La homilía del Santo Padre Francisco en la sobria Misa funeral por Benedicto XVI, como quería el Papa emérito, se centró en Jesucristo, y podría sintetizarse en tres ideas.
En primer lugar, la entrega del Señor en manos de su Padre como Pastor y modelo de pastores. Así comenzó su homilía el Romano Pontífice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46). Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro ―podríamos decir―, capaz de confirmar lo que caracterizó toda su vida: una continua entrega en manos de su Padre”.
En segundo lugar, el Papa trazó los perfiles y características de la entrega del Señor en manos de su Padre Dios: dedicación agradecida de servicio; entrega orante y adoradora; y sostenida por el consuelo del Espíritu.
Por último, el Papa señaló cómo ese modelo de Pastor se ha cumplido en Benedicto XVI.
En la parte final, tras citar a san Gregorio Magno, el Santo Padre trazó a grandes rasgos el panorama de la Misa de Exequias: “Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien ha sido su pastor. Como las mujeres del Evangelio junto al sepulcro, estamos aquí con la fragancia de la gratitud y el ungüento de la esperanza para mostrarle, una vez más, el amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo otorgar a lo largo de los años”.
Finalmente, el Papa concluyó retornando a las palabras iniciales de su breve homilía, con una mención expresa al Papa emérito difunto: “Queremos decir juntos: Padre, en tus manos entregamos su espíritu. Benedicto, fiel amigo del Esposo, ¡que tu gozo sea perfecto al oír su voz definitivamente y para siempre!”.
Unas palabras que recordaban a las que mencionó al final del primer Ángelus de este año, en la solemnidad de la Madre de Dios, al día siguiente del fallecimiento de Benedicto XVI, al que llamó fiel servidor del Evangelio y de la Iglesia”:
“El inicio de un nuevo año está encomendado a María Santísima, que hoy celebramos como Madre de Dios. En estas horas invocamos su intercesión en particular para el Papa emérito Benedicto XVI, que ayer por la mañana dejó este mundo. Nos unimos todos juntos, con un único corazón y una única alma, al dar gracias a Dios por el don de este fiel servidor del Evangelio y de la Iglesia”.
“Se dejó cincelar por la voluntad de Dios”
En su bella homilía, el Papa, que se refirió a Jesús en todo momento, describió las “manos de perdón y compasión, manos de curación y misericordia, manos de unción y bendición, que le impulsaron a entregarse también en manos de sus hermanos. El Señor, abierto a las historias que encontró en su camino, se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta que vio sus manos plagadas de amor: ‘Mira mis manos’, le dijo a Tomás (Jn 20,27), y nos lo dice a cada uno de nosotros”.
“Manos heridas que se tienden y no cesan de ofrecerse, para que conozcamos el amor que Dios nos tiene y creamos en él (cf. 1 Jn 4,16)”, continuó el Romano Pontífice. ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ es la invitación y el programa de vida que susurra y quiere moldear como un alfarero (cf. Is 29,16) el corazón del pastor, hasta palpitar en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2,5)”.
Al enumerar los rasgos de esa entrega, el Papa habló de una “dedicación agradecida de servicio al Señor y a su pueblo que nace de haber aceptado un don totalmente gratuito: «Me perteneces… les perteneces», balbucea el Señor; “estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas”.
“Dedicación orante, silenciosamente moldeada y refinada en medio de las encrucijadas y contradicciones que debe afrontar el pastor (cf. 1 Pe 1,6-7) y la invitación confiada a apacentar el rebaño (cf. Jn 21,17)”, prosiguió el Santo Padre. “Como el Maestro, lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el cansancio de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad debe luchar y los hermanos ven amenazada su dignidad (cf. Hb 5,7-9)”.
“En este encuentro intercesor, el Señor va generando la mansedumbre capaz de comprender, acoger, esperar y apostar más allá de las incomprensiones que esto pueda provocar. Mansedumbre invisible y esquiva, que proviene de saber en manos de quién se deposita la confianza (cf. 2 Tim 1,12)”, añadió.
“Pastorear significa estar dispuesto a sufrir”
“Confianza orante y adoradora”, señaló Francisco, “capaz de interpretar las acciones del pastor y de adaptar su corazón y sus decisiones a los tiempos de Dios (cf. Jn 21,18): Pastorear significa amar, y amar significa también estar dispuesto a sufrir. Amar significa: dar a las ovejas el verdadero bien, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios, el alimento de su presencia”.
Y también, por último, “dedicación sostenida por el consuelo del Espíritu, que le precede siempre en la misión: en la búsqueda apasionada de comunicar la belleza y la alegría del Evangelio (cf. Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 57), en el testimonio fecundo de quienes, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa paz dolorosa pero robusta que ni asedia ni subyuga; y en la esperanza obstinada pero paciente de que el Señor cumplirá su promesa, como prometió a nuestros padres y a su descendencia para siempre (cf. Lc 1, 54-55)”.
“Confiar a nuestro hermano a las manos del Padre”
“También nosotros”, subrayó el Papa, “firmemente unidos a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, deseamos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano a las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él derramó y testimonió durante su vida (cf. Mt 25, 6-7)”.