No me gustan las sorpresas. Me gusta informarme y documentarme sobre todo lo que me rodea. Sin embargo, antes de viajar a Georgia este verano, opté por leer poco, por abordar el viaje esperando algunas sorpresas, sobre todo porque la primera parada de mi visita al Cáucaso fue Armenia, sobre la que escribí varios artículos para Omnes. Pasé, pues, de un país del que lo sabía casi todo a otro del que sabía poco. Y debo admitir que me sorprendió mucho.
Un pequeño gran país
Georgia es un pequeño país del Cáucaso Sur situado en la orilla oriental del mar Negro, a caballo entre Europa y Asia y entre las dos cordilleras del Gran Cáucaso, al norte, y el Cáucaso Menor, al sur, pero es un auténtico tesoro por descubrir. Con una superficie de 69.700 km² (limita al norte con la Federación Rusa, al sur con Turquía y Armenia, y al este con Azerbaiyán), cuenta con una fascinante capital, Tiflis, de unos 1,3 millones de habitantes. Y fue precisamente desde Tiflis donde comenzó mi viaje, que terminó en las cumbres del Cáucaso, en la frontera con la Federación Rusa, en el maravilloso Monasterio de la Santísima Trinidad de Gergeti.
En Tiflis, desde un mirador a los pies de la ciudad vieja, junto a la hermosa iglesia de Metekhi y la estatua del mítico rey Vakhtang Gorgasali (439 o 443 – 502 o 522), fundador de la ciudad, contemplamos el castillo, los famosos baños antiguos (se dice que el nombre de la ciudad deriva de las aguas sulfurosas que allí manan) y el río Kura justo debajo de nosotros.
Antes de dar un largo paseo por las callejuelas de la ciudad, recorrimos la larguísima historia del país, que se remonta al Paleolítico. De hecho, a lo largo de milenios, la región fue una encrucijada de civilizaciones y pueblos procedentes de Anatolia, Persia y Mesopotamia. Durante la Edad de Bronce florecieron varias culturas, como la de Trialeti, que sentó las bases de las posteriores civilizaciones georgianas.
Vino y oro
Hay dos detalles sorprendentes: la “invención” del vino en Georgia y el tratamiento muy avanzado del oro.
En cuanto al vino, la viticultura está atestiguada en Georgia desde hace unos ocho mil años (tanto es así que la ánfora más antigua con restos de vino, y que data del año 6000 a.C., se encontró en este mismo país y se conserva en el Museo Nacional Georgiano de Tiflis). De los fragantes y espumosos vinos de esta región, por cierto, ya habló Homero en la «Odisea«.
Las mismas tinajas de terracota se siguen utilizando hoy en día, en un país que cuenta con al menos 500 especies de vid aptas para la vinificación (en Italia, donde el ejemplo más antiguo de fermentación de la uva “sólo” data de hace 6000 años, hay 350). La región donde se produce el 70 % del vino es Kakheti, al este de Tiflis, donde pudimos degustar, entre paisajes bucólicos y antiguos monasterios, varios vinos fermentados en ánfora, entre ellos el famoso Saperavi.
En cuanto al oro, es impresionante el tesoro arqueológico que se expone en el propio museo, con su inmensa colección de oro, plata y piedras preciosas precristianas procedentes de tumbas del III milenio a.C., de cincelado y factura extremadamente finos, sobre todo las halladas en Cólquida (Georgia occidental), región no poco famosa por el mito del Vellocino de Oro y los Argonautas, con la legendaria Medea, hija de un rey de esta misma tierra.
Desde un mapa de Georgia, que mi excepcional guía desplegó sobre una pequeña pared desde la que podíamos admirar la Plaza de Europa, un gran ensanche repleto de banderas de la Unión Europea (omnipresentes en todo el país, junto a las georgianas) y escenario, en los últimos tiempos, de varias manifestaciones populares, se puede ver cómo esta nación se enclava literalmente en el Cáucaso, entre vecinos poderosos y poco manejables, y, en su complejo y accidentado territorio, conviven varias etnias (junto a la mayoritaria georgiana), entre ellas la armenia (en el sur), la osetia (en el norte) y la abjasia (en el noroeste, a orillas del mar Negro). Y fueron precisamente las dos regiones de Osetia del Sur y Abjasia las que proclamaron su independencia, provocando sangrientos conflictos (independencia, sin embargo, sólo reconocida internacionalmente por Rusia).
Algunos datos
El territorio de Georgia se caracteriza por una gran variedad de paisajes: desde las montañas del Cáucaso, con picos que superan los 5.000 metros (el monte Shkhara es el más alto, con 5.193 metros, en el norte), hasta las fértiles llanuras centrales y la costa del mar Negro. El clima varía de templado en la zona costera a alpino en las regiones montañosas.
Georgia es una república semipresidencialista, con el Presidente como Jefe de Estado y el Primer Ministro como Jefe de Gobierno. La población ronda los 3,7 millones de habitantes, la mayoría de etnia georgiana (más del 83 %), con minorías armenia (5,7 %), azerbaiyana (6 %) y rusa (1,5 %).
El idioma oficial es el georgiano, una lengua con alfabeto propio (en realidad hay tres alfabetos georgianos). En el plano religioso, predomina el cristianismo ortodoxo, y la Iglesia Ortodoxa Georgiana (ahora autocéfala) siempre ha desempeñado un papel destacado en la vida social y cultural del país.
Un poco de historia
El reino georgiano más antiguo fue, por tanto, el de Cólquida, a lo largo de la costa del mar Negro, famosa en la mitología griega como la tierra del Vellocino de Oro. Según muchos estudiosos, sobre todo contemporáneos, los habitantes de Cólquida pueden definirse como protogeorgianos. Este reino desarrolló relaciones comerciales y culturales con los griegos desde el I milenio a.C., convirtiéndose en un importante centro comercial.
