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Francisco y Kiril, en La Habana, un encuentro y una declaración históricos

El encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca de Moscú Kiril ha abierto una nueva vía en las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. Mons. Romà Casanova, obispo de Vic, analiza el encuentro.

Romà Casanova·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

El Concilio Vaticano II en el decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, afirma: “Este sagrado Concilio espera que, derrocado el muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará, por fin, una sola morada asentada en la piedra angular, Cristo Jesús, que hará de los dos una sol a cosa” (n. 18). Y entre las condiciones para que esto sea posible, el mismo concilio afirma su deseo de que se hagan “todos los esfuerzos, sobre todo con la oración y el diálogo fraterno acerca de la doctrina y de las necesidades más urgentes de la función  pastoral en nuestros días” (ibídem). Ya antes del Vaticano II, pero después con nuevas fuerzas, la Iglesia católica se ha lanzado a la tarea de conseguir la unidad tan deseada y pedida por el Señor en la oración sacerdotal de Jn 17.

En este camino ecuménico para ir trenzando la unidad plena de la Iglesia, una y única, de Cristo, hay hitos realmente significativos, como el encuentro del Papa Pablo VI con el Patriarca Atenágoras en 1964, los encuentros de san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco con los patriarcas ecuménicos de Constantinopla, así como con otros patriarcas ortodoxos. Sin olvidar, tampoco, tantos encuentros a diferentes niveles que contribuyen a abrir caminos de mayor conocimiento y amistad, que son la antesala de la unidad plena de las Iglesias orientales y occidentales.

La relación al máximo nivel de los representantes de la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa rusa era una asignatura pendiente. No es que de parte del obispo de Roma no hubiera interés, ya que las tentativas de Juan Pablo II y Benedicto XVI por una u otra razón no llegaron nunca a hacerse realidad. Sí que ya se vio un avance en el momento en que el Patriarca Kiril envió al arzobispo Hilarión de Volokolamsk a visitar al Papa Benedicto XVI en septiembre de 2009.

El mismo hecho de encontrarse juntos el Papa Francisco y el Patriarca Kiril en la Habana el pasado 12 de febrero ya es una muy buena noticia. Los gestos hablan por sí solos. El abrazo fraternal, el sentarse juntos para hablar, intercambiar regalos significativos; todo ello ya es de por sí anuncio de Cristo. Han pasado siglos desde la ruptura de oriente y occidente, y ha pasado medio siglo desde los primeros encuentros del Papa con jerarcas de las Iglesias ortodoxas. El encuentro vivido en La Habana tiene toda la categoría de acontecimiento histórico que abrirá, ciertamente, nuevos cauces de diálogos y de encuentros mutuos entre Iglesias hermanas.

A nadie se le esconde el papel de la Iglesia ortodoxa rusa entre las Iglesias ortodoxas, al ser aquella la más numerosa del orbe. Así mismo, este hito se da ante el horizonte de otro gran acontecimiento histórico previsto para este mismo año: el Sínodo panortodoxo. Pero también la declaración conjunta está llena de riquezas para el diálogo ecuménico. Dada la brevedad de este texto hacemos tan solo unos subrayados, sin pretender ser exhaustivos.

La Declaración se ubica en la perspectiva que comprende el ecumenismo como un don de Dios. De ahí que a Él se agradezca este nuevo paso dado en La Habana (n. 1 de la Declaración) y la petición de este don sea una constante en todo el documento. Dada la fragilidad de la condición humana este don requiere una tarea por parte de los hombres.

Asimismo, desde el inicio de la Declaración (3), se explicita que el ecumenismo y la plena unidad son un imperativo derivado de la misión de la Iglesia ante el mundo. La Tradición común heredada del primer milenio (4) se expresa de manera eminente en la celebración de la misma Eucaristía. Sin embargo, ésta también evidencia la falta de unidad en la concepción y la explicación de la fe, fruto de la debilidad humana, como expresada en la privación de la comunicación Eucarística entre ambas Iglesias (5).

El encuentro del Papa Francisco y el Patriarca Kiril quieren ser un eslabón hacia la plena unidad (6) en un momento crucial de cambio de época de la historia en el que estamos sumergidos: “La conciencia cristiana y la responsabilidad pastoral no nos permiten que permanezcamos indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta conjunta” (7).

Nudo gordiano del ecumenismo es el testimonio martirial de cristianos procedentes de distintas iglesias en las regiones del mundo donde los cristianos son perseguidos (8). La exterminación de familias, pueblos y ciudades de hermanos y hermanas en Siria, Irak y el Oriente Medio, con presencia desde época apostólica, reclama medidas inmediatas por parte de la comunidad internacional y ayuda humanitaria (9, 10), así como la oración de ambas iglesias para que Cristo conceda la paz fruto de la justicia y la convivencia fraterna (11).

La declaración conjunta concluye la mirada a Oriente Medio afirmando que, de un modo misterioso, estos hermanos martirizados unidos en la confesión de una misma fe en Jesucristo, “son la clave para la unidad de los cristianos” (12). El diálogo interreligioso reclama una educación para el respeto a las creencias de otras tradiciones religiosas y repudia cualquier intento de justificar actos criminales en nombre de Dios (13).

La unidad se comprende en perspectiva pastoral. Así, la declaración indica con gran decisión nuevos desafíos misioneros que deben ser abordados de forma común. Son amplios campos de acción evangelizadora y pastoral que deben ser afrontados: el vacío dejado por regímenes ateos que auguran un renacimiento de la fe cristiana en Rusia y Europa del Este (14); el secularismo que socava el derecho humano fundamental de la libertad religiosa (15); el reto de la integración europea, cuyas raíces cristianas han forjado su historia milenaria (16); la pobreza y la desigualdad, que reclama justicia social, respeto a las tradiciones nacionales y solidaridad efectiva (17 y 18); la situación de la familia (19) y el matrimonio (20); el derecho a la vida, con especial atención a la manipulación de la vida humana (21).

En esta tarea ingente los jóvenes tienen un lugar destacado; a ellos se pide un nuevo estilo de vida que se aparte del pensamiento dominante (22), siendo discípulos y apóstoles, capaces de tomar la cruz cuando sea necesario (23).

El documento, por tanto, sugiere un vasto horizonte evangelizador que reclama una respuesta común de ambas Iglesias, un ecumenismo de la acción y el testimonio común.

Con este objetivo la declaración afronta con valentía puntos que han sido foco de tensión y que impiden predicar el Evangelio al mundo contemporáneo (24): se excluye el proselitismo y se propone como piedra basilar el hecho de que somos hermanos; se apuesta por buscar nuevas formas de convivencia entre greco-católicos y ortodoxos, fomentando la reconciliación entre ambos (25); se explicita la necesidad de que cesen las hostilidades en Ucrania, para dar paso a una armonía social; se apela al testimonio moral y social de los cristianos ante un mundo en el que se socavan los fundamentos morales de la existencia humana (26).

La Declaración, por tanto, da cumplimiento de los objetivos del Concilio Vaticano II, citados en el inicio de estas palabras. Nos encomienda la tarea de pedir el don de la unidad y la tarea de ahondar en la realidad de la fraternidad para reconciliarnos y amar la legítima diversidad.

El autorRomà Casanova

Obispo de Vic

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