La Renovación Carismática Católica remonta sus orígenes al retiro de Duquesne, celebrado en Pittsburgh (Estados Unidos), del 17 al 19 de febrero de 1967. A partir de ese momento se comenzó a hablar de “pentecostales” católicos, de Movimiento pentecostal católico o de Neo-pentecostalismo católico; pero tanto el término “movimiento” como el adjetivo “pentecostal” fueron abandonados muy pronto, y la nueva realidad fue designada con el nombre de Renovación en el Espíritu, o Renovación cristiana en el Espíritu.
Sin embargo, el nombre que ha prevalecido en la mayoría de los países ha sido el de Renovación Carismática, la cual se ha extendido con rapidez y hoy está presente en más de 200 países. Se calcula que unos 120 millones de católicos de todo el mundo han experimentado con su ayuda la gracia de un nuevo Pentecostés y de una renovación de sus vidas.
Este movimiento comenzó a esparcirse por España a partir del año 1973, y poco a poco se fue extendiendo por todo el territorio nacional. En la actualidad hay en nuestro país unos 600 grupos.
Una realidad que cambia la vida
El día en que el Papa Pablo VI recibió por primera vez a los representantes de la Renovación Carismática Católica, en 1975, el himno de laudes del breviario recogía una frase de san Ambrosio que decía: “Laeti bibamus sobriam profusionem Spiritus”, es decir, “bebamos con alegría de la abundancia sobria del Espíritu”. Recordándolo, el Papa dijo a los presentes que estas palabras podían ser el programa de la Renovación Carismática: hacer revivir en la Iglesia aquella época de entusiasmo y de fervor espiritual que hizo tan vibrante y fuerte la fe de los primeros cristianos.
El bautismo en el Espíritu se ha revelado, en realidad, como un medio simple pero eficaz para realizar este programa.
Son infinitos los testimonios de las personas que han hecho la experiencia. Es una gracia que cambia la vida. En el congreso internacional de pneumatología, celebrado en el Vaticano en 1981con ocasión del XVI centenario del Concilio ecuménico de Constantinopla, hablando de la Renovación Carismática y del bautismo en el Espíritu, el teólogo Yves Congar dijo: “Una cosa es cierta: es una realidad que cambia la vida de las personas”.
Fue el Papa Montini el que designó al cardenal belga Leo Josef Suenens –uno de los moderadores del Concilio Vaticano II– como su representante en la Renovación Carismática Católica, con la que se sintió profundamente identificado y a la cual guio y sostuvo en sus inicios con sus escritos y su presencia.
San Juan Pablo II decía el 30 de octubre de 1998: “La Renovación Carismática católica ha ayudado a muchos cristianos a redescubrir la presencia y la fuerza del Espíritu Santo en su vida, en la vida de la Iglesia y en el mundo; y este redescubrimiento ha despertado en ellos una fe en Cristo rebosante de alegría, un gran amor a la Iglesia y una entrega generosa a su misión evangelizadora”.
Benedicto XVI manifestaba: “Podemos afirmar que uno de los elementos y de los aspectos positivos de las comunidades de la Renovación Carismática Católica es el relieve que asumen en ellas los carismas o dones del Espíritu Santo, y su mérito es haber recordado su actualidad en la Iglesia”.
El Papa Francisco hablaba así hace muy pocos días, en este último mes de junio: “Cincuenta años de la Renovación Carismática Católica, corriente de gracia del Espíritu. Y, ¿por qué corriente de gracia? Porque no tiene ni fundador, ni estatutos ni órganos de gobierno. Claro que en esta corriente han nacido múltiples expresiones que, ciertamente, son obra humana inspirada por el Espíritu, con carismas distintos y todas al servicio de la Iglesia. Pero a la corriente no se le pueden poner diques, ni se puede encerrar al Espíritu Santo en una jaula”.
¿Qué espiritualidad?
Vemos, por tanto, cómo los Romanos Pontífices alaban está realidad espiritual que acaba de cumplir sus bodas de oro en la Iglesia. Pero, ¿en qué consiste realmente la espiritualidad carismática? ¿Es algo específico de un grupo o todos los miembros de la Iglesia pueden beber de ella?
