadie. Queremos eso. Entonces, ¿por qué no construir un mundo que nos permita tenerlo? ¿Por qué se apuesta por el divorcio express? ¿Por qué no invertimos nuestras mejores energías en conservar la relación con el otro para no descartarla tan rápido?
Tenemos un recorrido que hacer: reflexionar y construir. Ésta es la propuesta del libro.
Como persona entregada a Dios en el Opus Dei. ¿Podemos construir una sociedad vinculada sin terminar en Dios?
–El hombre tiene un gran anhelo de Dios. Cuando hablamos de ansia de comunión, de entrar en verdad en el otro, de alguien que nos haga crecer, que nos custodie, que nos valore…, quizás sin fe estamos imaginando a alguien “perfectísimo” e inalcanzable. Pero lo que ocurre es que, en el fondo, somos infinitos y eso solo lo puede llenar un infinito.
La buena noticia es que Dios es un gran cuidador y está pendiente de cada uno. Está diciendo: “Te quiero llenar todos esos deseos que tienes. Déjame estar cerca. Déjame apostar por ti, porque lo único que voy a hacer es afirmarte”.