Vaticano

Giorgio Napolitano. Su relación con Benedicto XVI y Francisco 

Aunque no era creyente, Giorgio Napolitano siempre respetó a los pontífices de la Iglesia católica. Con Benedicto XVI y Francisco mantuvo una cordial relación.

Antonino Piccione·27 de septiembre de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
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Foto: El Papa Francisco con Giorgio Napolitano en noviembre de 2013 ©CNS photo/Paul Haring

El funeral de Estado de Giorgio napolitano se ha celebrado en una ceremonia laica, descansará en el cementerio no católico de Roma. Sin embargo, la relación de Giorgio Napolitano con los Papas y la fe merece ser explorada a la luz de su intensa y rica parábola personal, cultural, política e institucional. De la que sobresale la efigie de un laico respetuoso y de un interlocutor agudo y creíble con la Iglesia, huyendo de sectarismos ideológicos y de posturas anticlericales.

«Los sabios brillarán como el esplendor del firmamento; los que han conducido a muchos a la justicia brillarán como las estrellas para siempre». Esta es la frase tomada del libro bíblico de Daniel (capítulo 12, versículo 3), que el Card. Gianfranco Ravasi, dedicó al Presidente Emérito de la República Italiana durante la ceremonia del funeral de Estado en la Cámara de Diputados. Ravasi explicó que quería colocar una «flor» ideal en la tumba de Napolitano y que esta flor era la frase tomada de Daniel.

«Recuerdo con gratitud los encuentros personales que tuve con él, durante los cuales aprecié su humanidad y clarividencia para tomar decisiones importantes con rectitud». Al conocer la noticia del fallecimiento de Giorgio Napolitano, el Papa Francisco le había recordado con estas palabras escritas en un telegrama enviado a su esposa. 

Durante sus dos mandatos consecutivos como Presidente de la República Italiana -del 15 de mayo de 2006 al 14 de enero de 2015- Napolitano se reunió varias veces con Benedicto XVI y Francisco, estableciendo con los dos Pontífices significativas relaciones de estima y respeto recíprocos. Nunca dejó de transmitir a ambos la gratitud y el afecto del pueblo italiano por su servicio.

Su relación con Benedicto XVI

Según ha reconstruido en los últimos días L’Osservatore Romano, las relaciones entre el Papa Ratzinger y Napolitano comenzaron en 2006, cuando el Pontífice envió un mensaje de buenos deseos al recién elegido Jefe del Estado. Luego vino la visita oficial del presidente al Vaticano el 20 de noviembre de ese mismo año. Después, en el Ángelus de enero de 2007, Benedicto XVI correspondió a las expresiones de buenos deseos que el Presidente le había dirigido la víspera en su mensaje de fin de año.

El 17 de enero de 2008, después de que se impidiera al Papa Ratzinger visitar la Universidad La Sapienza de Roma, Napolitano escribió una carta al Pontífice en la que lamentaba lo ocurrido y calificaba de inadmisibles las «manifestaciones de intolerancia». 

El 4 de octubre de ese año, fiesta de San Francisco de Asís, el Papa correspondió a su visita al Vaticano de dos años antes visitando el Quirinal.

Ofreció una serie de conciertos en honor de Benedicto XVI con motivo del aniversario de su pontificado. También fueron significativos los mensajes que envió al Pontífice alemán con motivo de la Jornada Mundial de la Paz.

Y fue también con un artículo en «L’Osservatore Romano» que Napolitano renovó a Benedicto XVI, el 28 de febrero de 2013, «el saludo agradecido y afectuoso de los italianos», agradeciéndole su servicio en el Pontificado.

El vínculo entre ambos fue descrito de forma completa por el propio presidente en una entrevista concedida a nuestro periódico el 13 de julio de 2012. «Uno de los componentes más bellos que caracterizó mi experiencia fue precisamente la relación con Benedicto XVI», dijo Napolitano en la entrevista.

En este sentido, señaló que había descubierto junto al Papa Ratzinger «una gran afinidad, experimentamos un sentimiento de gran y mutuo respeto. Pero hay algo más, algo que ha tocado nuestras cuerdas humanas. Y por ello le estoy muy agradecido».

Napolitano y el Papa Francisco

También se estableció inmediatamente una importante relación con el Papa Francisco, jalonada de encuentros y mensajes de estima y apoyo mutuos. Sobre todo, el gesto del domingo 24 de septiembre, cuando el Papa visitó la cámara funeraria del presidente emérito instalada en la sala Nassiriya del Senado.

Francisco deseaba «expresar -como se indica en una nota distribuida a los periodistas- con su presencia y su oración, su afecto personal a él y a su familia, y honrar su gran servicio a Italia». Tras expresar sus condolencias a la viuda Clio Maria Bittoni y a los hijos de Giulio y Giovanni, el pontífice guardó unos minutos de silencio ante el cadáver.

La visita de Francisco concluyó con la firma del registro. El homenaje del Papa a Giorgio Napolitano fue una novedad absoluta en la historia de Italia. Fue la primera presencia de un pontífice en el Senado de la República. Con ocasión de su visita al Quirinal, el Papa Francisco le recordó la naturaleza de la misión que comparten: «gobernar realidades complejas en un continuo intento de unir».

El 5 de octubre de 2012 (Asís, diálogo entre creyentes y no creyentes), Napolitano reflexionó sobre su vida espiritual y su manera personal de argumentar la fe, haciendo suyas las palabras de Bobbio en De Senectute: «Cuando digo que no creo en la segunda vida […] no pretendo afirmar nada perentorio. Sólo quiero decir que las razones de la duda siempre me han parecido más convincentes que las de la certeza. Personalmente, tuve una educación religiosa, es decir, pasé toda mi adolescencia en los sacramentos y ritos de la religión católica, que era la religión de mi madre y la que se enseñaba en la escuela. Pero me desprendí, como decía Bobbio, de una práctica que no garantizaba por sí misma la respuesta a las preguntas «últimas», y me sumergí por completo en otra dimensión de la vida -política, cultural, institucional- que no implicaba plantearse esas preguntas. La verdadera cuestión es precisamente que no sentí la urgencia de esas preguntas ni siquiera durante mucho tiempo. Luego recibí estímulos de encuentros y conversaciones con personalidades de fe auténtica. Recuerdo, por ejemplo, la impresión que me causó La Pira […]. Uno puede cerrarse en la convicción, o en la constatación, de que no ha sido tocado por «una luz de gracia», y cerrar el discurso. En cambio, el discurso no debería terminar ahí».

El autorAntonino Piccione

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