Persevera y triunfarás. Como vienen reclamando durante años los líderes indígenas canadienses, en el Vaticano, el primero de abril, el Papa pidió perdón personalmente a los autóctonos de Canadá por los sufrimientos coloniales en los que católicos tuvieron parte. En efecto, no habían satisfecho las repetidas disculpas y compensaciones financieras de obispos y congregaciones religiosas canadienses a partir de los años 1990. Querían una petición de perdón papal. La consiguieron con creces.
Tras tres reuniones esta semana en el Vaticano con tres grupos diferentes de indígenas (Asociación de Primeras Naciones, Mestizos, Inuit), que se prolongaron por horas, en este encuentro de 50 minutos del viernes 1 de abril Francisco les prometió repetir su disculpa en sus tierras ancestrales: querría ir, les anunció, para festejar con ustedes la fiesta de la abuela de Jesús Santa Ana (26 de julio), a la que ustedes le tienen tanta devoción. Y bromeó, en ambiente festivo y distendido amenizado con músicas y danzas típicas, ¡que no vendría a Canadá en invierno! En la imponente Sala Clementina, tres docenas de indígenas del segundo país más grande del mundo, junto con siete obispos canadienses representando a toda la Conferencia Episcopal (que pagó el viaje de todos), escucharon emocionados a un Pontífice también visiblemente conmovido. No faltó la mención del Dios Creador, mentado por algunos indígenas que hablaron. Se comprometieron a “caminar juntos” de ahora en adelante. Una pareja inuit (esquimal) cantó el Padrenuestro en su lengua.
En el discurso en italiano de Bergoglio, poético capolavoro de comprensión, arrepentimiento y advertencia, no sobró ni una palabra. A pesar de lo cual, me atrevo a acortarlo un poquito. Por favor contrastar con el original mi traducción, si se va a citar, ya que a veces parafraseo.
“Queridos hermanos y hermanas, en los últimos días he escuchado con atención vuestros testimonios. Los he llevado a la reflexión y a la oración, imaginando vuestras historias y situaciones. Os estoy agradecido por haber abierto vuestro corazón y porque con esta visita habéis expresado el deseo de caminar juntos. Comienzo con una expresión que pertenece a vuestra sabiduría y que es un modo de ver la vida: ‘Hay que pensar en siete generaciones futuras cuando se toma una decisión hoy’. Es lo contrario de lo que suele suceder en nuestros días, donde se persiguen objetivos útiles e inmediatos sin considerar el futuro de las próximas generaciones. En cambio, el vínculo entre los ancianos y los jóvenes es indispensable. Debe ser cultivado y custodiado, porque permite no invalidar la memoria y no perder la identidad. Y cuando se salvaguardan la memoria y la identidad, mejora la humanidad.”
“También surgió en estos días una bella imagen. Os comparasteis a las ramas de un árbol. Como ellas, habéis crecido en varias direcciones, habéis recorrido diversas estaciones y habéis sido también golpeados por fuertes vientos. Pero os habéis agarrado con fuerza en las raíces, que habéis mantenido sólidas. Y así continuáis dando fruto, porque las ramas se extienden alto solo si las raíces son profundas. Querría mencionar algunos frutos. Antes que nada, vuestro cuidado de la tierra, que no veis como un bien para disfrutar, sino como un don del Cielo; para vosotros la tierra custodia la memoria de los antepasados que descansan ahí y es un espacio vital, donde acoger la propia existencia dentro de un tejido de relaciones con el Creador, con la comunidad humana, con las especies vivientes y con la casa común en la que habitamos. Todo esto os lleva a buscar una armonía interior y externa, a albergar un gran amor por la familia y a tener un vivo sentido de la comunidad. A esto se agregan las riquezas específicas de vuestras lenguas, culturas, tradiciones y formas artísticas, patrimonios que no pertenecen solo a vosotros, sino a la humanidad entera, en cuanto que expresan humanidad.”
“Pero vuestro árbol que trae fruto ha sufrido una tragedia, que me habéis contado en estos días: la del desarraigo. La cadena que transmitió conocimientos y estilos de vida, en unión con el territorio, fue destruida por la colonización, que sin respeto arrancó a muchos de vosotros del ambiente vital e intentó uniformizaros a otra mentalidad. De esa manera vuestra identidad y vuestra cultura fueron heridas, muchas familias separadas, tantos jóvenes resultaron víctimas de esta acción omologatrice, apoyada en la idea que el progreso proviene de la colonización ideológica, según programas estudiados en un escritorio sin respetar la vida de los pueblos. Algo que, por desgracia, sucede también hoy, a varios niveles: las colonizaciones ideológicas. Cuántas colonizaciones políticas, ideológicas y económicas existen todavía en el mundo, impulsadas por la avidez, por la sed del beneficio, insensibles a las poblaciones, a sus historias y a sus tradiciones, y a la casa común de lo creado. Lamentablemente esta mentalidad colonial está todavía muy difundida. Ayudémonos juntos a superarla.”