Sin embargo, en el interior del país floreció otro reino, el de Iberia, también conocido como Kartli. Este reino, fundado hacia el siglo IV a.C., se convirtió en uno de los principales centros del Cáucaso. Su situación estratégica la convirtió en objeto de disputa entre el Imperio Romano y los partos, y más tarde entre los bizantinos y los sasánidas. Durante el reinado del rey Mirian III, en el siglo IV d.C., Iberia adoptó el cristianismo como religión oficial, lo que convirtió a Georgia en uno de los primeros países cristianos del mundo, poco después de Armenia.
En el periodo comprendido entre los siglos IX y XIII, a menudo denominado la “edad de oro” de Georgia, el país se unificó bajo una serie de importantes reyes y reinas, como David IV, conocido como “el Constructor”, y su sobrina, la reina Tamara (ambos considerados santos por la Iglesia georgiana). Con ellos, Georgia se convirtió en uno de los estados más poderosos de la región y se expandió por gran parte del Cáucaso. Durante este periodo, Tiflis se convirtió en un centro primordial de cultura, arte y arquitectura.
Esta época de prosperidad terminó, sin embargo, con la invasión mongola en el siglo XIII, seguida de la de Tamerlán, los diversos kanatos persas y los otomanos, que provocaron el debilitamiento gradual del reino georgiano y un largo periodo de decadencia y fragmentación.
Precisamente para buscar protección frente a las incursiones otomanas y persas, Georgia se volvió hacia Rusia en el siglo XVIII y, en 1783, el Tratado de Georgievsk sancionó la protección rusa sobre el reino de Kartli-Kakheti, que más tarde se anexionó formalmente en 1801, con lo que toda Georgia quedó gradualmente bajo dominio ruso.
Proceso de rusificación
Durante el siglo XIX, Georgia sufrió un proceso de rusificación, con la pérdida de muchas de sus tradiciones (prueba dramática de ello es el enlucido de los frescos de las iglesias georgianas por los rusos), así como de su autonomía política. Como reacción, sin embargo, este mismo periodo también fue testigo de un gran despertar cultural, con el renacimiento de la literatura georgiana y de la conciencia nacional.
Tras la Revolución Rusa de 1917, Georgia declaró su independencia el 26 de mayo de 1918, con el nacimiento de la República Democrática de Georgia, que sin embargo duró poco, ya que en 1921 el Ejército Rojo invadió el país y lo anexionó a la Unión Soviética como República Socialista Soviética de Georgia.
Durante el periodo soviético, Georgia sufrió una transformación radical. A pesar de la feroz represión política y las masacres, consiguió preservar su fuerte identidad cultural (muchas figuras prominentes, incluido el líder soviético Iosif Stalin, eran de origen georgiano).
Con los años, el descontento con el régimen soviético fue creciendo, hasta los sucesos del 9 de abril de 1989, cuando una manifestación pacífica en Tiflis fue violentamente reprimida por las tropas soviéticas, causando una masacre entre la población civil, con 20 muertos y cientos de heridos.
Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, Georgia volvió a declararse independiente, pero sus primeros años como Estado soberano fueron de todo menos fáciles, tanto económicamente como debido a la agitación política y los conflictos étnicos.
Conflictos y tensiones
Las regiones de Abjasia y Osetia del Sur proclamaron la secesión, dando lugar a sangrientos conflictos que dejaron a estas regiones en un estado de independencia de facto, pero no reconocido internacionalmente.
En particular, es tristemente célebre la limpieza étnica llevada a cabo contra los georgianos de Abjasia por los separatistas abjasios, apoyados por mercenarios extranjeros (entre ellos, por desgracia, armenios) y fuerzas de la Federación Rusa durante la guerra abjasio-georgiana (1991-1993 y de nuevo en 1998). Entre 10.000 y 30.000 georgianos perdieron la vida, víctimas de una violencia incalificable, y alrededor de 300.000 tuvieron que buscar refugio en el resto de Georgia, con un descenso significativo de la población de Abjasia, donde los georgianos constituían el 46 % de la población antes de la guerra.
En 2003, la Revolución de las Rosas llevó al poder a un gobierno reformista dirigido por Mikheil Saakashvili, que pretendía modernizar el país y acercarlo a Occidente. Sin embargo, este gobierno estuvo marcado por las tensiones con Rusia, que culminaron en la guerra ruso-georgiana de 2008. El conflicto duró sólo cinco días y terminó con la derrota de Georgia y el reconocimiento por Rusia de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, lo que acentuó las desavenencias entre Georgia y Rusia.
Georgia en la actualidad
En los últimos años, Georgia ha realizado considerables progresos económicos e institucionales, al tiempo que se enfrentaba a importantes retos. El país, también tras la guerra entre Rusia y Ucrania (que provocó una inmigración masiva de rusos a Georgia) llevó a cabo una política exterior orientada a la integración euroatlántica, con el objetivo de entrar en la OTAN y en la Unión Europea, que le concedió el estatus de candidato en 2023.
Sin embargo, el gobierno actual, con el partido Sueño Georgiano en el poder, mantiene una actitud bastante ambigua, por un lado favoreciendo el acercamiento de Georgia a la Unión Europea, pero luego introduciendo, en política interior, una serie de leyes autoritarias, como la que asimila a todas las ONG extranjeras a agentes enemigos. Precisamente con motivo de la aprobación de esta última, en la primavera de 2024 se celebraron masivas protestas callejeras en Tiflis, en las que los manifestantes, en su mayoría jóvenes, ondeaban banderas de la UE y acusaban al gobierno de seguir una política prorrusa y despótica.