Experiencias

¡He visto a Ratzinger!

Hace un mes, el mundo entero despedía a Benedicto XVI. Miles de personas se acercaron a la Basílica de san Pedro para decir adiós al Joseph Ratzinger. En esas colas y esperas, las anécdotas se sucedieron.

Vitus Ntube·31 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
tumba benedicto xvi

«Ho visto Maradona, ho visto Maradona…

Me acordé de esta canción después de un encuentro aquel lunes por la mañana, cuando fuimos a presentar nuestros últimos respetos al difunto Papa Benedicto XVI.

Los aficionados del club de fútbol Nápoles, aquí en Italia, cantaron esa canción expresando su alegría por haber visto a Maradona jugar al fútbol en su ciudad.

Cuando aquel chico salió de la basílica después de haber rezado ante los restos del Papa Emérito, me exclamó: ¡Ho visto Ratzinger! ¡He visto a Ratzinger!

Me encontré con él en la larga cola de los que se dispusieron a desafiar el frío de primera hora de la mañana para presentar sus últimos respetos al Papa difunto.

Éramos de los muchos que venían a dar las gracias. Sabemos que no podemos escribir editoriales, elogios o compartir anécdotas personales del Papa, pero estábamos convencidos de que le conocíamos, de que nos hemos encontrado con él, de que nos ha influenciado.

Resulta que mi conocido está haciendo su tesis doctoral sobre la obra de Joseph Ratzinger y así que tenía más ideas que yo. En breve, tuve una conversación muy interesante con este hombre, llamémosle Giuseppe.

Giuseppe compartió una conversación que tuvo con un amigo la noche anterior, cuando le informó de su plan de ir al velatorio. El amigo preguntó a Giuseppe por qué iba a ver a un muerto y él respondió espontáneamente: «Bueno, voy a ver a los vivos entre los muertos».

La cola era larga con, lo que tuvimos tiempo de hablar de muchas cosas que giraban en torno a las obras de Ratzinger principalmente, de recordar frases de libros o discursos que nos habían gustado, anécdotas de su vida personal, escenas de la biografía de Peter Seewald, etc.

Estábamos convencidos de que ambos le habíamos conocido. Hablamos de su amor por la liturgia, de su elegancia, de cómo llevaba siempre la camisa blanca y los gemelos bien puestos debajo de la sotana, recordamos que en su primera aparición en el balcón de la plaza de San Pedro que llevaba un jersey negro debajo de la sotana blanca, y luego fue la última vez que lo veíamos con tal jersey.

No sabíamos por qué, pero llegamos a la conclusión de que los momentos posteriores a su elección como Papa debían haber sido momentos peculiares. Además, no podíamos olvidarnos de sus zapatos rojos. Me vino a la memoria lo que Chesterton escribió sobre Thomas Becket en su libro Ortodoxia. Dijo que Becket llevaba una vestidura de pelo de camello bajo su vestido de oro, y obtuvo el beneficio de la vestidura de pelo mientras que la gente en la calle obtuvo el beneficio del oro.

No sabemos qué llevaba Ratzinger debajo del zapato rojo ni de su elegancia en general, pero estamos convencidos de que nosotros tuvimos el beneficio del zapato rojo mientras que él tuvo el otro.

Recordamos el panegírico que escribió para Ida Friederike Görres, en el que preguntaba si podíamos dar gracias por la muerte de alguien. Nos convenció para que diéramos las gracias incluso en su propio fallecimiento. Así que dimos las gracias.

Usamos las palabras que escribió en esa ocasión, «¿podemos dar gracias en esta muerte? Creo que podemos y debemos decir que sí. Damos gracias a Dios porque existió, porque esta mujer perspicaz, valiente y fiel fue entregada a la Iglesia en este siglo. Damos gracias por sus escritos, por el modo en que estuvo y seguirá estando presente para muchas personas a través de sus escritos. Damos gracias por el camino por el que Dios la condujo, paso a paso. Y damos gracias por la muerte que Él le dio». Si sustituimos el «ella» por «él», veremos lo acertadas que fueron sus palabras para aquella ocasión.

En un momento de la conversación, mencionamos su discurso sobre la catedral de Notre-Dame de París; que es un himno vivo de piedra y de luz para alabanza del acto único de la historia humana que es la Encarnación.

De alguna manera, aludía a la obra de Victor Hugo sobre Notre-Dame. En ese momento, Giuseppe comentó de un texto de Victor Hugo sobre Balzac en que decía que la obra dejada por Balzac es elevada, sólida, de escalones de granito, un monumento. Concluyó diciendo que los grandes se hacen su propio pedestal; el futuro se encarga de la estatua.

Ratzinger es uno de los grandes. Ha dejado su pedestal con su obra y su vida. Nosotros pondríamos la estatua. Ya tenemos el pedestal. Le debemos la estatua a la generación futura, pagamos una parte de nuestra cuota en esa deuda de gratitud que tenemos con el Papa Benedicto cuando nos encargamos de la estatua. También nos atreveríamos a subir al pedestal que él ya ha construido.

Justo cuando hablábamos de estatuas, le sugerí a Giuseppe que quizá podríamos empezar proponiendo un texto suyo que entrara en el oficio de lecturas de la liturgia de las horas. Sería un buen punto de partida para él, que amaba mucho la liturgia. ¿No leímos un texto de San Pablo VI el otro día en el oficio de lecturas?, le pregunté retóricamente.

Una cosa que es evidente ahora es que Ratzinger une. Giuseppe y yo nos hemos unido. Empecé llamándole “conocido”. Creo que es justo decir que se ha sembrado una semilla de amistad.

No mucho después le envié un mensaje diciéndole que tal vez el segundo párrafo de Deus Caritas Est, «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva», podría ser el que entrará en el oficio de lecturas.

Me ha respondido diciendo que tengamos paciencia, que leamos y releamos lo que ha escrito y que posiblemente encontremos algo pronto. Mientras tanto voy leyendo sus textos, y solo así voy a ir preparando la estatua.

El autorVitus Ntube

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