En el panorama científico español, Alfonso Carrascosa se alza como un puente entre dos mundos a menudo percibidos como dispares: la ciencia y la fe. Su enfoque, que desafía la supuesta dicotomía entre ambas esferas, se nutre de un profundo conocimiento de la historia de la ciencia en España.
Carrascosa, doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid, ha dedicado gran parte de su carrera a la microbiología. Un giro en su trayectoria lo condujo hacia la investigación de la historia de la ciencia. Su trabajo explora cómo la ciencia y la fe no sólo pueden coexistir, sino colaborar de manera fructífera, enriqueciendo el conocimiento humano.
En el marco del 85 aniversario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), conversamos con él sobre los comienzos de la institución y los protagonistas que, tras la Guerra Civil, hicieron posible su creación. En los últimos años, ha publicado varios libros, entre ellos Iglesia Católica y ciencia en la España del Siglo XX, y dictado conferencias sobre los orígenes católicos del CSIC. Ha rescatado historias de científicos que realizaron su trabajo profesional sin renunciar a sus creencias. El 24 de noviembre de 1939, mediante Ley fundacional publicada en el Boletín Oficial del Estado (28 de noviembre de 1939), se crea el Consejo Superior de Investigaciones Científicas asumiendo las competencias y locales de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE)
¿Cuáles fueron los orígenes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el contexto histórico en el que se fundó?
El CSIC nace en 1939, en un contexto complejo marcado por el término de la Guerra Civil Española y el inicio del régimen franquista. Se crea como parte de un esfuerzo por reconstruir el panorama científico del país, continuando el legado de la llamada Edad de Plata de la ciencia española. Este período, que abarcó desde finales del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX, fue fundamental para sentar las bases de la investigación y el desarrollo en España.
Es importante destacar que si bien la Edad de Plata se asocia a instituciones laicas como la Institución Libre de Enseñanza, este periodo no se reduce únicamente a ellas. La realidad es que la Edad de Plata albergó a científicos de diversas ideologías, incluyendo a figuras católicas como Joaquín Costa y Lucas Mallada, quienes formaron parte del regeneracionismo español. Su influencia fue clave en la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) en 1907. Este desarrollo institucional tuvo lugar en el contexto de la monarquía parlamentaria confesional católica de Alfonso XIII.
El CSIC, en este sentido, surge como un producto tardío de este movimiento regeneracionista, impulsado por personas formadas gracias a las becas de la JAE. Es decir, sus fundadores fueron miembros de la Edad de Plata, herederos indiscutibles de esa época.
¿Quiénes fueron las figuras clave que impulsaron la creación del CSIC?
La creación del CSIC el mismo año en que concluyó la Guerra Civil española, refleja el interés del Ministerio de Educación Nacional por recuperar y superar el nivel científico que España había alcanzado en el primer tercio del siglo XX. La Ley Fundacional del CSIC, promulgada el 24 de noviembre de ese año, fue obra tanto de José Ibáñez Martín, entonces ministro de Educación Nacional, como de José María Albareda Herrera, un científico de gran prestigio.
El CSIC simbolizó un paso decisivo en la renovación científica de la España de posguerra. Su liderazgo inicial estuvo en manos de un grupo de destacados científicos, todos católicos practicantes y figuras reconocidas de la Edad de Plata: José Ibáñez Martín, quien asumió la presidencia; José María Albareda Herrera, como primer secretario general; el químico Antonio de Gregorio Rocasolano, vicepresidente primero; el arabista y sacerdote Miguel Asín Palacios, vicepresidente segundo; y el ingeniero agrónomo Juan Marcilla Arrazola, vicepresidente tercero. Este equipo impulsó la misión del CSIC de revitalizar la ciencia en España y de abrir un nuevo capítulo en la historia de la investigación científica en el país.
¿De qué manera influyeron las experiencias personales y profesionales de José Ibáñez Martín y José María Albareda en su visión para fundar el CSIC?
José Ibáñez Martín estudió Letras, obteniendo dos licenciaturas. Sin embargo, cuando se encontraba en los cursos de doctorado, su padre falleció, dejando a la familia en una situación económica difícil. Ante esto, Ibáñez Martín decidió presentarse a las oposiciones para Catedrático de Instituto, logrando el primer puesto a nivel nacional. Poco después, inició una carrera política y fue elegido parlamentario en la Segunda República, representando a la Confederación Española de Derechas Autónomas. Además, formaba parte de la Asociación Católica de Propagandistas.
Cuando estalló la Guerra Civil, Ibáñez Martín se encontraba en El Escorial con su familia. Al enterarse de que en Madrid estaban asesinando a políticos conservadores, optó por no regresar y, con su esposa embarazada y sus hijos, se refugió en la embajada de Turquía. En esas difíciles condiciones, su esposa dio a luz, pero el bebé falleció debido a la falta de higiene y recursos. Tras meses en condiciones extremas, la familia consiguió viajar a Valencia y luego embarcarse hacia Turquía, en un traslado respetado por las autoridades.
