La nueva casa es el fruto de “una idea que se planteó hace ya tiempo en la pastoral penitenciaria” relata para Omnes el sacerdote José Antonio Rojas Moriana, el director de Pastoral Penitenciaria de Córdoba. “Detectábamos la necesidad de disponer de un recurso para personas que salen de la prisión y que no tienen ningún tipo de ayuda: ni familiar, ni social. Personas a las que iba a ser muy difícil reinsertarse adecuadamente en la sociedad sin nadie que pudiera acompañarlos en esta vuelta a la normalidad”.
Madurada en el tiempo y, tras no poco trabajo, el pasado 2 de agosto, el obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández, bendecía las instalaciones de la residencia San Gabriel. No se trata de un centro de acogida “al uso” como explica Rojas Moriana, “es una comunidad de vida donde las personas que sean acogidas formarán parte de esta familia”.
Una familia normal, con responsabilidades, obligaciones, cariño y acompañamiento. En este sentido, las personas que sean acogidas allí “tomarán parte en decisiones de la casa, en la administración, el trabajo diario, en lo que haya que ir haciendo. Es, ante todo, ofrecer una familia, con la que se convive, donde se te ayuda, se te acompaña y formas parte de este proyecto”.
La residencia San Gabriel albergará personas que, tras cumplir su condena, quieran rehacer su vida y no cuenten con ningún apoyo familiar o social que les ayude en esta etapa.
Un trabajo difícil, debido al perfil de sus destinatarios, que estará dirigido por la Pastoral penitenciaria de Córdoba junto a Cáritas diocesana de Córdoba que aporta los profesionales de acompañamiento y formación de las personas acogidas y la congregación de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno que, como apunta el sacerdote encargado de esta labor “ha puesto una comunidad de religiosas al servicio de este proyecto, que viven en la casa y que son las que acompañaran a estas personas”.
La casa ocupa lo que antaño fue el Seminario “Santa María de los Ángeles” de Hornachuelos, enclavado en el entorno natural del mismo nombre, una localización única para desarrollar la labor de ayuda y readaptación de quienes sean allí acogidos. La Casa cuenta tres plantas: la planta baja está dedicada a zonas comunes como el comedor, baños y despacho. En la primera planta se ubica la capilla y algunas de las siete habitaciones que se completan en una segunda planta, dedicada únicamente a dormitorios. La tercera planta cuenta con un aula de naturaleza y sala de actividades.
Un proyecto que, como apunta José Antonio Rojas, materializa la labor de la Pastoral penitenciaria “desde el Evangelio y la Iglesia, buscar lo mejor de cada persona y ofrecerles un cauce de libertad, de reconstrucción interior y sacar lo mejor de ellos mismos para que no tengan que volver a la vida de antes”.