A las 18 de la tarde un avión despegaba desde Hungría para llevar al Papa Francisco de vuelta a Roma. Tras unos días completos en la nación húngara, el Santo Padre se despidió en una ceremonia sin discurso en el aeropuerto internacional de Budapest.
Tan solo unas horas antes, Francisco celebraba la Santa Misa en la plaza Kossuth Lajos, donde se encuentra el parlamento de Hungría. Durante la homilía, el Papa invitó a todos los participantes a contemplar la figura del Buen Pastor, Jesucristo, tomando las lecturas de hoy. Por ello, se fijó en dos acciones de Jesús que, como narra el Evangelio, “Él realiza por sus ovejas: primero las llama, después las hace salir”.
La llamada de Dios
Esa inicial llamada del Señor es el origen de la vida nueva. “Al comienzo de nuestra historia de salvación no estamos nosotros con nuestros méritos, nuestras capacidades, nuestras estructuras; en el origen está la llamada de Dios, su deseo de alcanzarnos, su preocupación por cada uno de nosotros, la abundancia de su misericordia que quiere salvarnos del pecado y de la muerte, para darnos la vida en abundancia y la alegría sin fin”.
El Papa recalcó que Cristo, mucho antes de que ninguno de nosotros pudiéramos responder “soportó nuestras iniquidades y cargó con nuestras culpas, conduciéndonos nuevamente al corazón del Padre”. Y no solo eso, sino que “aún hoy, en cada situación de la vida, en aquello que llevamos en el corazón, en nuestros extravíos, en nuestros miedos, en el sentido de derrota que a veces nos asalta, en la prisión de la tristeza que amenaza con encerrarnos, Él nos llama”.
De la llamada universal de Dios nace una de las características esenciales de la Iglesia: la catolicidad. Así lo explicó Francisco en su homilía, “esto es catolicidad: todos nosotros cristianos, llamados por nuestro nombre por el buen Pastor, estamos invitados a acoger y difundir su amor, a hacer que su redil sea inclusivo y nunca excluyente. Y, por eso, todos estamos llamados a cultivar relaciones de fraternidad y colaboración, sin dividirnos entre nosotros, sin considerar nuestra comunidad como un ambiente reservado, sin dejarnos arrastrar por la preocupación de defender cada uno el propio espacio, sino abriéndonos al amor mutuo”.
Una Iglesia en salida
A continuación, el Papa explicó la segunda acción de Cristo que narra el Evangelio. “Primero somos reunidos en la familia de Dios para ser constituidos su pueblo, pero después somos enviados al mundo para que, con valentía y sin miedo, seamos anunciadores de la Buena Noticia, testigos del amor que nos ha regenerado”.
Es el mismo Señor quien “nos impulsa a ir al encuentro de los hermanos. Y recordémoslo bien: todos, sin excepción, estamos llamados a esto, a salir de nuestras comodidades y tener la valentía de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”.
Pero, ¿qué significa realmente ser una Iglesia en salida? El Santo Padre lo resumió en una sola frase durante la predicación: “estar en salida”significa para cada uno de nosotros convertirse, como Jesús, en una puerta abierta”.
Francisco insistió en esta idea realizando una petición dirigida a todos. “Por favor, ¡abramos las puertas! También nosotros intentemos —con las palabras, los gestos, las actividades cotidianas— ser como Jesús, una puerta abierta, una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie, una puerta que permite entrar a experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor”.
Por último, el Papa quiso mandar a todos los cristianos, y en especial a los húngaros, unas palabras de ánimo. Pidió que “no nos desanimemos nunca, no nos dejemos robar nunca la alegría y la paz que Él nos ha dado; no nos encerremos en los problemas o en la apatía. Dejémonos acompañar por nuestro Pastor; con Él, nuestra vida, nuestras familias, nuestras comunidades cristianas y toda Hungría resplandezcan de vida nueva”.
Santa María, Reina y patrona
El Santo Padre rezó el Regina Caeli y pronunció una breve meditación, al igual que cuando preside la oración desde el Vaticano. En sus palabras agradeció a los representantes políticos, diplomáticos y autoridades su presencia. También se dirigió a los sacerdotes, seminaristas, consagrados, miembros del clero y representantes de otras religiones para agradecer su colaboración y asistencia.
