El desastre de la guerra que ha golpeado las fronteras de Europa en los últimos días y que mantiene a todo el mundo en vilo ha pasado al silencio, pero el pasado fin de semana en Florencia ocurrió algo a lo que hay que dar más importancia, especialmente en este momento histórico concreto.
Un centenar de obispos y alcaldes de los países ribereños del Mediterráneo -entre ellos el arzobispo de Barcelona, el obispo auxiliar de Madrid y los alcaldes de Valencia y Granada- se reunieron por primera vez para debatir juntos cómo fomentar la paz en esos territorios a menudo asolados por las guerras, los enfrentamientos religiosos y las rivalidades internacionales que fomentan el aislamiento y propagan la muerte, si pensamos en los numerosos emigrantes que han intentado cruzar el Mediterráneo en embarcaciones improvisadas a lo largo de los años y que luego han acabado trágicamente.
El tema central de la paz
El evento de Florencia estaba previsto desde hacía tiempo, a petición de la Conferencia Episcopal Italiana, y sólo por una triste coincidencia tuvo lugar cerca de la guerra que estalló en el frente ruso-ucraniano. Pero tiene mucho que ver con la actualidad, porque el tema central era y es precisamente la paz. Dos años antes, se celebró en Bari una reunión de obispos a la que asistió el Papa Francisco, que en aquella ocasión reiteró a voces que la guerra, cualquier guerra, es una «locura, una locura a la que no podemos resignarnos».
Qué actuales son estas palabras y qué significativo es, por tanto, que los representantes de la Iglesia Católica y los administradores de las distintas ciudades ribereñas del Mediterráneo se hayan reunido para encontrar caminos duraderos hacia la paz, tratando de «institucionalizar» procesos de diálogo mutuo. Lo han hecho siguiendo los pasos del Venerable Giorgio La Pira, que en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial encarnó los valores evangélicos en su actividad política como alcalde de Florencia, e imaginó el Mediterráneo como un «moderno lago de Tiberíades».
Vías alternativas a la guerra
En medio de una guerra de consecuencias imprevisibles, es aún más urgente encontrar vías alternativas a la guerra, aprovechando todas las oportunidades de encuentro posibles. Y este es el propósito y el significado del documento firmado en Florencia, una «Carta» que pretende inspirar un camino verdaderamente pacífico para el futuro, partiendo de un importante cruce y entrecruzamiento de historia, tradiciones y culturas diferentes como es el Mediterráneo.
Pero pasemos al contenido de la Carta de Florencia.
En primer lugar, los firmantes son conscientes de los beneficios que se derivan de «intensificar la cooperación en sus propias ciudades», a fin de promover la justicia, la fraternidad, el respeto a las confesiones religiosas, la salvaguarda del planeta y los derechos fundamentales de cada individuo.
Para afrontar mejor estos retos, es necesario reconocer «la diversidad del patrimonio y las tradiciones» como elemento compartido por toda la humanidad (naturaleza, medio ambiente, cultura, lenguas, religiones); la importancia de educar a los jóvenes en los valores del bien; la creación de programas universitarios comunes; el reconocimiento del derecho universal a la salud y a la protección social; la urgencia de soluciones para evitar un cambio climático catastrófico; la oportunidad de iniciar nuevas formas de cooperación entre políticos, científicos y líderes culturales y espirituales; la importancia de atender a los vulnerables y a los que se ven obligados a emigrar…
La Carta concluye con algunas peticiones específicas («invocaciones»), en primer lugar a los gobiernos de todos los países mediterráneos para que establezcan una «consulta regular» con los alcaldes, los representantes religiosos y las instituciones culturales para que participen en las decisiones que afectan al futuro de las comunidades.
A continuación, piden que se promuevan programas educativos a todos los niveles, «para lograr una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora», y que se promuevan iniciativas para reforzar la fraternidad y la libertad religiosa. Por último, la puesta en marcha de una mayor cooperación internacional para trabajar por «un reparto más equitativo de los recursos económicos y naturales».