El Papa ha querido señalar cómo “esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio, porque el evento de la muerte y resurrección –como un rayo – arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús” puesto que suponen “la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte”.
Oración de intimidad en medio del sufrimiento
El Papa ha querido centrar su catequesis en la oración de Cristo en medio del terrible sufrimiento de su Pasión y muerte en la Cruz. Momentos en los que asaltado por una angustia mortal, Jesús, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, “esta palabra aramea – la lengua de Jesús – expresa intimidad y confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: ¡Abbà! Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra ‘Padre'» ha subrayado el Papa Francisco que ha querido añadir además cómo “en medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos”.
«En el último tramo de su camino, se hace más ferviente la oración de Jesús”
Francisco se ha detenido en otro punto, ligado además a la catequesis de la semana pasada: la oración de intercesión que Cristo realiza por cada uno de nosotros, la llamada la “oración sacerdotal” que Jesús dirige al Padre en el momento “en el que la Hora se acerca, y Jesús hace el último tramo de su camino, se hace más ferviente su oración, y también su intercesión a nuestro favor”.
Una oración que nos recuerda, ha querido subrayar el Santo Padre, que “incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo”. Una idea que ha recogido también en su saludo a los peregrinos de diversas lenguas después de la catequesis.
Texto completo de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.
Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. De hecho, estos sucesos culminantes constituyen el núcleo central de la predicación cristiana, el kerygma: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección –como un rayo – arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús.
Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: está la salvación, y no una salvación episódica – la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo – sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.
En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente inmerso en la oración. Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr Mc 14,36). Esta palabra aramea – la lengua de Jesús – expresa intimidad y confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: ¡Abbà! Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 2). En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor sin reservas de su Hijo como precio de nuestra salvación: Jesús, cargado con todo el pecado del mundo, desciende en el abismo de la separación de Dios. Sin embargo, se dirige de nuevo a Él invocando: “¡Dios mío!”.
Jesús permanece inmerso en su filiación también en ese momento extremo, hasta el último aliento, cuando dice: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46). Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Con la resurrección el Padre responderá a su oración.
Jesús reza también de forma muy humana, desplegando la angustia de su corazón. Reza sin renunciar nunca a la confianza en Dios Padre.
Para sumergirnos en el misterio de la oración de Jesús, tan intensa en los días de la pasión, podemos detenernos sobre la que es la oración más larga que encontramos en los Evangelios y que es llamada la “oración sacerdotal” de Jesús, narrada en el capítulo 17 del Evangelio de Juan. El contexto sigue siendo el pascual: estamos al final de la Última Cena, en la cual Jesús instituye la Eucaristía. Esta oración – explica el Catecismo – «abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección» (n. 2746). En el momento en el que la Hora se acerca, y Jesús hace el último tramo de su camino, se hace más ferviente su oración, y también su intercesión a nuestro favor.
El Catecismo explica que todo se resume en esa oración: «Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en Él por su palabra, la humillación y su gloria» (n. 2748). Las paredes del Cenáculo se extienden para abrazar al mundo entero; y la mirada de Jesús no cae solo sobre los discípulos sus comensales, sino que nos mira también a todos nosotros, como si quisiera decir a cada uno: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”.
Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. Esto me parece lo más bonito para recordar, concluyendo este ciclo de catequesis dedicadas al tema de la oración: la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo.
Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que decir: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy terminamos las catequesis sobre la oración. Una de las características más evidentes de la vida de Jesús es su diálogo con el Padre en la oración y, como testimonian los Evangelios, este diálogo se hizo aún más intenso en la hora de su pasión y su muerte. En el huerto de los Olivos, Jesús reza con temor y angustia, y se dirige a Dios llamándolo “Abbá”, es decir, “Papá”, una palabra aramea que expresa intimidad y confianza.
También en la oscuridad y el silencio de la cruz Jesús invoca a Dios como Padre. En ese
momento, en medio de atroces dolores, Jesús es el intercesor absoluto. Pide por los demás, por todos, incluso por quienes lo condenan. Suplica con palabras de los salmos, uniéndose a los pobres y olvidados del mundo. Desahoga la angustia de su corazón de manera muy humana, sin dejar de confiar plenamente en el Padre, consciente de su filiación divina hasta el último respiro en la cruz, cuando entrega su alma en las manos del Padre. Para adentrarnos en el misterio de la oración de Jesús nos detenemos en la llamada “oración sacerdotal”, recogida en el capítulo 17 del Evangelio de Juan. El contexto de esta oración es pascual.
Jesús se dirige al Padre al final de la Última Cena, en la que instituye la Eucaristía. En su oración va más allá de los comensales, intercede y abraza al mundo entero, su mirada nos alcanza a todos. Esto nos recuerda que, aun en medio de los más grandes sufrimientos, no estamos solos, ya hemos sido acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en comunión con el Espíritu Santo.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que hay tantos. Al finalizar estas catequesis sobre la oración, no olvidemos que Jesús no sólo nos “amó” primero, sino que también “rezó” primero por nosotros. Jesús ha rezado antes por nosotros. Ç
Por eso, con nuestra oración y nuestra vida digámosle: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.