En los Hechos de los Apóstoles aparece el fenómeno del bautismo en el Espíritu como algo habitual en la vida de las comunidades cristianas (cfr. Hechos 1, 5; 11, 15-16; etc.), de tal modo que esta práctica viene también recogida por numerosos Padres de la Iglesia en los primeros siglos de cristianismo.
Los grupos de la Renovación Carismática comienzan con un seminario de iniciación a la vida en el Espíritu que suele durar siete semanas, y dentro del cual, durante un día de retiro, se hace el bautismo en el Espíritu, en el que un sacerdote y después varios hermanos imponen las manos sobre cada uno de los que reciben la efusión del Espíritu.
Es ésta una experiencia bellísima en la que se experimenta de un modo nuevo el amor de Dios por cada ser humano, no tanto como un discurso racional como en cuanto una vivencia que marca definitivamente tu vida. Comprendes que toda tu historia ha sido tejida por el Espíritu Santo, que en ningún momento te abandonó, sino que sin tú saberlo te ha llevado a un encuentro con Cristo resucitado.
Porque, en definitiva, Cristo es en la Renovación Carismática el centro de todo, y el Espíritu es invocado para que nos lleve a Jesús, que sigue siendo un personaje actual que interviene en tu vida y la transforma.
Pilares sobre los que se sustenta la Renovación Carismática
Si hubiera que elegir los “pilares” sobre los que se sustenta la Renovación Carismática, o los temas en los que más se incide, serían los siguientes:
- Gratuidad. Es esencial recordar que Dios Padre nos amó antes de la creación del mundo; por tanto, antes de que nosotros pudiéramos hacer cualquier obra para agradarle. La salvación no se conquista con las obras humanas, sino que se acoge como un don gratuito que no merecemos. Por supuesto que esto no anula la doctrina católica del mérito, pero nos ayuda a huir de cualquier tipo de voluntarismo espiritual que pudiera hacernos creer que “merecemos” el Cielo o la salvación. Cristo es el único salvador del hombre, y Él ofrece gratuitamente esa gracia a todo aquel que le reconoce como Señor. La gracia santificante es gratuita pero no “barata”, pues costó toda la Sangre de Cristo, lo cual nos lleva a agradecer constantemente nuestra redención y vivir en gratitud constante, huyendo de la queja y el victimismo inútil.
- Alabanza. Si algo caracteriza a los grupos de la Renovación es el gozo de la alabanza, que es fuerte, alegre, ungida por el Espíritu, ya que con nuestros cantos, nuestros gestos y con todo nuestro ser queremos bendecir al Dios que nos llama a la vida para ser alabanza de su gloria. Es muy característico de todos los grupos carismáticos querer manifestar sin pudor la alegría de la salvación, como María en el Magnificat, que exultaba de gozo en el Señor. Se dice que son grupos ruidosos, en los que se alzan las manos y con grandes voces se bendice al Señor, aunque no faltan tampoco momentos de adoración silenciosa ante el Santísimo Sacramento del Altar, en los que la adoración se convierte en un modo de vida.
- Pobreza espiritual. Dios llama a participar en los grupos carismáticos a personas de todo tipo, pero se goza de un modo especial en aquellos que aparentemente no poseen grandes cualidades humanas, pero están llenos de dones divinos; pues no debemos olvidar cómo, en la predicación paulina, el Apóstol precisamente recordaba que lo necio de este mundo lo ha escogido Dios para confundir a los sabios y poderosos.
- Dones y carismas. Tal vez sea esta dimensión la que más “choque” con la mentalidad de nuestro tiempo, pues no son poco frecuentes en las comunidades carismáticas dones tales como los describe el apóstol Pablo en la Carta a los Corintios: don de lenguas, de sanación, de profecía y tantos otros que se dan para la edificación de la comunidad. No son dones o carismas que ponen por encima de los demás a quienes los reciben. Todo lo contrario. Son servicios que ayudan a los otros a estar más cerca de Dios.