“A través de vuestras palabras pude tocar con las manos y llevar dentro de mí, con gran tristeza en el corazón, los relatos de sufrimientos, privaciones, tratamientos discriminatorios y varias formas de abuso sufridos por algunos (diversi) de vosotros, en particular en los internados (scuole residenziali). Es escalofriante pensar en esa intención de instilar un sentido de inferioridad, de hacer perder a alguien la propia identidad cultural, de cortar las raíces, con todas las consecuencias personales y sociales que eso comportó y sigue comportando: traumas irresueltos, que se han convertido en traumas intergeneracionales.”
“Todo esto suscitó en mí dos sentimientos: la indignación y la vergüenza. Indignación, porque es injusto aceptar el mal, y es todavía más injusto habituarse al mal, como si fuese una dinámica ineludible provocada por los acontecimientos de la historia. No, sin una indignación firme, sin memoria y sin compromiso de aprender de los errores los problemas no se resuelven, y retornan. Lo vemos en estos días con respecto a la guerra. No se debe nunca sacrificar la memoria del pasado sobre el altar de un presunto progreso.”
“Y siento también vergüenza, dolor y vergüenza por el papel que diversos (diversi) católicos, en especial con responsabilidad educativa, tuvieron en todo lo que os ha herido, en los abusos y en la falta de respeto a vuestra identidad, cultura y hasta vuestros valores espirituales. Todo eso es contrario al Evangelio de Jesús. Por la deplorable conducta de aquellos miembros de la Iglesia católica pido perdón a Dios y querría deciros, de todo corazón: estoy muy afligido. Y me uno a los hermanos Obispos canadienses en pediros perdón. Es evidente que no se pueden transmitir los contenidos de la fe de una manera extraña a esa misma fe: Jesús nos enseñó a acoger, amar, servir y no juzgar; es terrible cuando, precisamente en nombre de la fe, se rinde un contra-testimonio del Evangelio.”
“Vuestra experiencia amplifica en mí aquellas preguntas, muy actuales, que el Creador dirige a la humanidad al comienzo de la Biblia. En primer lugar, después de la falta cometida, pregunta al hombre: ‘¿Dónde estás?’ (Gen 3,9). Poco después, le hace otro interrogante, que no se puede desligar del precedente: ‘¿Dónde está tu hermano?’ (Gen 4,9). ¿Dónde estás, dónde está tu hermano? Son preguntas que debemos repetirnos siempre, son los interrogantes esenciales de la consciencia porque no nos acordamos de estar en esta Tierra como guardianes de la sacralidad de la vida y por tanto custodios de los hermanos, de todo pueblo hermano. Al mismo tiempo, pienso con gratitud en tantos creyentes buenos que, en nombre de la fe, con respeto, amor y amabilidad, enriquecieron vuestra historia con el Evangelio. Me alegra, por ejemplo, pensar en la veneración que se ha difundido entre muchos de vosotros hacia Santa Ana, la abuela de Jesús. Este año yo querría estar con vosotros, en esos días. Hoy necesitamos reconstituir una alianza entre abuelos y nietos, entre ancianos y jóvenes, premisa fundamental para que haya una mayor unidad de la comunidad humana.”
“Confío en que los encuentros de estos días puedan abrir vías ulteriores a recorrer juntos, infundir valentía y acrecentar el esfuerzo a nivel local. Un eficaz proceso de saneamiento requiere acciones concretas. Con espíritu de fraternidad, animo a los Obispos y a los católicos a continuar emprendiendo pasos para la búsqueda transparente de la verdad y para promover la curación de las heridas y la reconciliación; pasos de un camino que permita redescubrir y revitalizar vuestra cultura, aumentando en la Iglesia el amor, el respeto y la atención específica con respecto a vuestras tradiciones genuinas. La Iglesia está de vuestra parte y quiere continuar y caminar con vosotros. El diálogo es la clave para conocer y compartir y los Obispos de Canadá han expresado claramente su compromiso a caminar juntos con vosotros en una vía renovada, constructiva, fecunda, donde podrán ayudar encuentros y proyectos compartidos.”
“Queridísimos, me he enriquecido con vuestras palabras y todavía más con vuestro testimonio. Habéis traído a Roma el sentido vivo de vuestras comunidades. Me gustará aprovecharme aún más del encuentro con vosotros, visitando vuestros territorios nativos, donde viven vuestras familias. ¡No iré en invierno! Os doy ahora el arrivederci in Canada, donde podré expresaros mejor mi cercanía. Os aseguro mientras tanto de mi oración, invocando la bendición del Creador sobre vosotros, vuestras familias y comunidades. No quiero terminar sin decir a ustedes, hermanos Obispos: ¡gracias! Gracias por la valentía. En la humildad: en la humildad se revela el Espíritu del Señor. Frente a historias como estas que hemos escuchado, la humillación de la Iglesia es fecundidad. Gracias por vuestro coraje” (mirando a los siete obispos canadienses, de provincias como Alberta, Saskatchewan y Québec). “¡Y gracias a todos ustedes!” (mirando a los indígenas).
Y después de unos números musicales y oraciones de los autóctonos y de un lindo intercambio de regalos, a veces en lenguas indígenas, el Papa los bendijo en inglés con estas palabras: “God bless you all – the Father, the Son and the Holy Spirit. Pray for me, don’t forget! I’ll pray for you. Thank you very much for your visit. Bye bye!”