Durante el exilio, enfrentó dificultades económicas y fue depurado por el gobierno del Frente Popular, que cesó a los funcionarios que no se presentaron a sus puestos. En 1937, se trasladó a Burgos, donde tomó contacto con José María Albareda.
Por su parte, Albareda era un científico destacado que se había formado con becas de la Junta para Ampliación de Estudios, doctorándose en Farmacia y Química, y especializándose en edafología, una ciencia de gran importancia para el sector agrícola en España. Durante la guerra, Albareda también fue depurado por el gobierno republicano. Por entonces, conoció a Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, y en 1937 pidió la admisión como numerario. Al igual que Escrivá, Albareda sufrió persecuciones y se vio obligado a cambiar de residencia en varias ocasiones.
Junto a algunos de los primeros miembros del Opus Dei, Albareda ayudó a Escrivá a escapar de Madrid, llevándolo a través del Pirineo hasta Burgos. Fue en esta ciudad donde Albareda e Ibáñez Martín comenzaron a trabajar en la estructura del futuro CSIC.
En 1959, Albareda fue ordenado sacerdote, aunque continuó toda su actividad profesional. Al año siguiente, fue nombrado primer rector de la Universidad de Navarra, cargo que ocupó hasta su fallecimiento. Al mismo tiempo, continuó desempeñando su labor como secretario general del CSIC, de manera altruista y sin recibir remuneración.
Tras la guerra, Ibáñez Martín fue nombrado Ministro de Educación Nacional y su experiencia e ideas lo llevaron a impulsar el CSIC. Albareda, con su experiencia como científico perfiló líneas generales del proyecto como la organización de algunos institutos y los investigadores que han de estar al frente de ellos, así como también sobre los temas de estudios científicos, nuevos ensayos y experimentos de investigación, becas, premios, etc.
¿Cuáles fueron los principales aportes de José María Albareda al CSIC y qué aspectos de su labor científica lo consolidaron como una figura destacada de su época?
José María Albareda desempeñó un papel fundamental en el fortalecimiento de las ciencias experimentales dentro del CSIC, destacando por su conocimiento profundo en investigación científica. A través de su labor, logró conectar al CSIC con los centros de investigación más avanzados de Europa, posicionando a la ciencia experimental en un lugar central dentro de la institución.
Además, Albareda logró reunir a un grupo destacado de químicos, físicos y biólogos dentro del CSIC, quienes trabajaron estrechamente en el desarrollo de estas disciplinas. Un ejemplo de esta cooperación fue la fundación del Centro de Investigaciones Biológicas, que se convirtió en un centro clave para la investigación científica en España. En este entorno, Albareda fomentó un ambiente de trabajo colaborativo, en el que científicos de diversas áreas compartían conocimientos y desarrollaban proyectos conjuntos.
Su apertura y neutralidad política también fueron aspectos notables de su liderazgo. En un contexto de tensiones políticas, Albareda formó un equipo diverso y evitó cualquier tipo de discriminación ideológica. Gracias a esta postura inclusiva, muchos científicos, incluso aquellos con ideologías opuestas al régimen, encontraron oportunidades de desarrollo en sus carreras basadas en su mérito científico. Esta actitud favoreció el crecimiento de áreas como la microbiología y la bioquímica en el ámbito nacional.
Su compromiso con la ciencia no se limitó a la investigación, sino que también impulsó la incorporación de la mujer a la investigación científica, un aspecto crucial en la historia del CSIC, donde las mujeres eran una minoría en la plantilla y desempeñaban principalmente tareas administrativas. Su visión y dedicación lo posicionaron como una figura clave en el desarrollo científico y educativo de su tiempo.
¿Cuál es el papel actual del CSIC en la ciencia española y cómo se mantiene como un referente en investigación a nivel global?
El CSIC, desde sus inicios fue una institución clave para la descentralización de la investigación, un objetivo prioritario de los impulsores como José Ibáñez Martín y José María Albareda. Este componente descentralizador fue un factor fundamental para el modelo organizativo del CSIC, que cuenta con una extensa red de centros en todas las comunidades autónomas de España. De hecho, el CSIC se ha consolidado hoy como la institución científica más importante de España, siendo reconocido por los españoles como el principal referente de la ciencia en el país.
A nivel global, el CSIC ocupa un lugar destacado entre las instituciones científicas más relevantes, figurando entre las tres más importantes de Europa y entre las diez primeras del mundo. Su prestigio es incontestable y su influencia sigue creciendo, consolidándose como una de las piedras angulares de la ciencia en España y un modelo de excelencia científica. Con un equipo cercano a las 15.000 personas, el CSIC ha sido y sigue siendo un verdadero motor del conocimiento en la investigación científica, heredero de una tradición que, aunque marcada por la diversidad ideológica de su época, sigue impulsando el desarrollo y la innovación en el presente.