En la meditación, quiso poner a todos los húngaros bajo la protección de la Virgen María. Incluyó en esta petición a toda Europa diciendo: “desde esta gran ciudad y desde este noble país quisiera confiar de nuevo a su corazón la fe y el futuro de todo el continente europeo, en el que he estado pensando estos días y, de modo particular, la causa de la paz”.
El Papa continuó su oración: “Tú eres la Reina de la paz, infunde en los corazones de los hombres y de los responsables de las naciones el deseo de construir la paz, de dar a las jóvenes generaciones un futuro de esperanza, no de guerra; un futuro lleno de cunas, no de tumbas; un mundo de hermanos, no de muros”.
Y finalizó con las siguientes palabras: “Te pedimos por la Iglesia en Europa, para que encuentre la fuerza de la oración; para que descubra en ti la humildad y la obediencia, el ardor del testimonio y la belleza del anuncio. A ti te encomendamos esta Iglesia y este país”.
Cultivar el saber
Durante su último encuentro, el Papa Francisco se reunió con representantes del mundo cultural y del ámbito académico. Al inicio de su discurso, tomando como imagen el río Danubio, se detuvo un momento para hablar sobre la cultura que “en cierto sentido, es como un gran río: recorre varias regiones de la vida y de la historia poniéndolas en relación, permite navegar en el mundo y abrazar países y tierras lejanas, sacia la mente, riega el alma, hace crecer a la sociedad. La misma palabra cultura deriva del verbo cultivar. El saber conlleva una siembra cotidiana que, penetrando en los surcos de la realidad, da fruto”.
El Papa tomó de los escritos de Romano Guardini distintos ejemplos para hablar sobre la cultura. Frente a un análisis sombrío que podría hacerse acerca del saber y la técnica usados únicamente para obtener poder, Francisco pidió que las universidades se conviertan en lo contrario. “La universidad es, en efecto, como indica el mismo nombre, el lugar donde el pensamiento nace, crece y madura abierto y sinfónico. Es el templo donde el conocimiento está llamado a liberarse de los límites estrechos del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, en cultivo del hombre y de sus relaciones fundamentales: con el trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”.
Cultura y contemplación
La cultura, bien entendida, “ahonda en la contemplación y moldea personas que no están a merced de las modas del momento, sino bien arraigadas en la realidad de las cosas. Y que, humildes discípulas del saber, sienten que deben ser abiertas y comunicativas, nunca rígidas y combativas”.
De tal manera, queda fuera el inmovilismo, pues “quien ama la cultura no se siente nunca satisfecho, sino que lleva en sí una sana inquietud. Busca, interroga, arriesga y explora; sabe salir de sus propias certezas para aventurarse con humildad en el misterio de la vida, que se armoniza con la inquietud, no con la costumbre; que se abre a las otras culturas y advierte la necesidad de compartir el saber”.
Conocerse a uno mismo
Junto a la cultura crece el conocimiento de sí mismo. El Papa recordó la frase del oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». “Pero, ¿qué significa conócete a ti mismo? Quiere decir saber reconocer los propios límites y, en consecuencia, frenar la propia presunción de autosuficiencia. Nos hace bien, porque es sobre todo reconociéndonos criaturas cuando nos volvemos creativos, sumergiéndonos en el mundo, en vez de dominarlo. Y mientras que el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidad, y es a menudo justamente ahí cuando comprende que depende de Dios y que está conectado con los otros y con la creación”.
Para resumir la idea, Francisco dijo que “conocerse a sí mismo requiere mantener unidas, en una dialéctica virtuosa, la fragilidad y la grandeza del hombre. Del asombro de este contraste surge la cultura; nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta al absoluto. Me gustaría que cultiven este apasionante descubrimiento de la verdad”.
Búsqueda de la verdad
El Papa concluyó su discurso invitando a todos a buscar la verdad, rechazando las ideologías. “Fue Jesucristo quien dijo: «La verdad los hará libres»”.
Por ello, el Santo Padre explicó que “la clave para acceder a esta verdad es un conocimiento que nunca se desvincula del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo. Esto es lo que las universidades están llamadas a cultivar y la fe a alimentar. Les deseo, por tanto, a esta y a todas las universidades, que sean un centro de universalidad y de libertad, una fecunda obra de humanismo, un taller de esperanza”.
Una visita breve y fructífera
Tras el encuentro en la universidad, Francisco se desplazó al aeropuerto internacional de Budapest para tomar un avión a las seis de la tarde que le llevó directamente a Roma, poniendo fin a su viaje apostólico en Hungría.