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El hecho extraordinario

Un libro que habla sobre la conversión de Manuel García Morente, catedrático y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid.

Juan Ignacio Izquierdo Hübner·6 de mayo de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
Universidad central

Antigua sede de la Universidad Central de Madrid, en la que fue catedrático y decano Manuel García Morente. (Wikimedia Commons)

Entre los libros más representativos de la literatura de conversión del siglo XX se encuentra “El hecho extraordinario”. Un título que invita a la curiosidad, ¿no? Se trata de un opúsculo breve y electrizante, resuelto con la pluma diáfana del catedrático y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, Manuel García Morente (Arjonilla, Andalucía, 1886 – Madrid, 1942).

García Morente era un filósofo de corte kantiano, que en el ámbito religioso se declaraba agnóstico. Sin embargo, después de un valiente itinerario intelectual y la irrupción de un hecho extraordinario en su vida, acabó convirtiéndose al catolicismo. Para entonces no era un chavalín: tenía 51 años, hijas y era viudo. Y su conversión fue tan radical que a los pocos años decidió entrar en el seminario. 

Este librito nace antes de que García Morente recibiera la ordenación sacerdotal. Precisemos: estas páginas corresponden a la carta que envió el autor a su director espiritual para confiarle —con esa pasión íntima y secreta que crepitaba en el fondo de su corazón— la experiencia mística que lo había confirmado en la fe. Como es natural, esta carta no tenía ninguna pretensión de ser publicada: su único público era ese director espiritual. Gracias a Dios, la carta salió a la luz después de la muerte del autor. 

Si con lo dicho ya te animaste a leer el libro y no quieres spoilers, mejor abandona este artículo y ve a la biblioteca. Si esto de los spoilers no te molesta, puedes seguir leyendo y vislumbrar más o menos en qué consistió el “hecho extraordinario”.

El hecho extraordinario

El hecho ocurrió en París, durante la noche del 29 al 30 de abril de 1937. Pero debemos remontarnos unos meses antes de esa noche para comprender lo que sucedió. 

Madrid. García Morente está sufriendo con la Guerra Civil. Es despojado de su cátedra y del decanato y, para mayor dolor, recibe la noticia de que su yerno, un marido ejemplar de 29 años, había sido asesinado por las milicias populares en Toledo.

El profesor está inquieto por los suyos y convoca a sus hijas y nietos para que vayan a refugiarse con él en su casa de Madrid. Ellos acuden, pero García Morente se da cuenta de que, para él, ya ningún refugio es seguro. Su vida corre peligro y es urgente huir del país. Corre a París. Allí pasará varios meses solo, sin dinero y angustiado por la incertidumbre y el peligro constante al que está expuesta su familia.

Los días se suceden en medio de una profunda intranquilidad: García Morente se vuelca en gestiones para que su familia pueda viajar también a la capital francesa, pero sus movimientos son severamente entorpecidos por las autoridades. La incertidumbre, la impotencia y la soledad lo están asfixiando. ¿Qué hacer?

El sentido

En ese contexto de opresión psicológica, la reflexión de García Morente sobre el sentido de la vida se acelera: ¿Quién dirige su vida?, ¿es posible que todo esté regido por una cadena azarosa de causas eficientes, o existe un ser inteligente y superior que gobierna la Historia? De pronto había estallado en su corazón un itinerario filosófico y existencial de profundo calado. 

Su modo de afrontar estas interrogantes es rigurosamente intelectual: toma lápiz y papel y se enfrenta a sus preguntas. Paso a paso, con cuidado y sinceridad, va desarrollando los argumentos para ver a dónde lo conduce la lógica. Reflexiona sobre las circunstancias y delibera sobre cómo sobreponerse a la crisis que le está quitando el aire. 

El 28 de abril, después de muchas cavilaciones, García Morente da un paso decisivo: concluye que debe existir una Providencia. Ahora bien, no nos apresuremos, la idea del Ser Superior que en ese momento se está esbozando en su mente es todavía lejana, abstracta y metafísica. Pero al menos es real: “El solo pensamiento de que hay una providencia sabia bastó para tranquilizarme, aunque no comprendía ni veía la razón o causa concreta de la crueldad que esa misma Providencia practicaba conmigo, negándome el retorno de mis hijas”.

La batalla intelectual

Arreció luego la tempestad mental, interludios entre la furia y la duda, una intensísima batalla intelectual. Hasta que, en un momento de obligado descanso, el profesor puso en marcha la radio y escuchó con gran deleite “L’Enfance du Christ”, de Berlioz. “No puede usted imaginarse lo que es esto, si no lo conoce: algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales que nadie puede escucharlo con los ojos secos”.

Pasaron los minutos: “Una inmensa paz se había adueñado de mi alma. Es verdaderamente extraordinario e incomprensible cómo una transformación tan profunda pueda verificarse en tan poco tiempo. ¿O es que la transformación se va verificando en la subconsciencia desde mucho antes de darse uno cuenta de ella?”.

Por fin llega el encuentro con la Providencia viva: sentimientos de paz, alegría, promesa. Irrumpe el sueño, ¡por fin el anhelado descanso para un hombre tan comido por el nerviosismo! Pero algo quiebra la dulzura de la noche: un despertar agitado; es extraño, es como si hubiera una presencia que lo observa… García Morente se levanta, abre la ventana y: “Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí”.

Entre los testimonios de conversión que nos ofrece la literatura del siglo XX, el de Manuel García Morente es uno de los más elocuentes para nuestra sensibilidad actual. A modo de epílogo les puedo decir que la historia terminó muy bien. La familia de García Morente consiguió llegar a París. Él se ordenó sacerdote y dos años después descansó para siempre en los brazos de la Divina Providencia.

El autorJuan Ignacio Izquierdo Hübner

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