La misión de la Iglesia es, sin duda, de carácter espiritual, pero su actividad tiene una benéfica repercusión sobre la economía. Así lo demuestran los últimos estudios publicados por la CEE.
— Enrique Carlier
En estas últimas semanas y dentro del contexto de la campaña para la declaración del impuesto sobre la renta, la Conferencia Episcopal Española (CEE) está llevando a cabo una loable labor de transparencia al facilitar a la opinión pública abundante información no sólo de las actividades de la Iglesia y de cómo emplean los 250 millones de euros que aproximadamente recibe cada año de los contribuyentes, sino también del impacto económico que tiene todo el conjunto de su actividad cultural, caritativa, litúrgica y educativa.
Ciertamente, se puede afirmar que a la sociedad española le ha tocado la lotería con la Iglesia, con su rico patrimonio cultural y con todo ese cúmulo de actividades, iniciativas y esfuerzos de personas e instituciones eclesiales que luego revierte –ya sea de manera directa o indirecta– en beneficio de todos. Nadie con un poco de objetividad pone en duda esta realidad. Lo difícil es cuantificarla. Y en eso está ahora la CEE, particularmente su Vicesecretaría para asuntos económicos.