- Sentido de comunidad. Una de las manifestaciones del Espíritu es la clara conciencia de que Dios te regala hermanos en una comunidad, con los que compartir la fe y la alabanza, de tal modo que uno de los pilares de la Renovación es el testimonio que cada hermano hace voluntariamente en la comunidad del paso de Dios por su vida. Puede parecer infantil, o incluso demasiado sentimental, pero sin duda ninguna el Señor se sirve del testimonio de otros para confirmarnos en la fe. Cada semana el grupo se reúne para alabar y recibir una enseñanza, y termina con un tiempo de testimonios, que es tan importante como lo anterior.
- Ecumenismo. Desde el inicio, la Renovación ha experimentado como un signo fuerte del Espíritu la búsqueda de la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
De hecho el Papa Francisco en el último encuentro, hace unas semanas, llegó a afirmar que existe una gracia especial en la Renovación para rezar y trabajar por la unidad de los cristianos, porque la corriente de gracia pasa por todas las Iglesias cristianas; y son frecuentes los encuentros de oración entre diferentes confesiones bajo el signo del Espíritu. Ningún cristiano se siente extraño en una comunidad carismática, pues la alabanza es siempre igual.
Dos modelos de organización
- Grupos de oración, independientes entre sí, sin estatutos ni superiores, sino solamente dirigentes, llamados servidores, sin autoridad jurídica, pero siempre sujetos a la autoridad eclesiástica. Cada grupo elige algunos servidores que tienen como funciones principales reunirse para discernir en la oración lo que conviene al grupo; proponer y, si es necesario, coordinar los servicios apropiados, como la acogida, orden, música, etcétera. También hay servidores regionales, nacionales, encaminados especialmente a la organización de eventos, asambleas, etc.
- Comunidades de alianza, que se dan cuando un grupo de carismáticos se compromete con estatutos, votos, diezmos y otras estructuras. Este modelo surgió en los Estados Unidos desde la comunidad La Palabra de Dios, y ha tenido gran difusión en países como Francia, Bélgica, Italia y Alemania. Entre las comunidades de alianza más reconocidas por su desarrollo y expansión internacional se encuentran el Pueblo de Alabanza, la Comunidad del Emmanuel, la Comunidad de las Bienaventuranzas y la comunidad Siervos de Cristo Vivo.
La Renovación Carismática es coordinada a nivel mundial por el ICCRS (en inglés, International Catholic Charismatic Renewal Services, o también Servicios Internacionales para la Renovación Carismática), y la Fraternidad Católica de Comunidades y Asociaciones Carismáticas de Alianza, con sede en la Ciudad del Vaticano.
Es necesario añadir que son multitud las realidades eclesiales que han surgido a la luz de la Renovación Carismática en estos cincuenta años en la vida de la Iglesia, pues se ha querido servir el Señor de esta corriente de gracia para suscitar movimientos de santidad que cristalizan en instituciones, asociaciones y otras figuras que no coinciden exactamente con la Renovación, pero que toman de ella numerosas actitudes ante la gracia divina.
En ningún momento la Renovación ha querido convertirse en una institución más dentro de la gran riqueza de la Iglesia. En palabras del P. Raniero Cantalamessa es una nube que descarga sobre la tierra el agua del Espíritu que la hará fecunda, pero no tiene afán de permanencia institucional: la nube cumple su cometido y luego puede desaparecer cuando ya no sea necesaria.
En todo caso nunca ha faltado en la Iglesia la dimensión carismática, dando lugar a tantos frutos de santidad en la historia. Carisma y jerarquía son dos dimensiones insustituibles e irrenunciables que Cristo ha querido para su Iglesia, de tal modo que la una sin la otra daría lugar a una institución vacía del Espíritu, que es el único que protagoniza siempre toda acción evangelizadora.
En la Renovación Carismática, Cristo es el centro de todo, y el Espíritu es invocado para que nos lleve a Jesús, que sigue siendo un personaje actual que interviene en tu vida y la transforma.
Son multitud las realidades eclesiales que han surgido a la luz de la Renovación Carismática en estos cincuenta años, pues el Señor se ha querido servir de esta corriente de gracia para suscitar movimientos de santidad.
Párroco de Santa María de Caná, Madrid