Vaticano

Francisco confía a la Inmaculada las madres que sufren por las guerras

El Papa Francisco ha rezado ayer en la Plaza de España de Roma a la Inmaculada Concepción, y le ha confiado el dolor de las madres que lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo, y el de todas las mujeres que han sufrido violencia.

Francisco Otamendi·9 de diciembre de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos

El Papa Francisco se acerca a venerar la imagen de la Virgen ayer en Roma ©OSV

Tras dos semanas de actividad reducida, a causa de una inflamación pulmonar, el Papa salió ayer del Vaticano. Antes de dirigirse a la Plaza de España, en el centro de la capital italiana, para rezar a los pies de la estatua de la Virgen, el Papa se detuvo en la basílica de Santa María la Mayor para venerar el icono de la Virgen Salus Populi Romani y ofrecerle la Rosa de Oro, símbolo de la bendición papal

Luego, en la tradicional oración, pidió a la Virgen Inmaculada que vuelva sus “ojos de misericordia sobre todos los pueblos oprimidos por la injusticia y la pobreza, probados por la guerra: “Madre, mira al pueblo atormentado de Ucrania, al pueblo palestino y al pueblo israelí, sumidos de nuevo en la espiral de la violencia”.

“Muéstranos de nuevo, oh Madre, el camino de la conversión, porque no hay paz sin perdón y no hay perdón sin arrepentimiento”, rezó el Pontífice. “El mundo cambia si cambian los corazones; y cada uno debe decir: empezando por el mío”.

Éste es el texto íntegro de la oración del Papa en el acto de veneración a la Inmaculada Concepción en la Plaza de España:

Oración del Santo Padre a la Inmaculada Concepción en Roma

“¡Virgen Inmaculada!

Venimos a ti con el corazón dividido entre la esperanza y la angustia.

Te necesitamos, Madre nuestra.

Pero ante todo queremos darte las gracias

porque en silencio, como es tu estilo, vigilas esta ciudad

que hoy te envuelve en flores para decirte su amor.

En silencio, día y noche, velas por nosotros:

sobre las familias, con sus alegrías y preocupaciones -lo sabes bien-;

sobre los lugares de estudio y de trabajo; sobre las instituciones y los cargos públicos;

sobre los hospitales y asilos; sobre las cárceles; sobre los que viven en la calle;

en las parroquias y en todas las comunidades de la Iglesia de Roma.

Gracias por tu presencia discreta y constante

que nos da consuelo y esperanza.

Te necesitamos, Madre,

porque eres la Inmaculada Concepción.

Tu persona, el hecho mismo de que existas

nos recuerda que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra;

que nuestro destino no es la muerte, sino la vida,

no es el odio sino la fraternidad, no es el conflicto sino la armonía,

no es la guerra, sino la paz.

Mirándoos, nos sentimos confirmados en esta fe

que los acontecimientos a veces ponen a prueba.

Y tú, Madre, vuelve tus ojos de misericordia

sobre todos los pueblos oprimidos por la injusticia y la pobreza,

probados por la guerra: Madre, mira al pueblo atormentado de Ucrania,

al pueblo palestino y al pueblo israelí,

sumidos de nuevo en la espiral de la violencia.

Hoy, Madre Santa, traemos aquí, bajo tu mirada

a tantas madres que, como tú, están de luto.

Madres que lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo.

Las madres que los ven partir en viajes de desesperada esperanza.

Y también las madres que intentan desatarlos de las ataduras de la adicción,

y las que los observan a través de una larga y dura enfermedad.

Hoy, María, te necesitamos como mujer,

para confiarte a todas las mujeres que han sufrido violencia

y a las que aún son víctimas de ella,

en esta ciudad, en Italia y en todas las partes del mundo.

Tú las conoces una a una, conoces sus rostros.

Seca, te rogamos, sus lágrimas y las de sus seres queridos.

Y ayúdanos a hacer un camino de educación y purificación,

reconociendo y contrarrestando la violencia que acecha

en nuestros corazones y mentes

y pidiendo a Dios que nos libre de ella.

Muéstranos de nuevo, oh Madre, el camino de la conversión,

porque no hay paz sin perdón

y no hay perdón sin arrepentimiento.

El mundo cambia si cambian los corazones;

y cada uno debe decir: empezando por el mío.

Pero sólo Dios puede cambiar el corazón humano

con su gracia: la gracia en la que tú, María,

estás inmersa desde el primer momento.

La gracia de Jesucristo, nuestro Señor,

a quien engendraste en la carne,

que murió y resucitó por nosotros, y que tú siempre nos señalas.

Él es la salvación, para todo hombre y para el mundo.

¡Ven, Señor Jesús!

Venga a nosotros tu reino de amor, de justicia y de paz.

Amén.”

El autorFrancisco Otamendi

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