Colonia, 15 de noviembre de 1980. Juan Pablo II acaba de llegar a la ciudad de la célebre Catedral para conmemorar el VII centenario del fallecimiento de san Alberto Magno (aprox. 1200 – 15-11-1280). Conocido hoy por ese sobrenombre, sus contemporáneos le denominaban “el alemán”. Los restos mortales de san Alberto reposan a unos 200 metros de la Catedral, en la iglesia de Sankt Andreas, que regentan los dominicos.
Arrodillado ante dicha tumba, Juan Pablo II rezó: “Oh Dios, creador nuestro, autor y luz del espíritu humano, tú has enriquecido a san Alberto en el fiel seguimiento de Jesucristo, nuestro Señor y Maestro, con un profundo conocimiento de la fe. La creación misma era para él revelación de tu omnipotente bondad, mientras iba aprendiendo a conocerte y a amarte más profundamente en las criaturas. Asimismo, investigó las obras de la sabiduría humana, como también los escritos de los filósofos no cristianos, que le abrieron paso hacia un encuentro con tu gozoso mensaje. Especialmente lo capacitaste con el don del discernimiento para defenderse del error, profundizar en la verdad y difundirla entre los hombres. Por eso, lo has constituido en maestro de la Iglesia y de todos los hombres”.
Fe y razón
A continuación, Juan Pablo II se dirigió a la catedral, donde sostuvo un encuentro con profesores y estudiantes universitarios. Su discurso adelantaba un tema crucial para su sucesor, Benedicto XVI: las relaciones entre la fe y la razón. San Juan Pablo II elogió el esfuerzo de Alberto Magno en este sentido: “Alberto lleva a cabo la admirable apropiación de la ciencia racional, trasvasándola a un sistema en el que conserva y consolida su peculiaridad, propia, aun quedando orientada hacia el objetivo de la fe, de donde ella recibe su planteamiento decisivo. Alberto realiza así el estatuto de una intelectualidad cristiana, cuyos principios siguen teniendo todavía validez”. Y concluía sugiriendo que la solución ”a las apremiantes preguntas por el sentido de la existencia humana” sólo es posible “en la unión renovada del pensamiento científico con la fuerza de la fe, que impulsa al hombre hacia la verdad”.
San Juan Pablo II presentó a Alberto Magno como un símbolo de la conciliación entre la ciencia (o la razón) y la fe. En su época, fue un pionero en esta búsqueda y puede considerarse como el primer científico en el sentido contemporáneo del término.
La historia de san Alberto Magno
Alberto nació en Lauingen, a orillas del Danubio, en Suabia (actualmente forma parte del estado federado de Baviera y cuenta con algo más de 11.000 habitantes). Su vida ejemplifica la extraordinaria movilidad en la Edad Media: en el año 1222 residía con su tío en Venecia y Padua, donde estudió artes liberales y posiblemente medicina. Un año después, ingresó en la Orden Dominicana. Terminó su noviciado en Colonia, donde estudió teología y fue ordenado sacerdote. Posteriormente, enseñó y estudió en varias escuelas monásticas dominicas en Hildesheim, Friburgo de Brisgovia, Ratisbona y Estrasburgo.
Durante sus estudios se encontró con la obra de Aristóteles. Alberto buscó conciliar el pensamiento filosófico natural del filósofo griego con la fe cristiana. Gracias a él, las ideas de la Antigüedad regresaron a la cultura europea tras siglos de olvido, lo cual tendría importantes repercusiones para la Filosofía medieval y también posterior. Sería un discípulo de Alberto, Tomás de Aquino, quien llevaría a cabo la más importante síntesis entre la filosofía aristotélica y la religión cristiana, dando un considerable impulso a la filosofía escolástica. Tomás fue discípulo de Alberto en París, donde éste estuvo durante cinco años, a partir de 1243.
Su experiencia en la universidad de París sirvió para que Alberto dirigiera el “Studium Generale” de su orden en Colonia, cuando regresó a esta ciudad en 1248. Este fue el germen de la Universidad de Colonia, fundada en 1388, por lo que Alberto Magno está considerado como el precursor de la universidad. Actualmente, una estatua se alza en su honor frente al edificio principal de la Universidad de Colonia. Durante este tiempo, se colocó también la primera piedra de la célebre catedral, el 15 de agosto de 1248.
«Magnus»
Pero sus títulos de doctor de la Iglesia, “Magnus” y “doctor universalis” se refieren a sus amplios conocimientos –hoy diríamos enciclopédicos– de este dominico, también en ciencias naturales: aprovechaba los amplios desplazamientos a los que nos referimos anteriormente para observar la naturaleza. Entre otras cosas, realizó estudios botánicos, mineralógicos y metalúrgicos, destacándose por sus descripciones sistemáticas y experimentos alquímicos, como la pura representación del arsénico. Estos logros lo consagraron como uno de los más importantes científicos naturales medievales. Durante dos años fue incluso obispo de Regensburg (Ratisbona): de 1260 a 1262.
Ningún otro estudioso del siglo XIII superó a Alberto en universalidad de intereses, conocimientos y producción intelectual. Como científico, fortaleció el fundamento filosófico de la teología y abogó por una filosofía independiente de la teología. Se adelantó a su tiempo en campos como botánica, zoología, geografía, geología, mineralogía, astronomía, fisiología, psicología y meteorología.
Se conservan 70 de sus tratados, que llenan alrededor de 22.000 páginas impresas. El Instituto “Albertus Magnus” trabaja en una edición crítica de sus obras completas desde 1931.
San Alberto Magno fue canonizado por el Papa Pío XI en 1931; su sucesor, Pío XII, le declaró patrono de los científicos naturales en 1941.