José Manuel Cotelo, director de cine español de carácter familiar, autor de títulos como Tengamos la fiesta en paz, y Carlota Valenzuela, la joven granadina que realizó una peregrinación desde Finisterre a Jerusalén, decidieron, hace ya unos meses, embarcarse en un proyecto muy especial: Hagan Lío.
Tomando como pie la famosa expresión del Papa Francisco dirigida a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil, José Manuel y Carlota decidieron poner en común sus experiencias y cualidades para llevar a cabo un proyecto que no sólo les implicara a ellos, sino que diera a conocer muchas de las historia y los protagonistas de iniciativas singulares, repartidas por todo el mundo, y que tienen, como fondo común, un afán evangelizador y de servicio a los demás.
Se trata, en palabras de los creadores de la serie, de “contar todo lo bueno que hace la Iglesia”. Son numerosísimas las realidades de servicio ligadas a la Iglesia que, muchas veces, quedan eclipsadas por las malas noticias o actuaciones.
Además, se propusieron contar estas cosas buenas de manera profesional, con la mejor calidad posible y poniendo en el centro, siempre, a los verdaderos protagonistas de estas historias y la fuerza de la fe que ha sido el motor de cada una de ellas.
Hagan lío comenzó a emitir sus capítulos en diciembre de 2023 después de no pocos avatares. Se trata de una serie audiovisual, disponible de manera gratuita, emitida a través de YouTube y a través de la que comparten historias, proyectos e iniciativas de personas que, movidas por la fe, llevan a cabo en diversas partes del mundo.
La serie, financiada a través de crowfunding, ha completado ya su primera temporada, compuesta de seis capítulos gracias a la generosidad de unos 2.000 donantes que hicieron posible la producción de los primeros capítulos que, hastahoy, han tenido más de 300.000 visualizaciones.
En su primera temporada, Hagan Lío ha puesto el foco en realidades como Futuro Vivo, un proyecto destinado a los niños de entornos vulnerables de Ciudad de Guatemala, liderado por una comunidad de religiosas carmelitas, que rescata niños de un fututo marcado por la delincuencia, el tráfico de drogas o la prostitución.
Otros capítulos lo centran el proyecto Amor Conyugal, que ha ayudado a decenas de miles de matrimonios a crecer en su vida común y a fortalecerla en la fe o los hogares del Padre Aldo, en Paraguay, donde se acoge y atiende a ancianos, enfermos crónicos o discapacitados.
Los capítulos tienen una periodicidad mensual y la primera temporada culminará, según el calendario, en mayo de 2024. Sin embargo, como destacan en esta conversación con Omnes, tanto José Manuel Cotelo como Carlota Valenzuela quieren continuar con este lío y lanzarse a una segunda temporada para seguir contando esas cientos de cosas buenas que hace la Iglesia y que están repartidos por el mundo, a veces, de manera ignota.
¿Cómo nace Hagan Lío?
—Por un impulso del Espíritu Santo, de quien parte cualquier iniciativa de evangelización. Nació de la lectura del Evangelio: “Sois la luz del mundo, no se enciende una lámpara para esconderse bajo la cama, brille vuestra luz ante los hombres, para que todos glorifiquen a vuestro Padre Dios”. De ahí surgió Hagan Lío: de ser conscientes de que conocemos poco las maravillas que Dios hace cada día a través de la Iglesia, y en cambio estamos muy bien informados de cualquier aspecto negativo. No es justo, hemos de equilibrar la balanza.
Nos gustaría acercar estos líos a todas las personas del planeta, para que pueda arder este fuego por el mundo; y para acercar estas realidades a cada casa, hemos ido hasta el fondo: viviéndolo nosotros para contarlo.
¿Cuál es el camino para llegar a las historias que aparecen en los capítulos?
—No es difícil encontrar muchos puntos de luz, brillantes y cálidos, en cuanto una se acerca a la Iglesia. Cada lío tiene el atractivo de una hoguera en una casa fría. De modo natural, todos los habitantes de la casa acaban junto a la chimenea. Pues eso pasa en la Iglesia.
Las historias aparecen de modo natural, en el roce con las personas: una conversación, un mensaje de Instagram… ¡La belleza de la Iglesia es tan grande y tan diversa que lo raro es no toparse con ella si uno está abierto a descubrirlo y dejarse sorprender!
¿Cómo influye esta serie, qué reacciones recibís de los espectadores?
—Cada día recibimos mensajes de personas a las que estos líos le han empujado a iniciar su propio lío, a salir de su comodidad y ponerse al servicio de Dios.
Ese es el efecto más loco de todo esto: no que “guste”, sino que movilice.
Un proyecto de evangelización, ¿tiene siempre algo de locura? ¿Cual es la mayor locura de Hagan Lío?
—La mayor locura es, en realidad, la única opción razonable: fiarnos de Dios. Si quisiéramos evangelizar con nuestras fuerzas, creyéndonos capaces para ello, nos daríamos un buen batacazo. Y Jesús lo advierte: “Sin Mí, no podéis hacer nada”. Tal vez sólo podríamos tener éxito, en cuyo caso escucharíamos el diagnóstico de Jesús: “Ya habéis recibido vuestra recompensa.”
Los frutos de conversión, los efectos espirituales transformadores, escapan a nuestra capacidad. Lo razonable -locura a los ojos del mundo- es la confianza plena en Dios, para que Él siga obrando milagros a través de nuestra pequeña aportación.
Hagan Lío es un proyecto de crowdfunding. ¿Cómo está siendo la respuesta a este proyecto?
—La respuesta está siendo buenísima, con pequeñas aportaciones que llegan desde los rincones más recónditos, desde las huchas de niños, esas dos monedas de la viuda que cuenta el Evangelio. Y también hay personas que aportan grandes cantidades. Pero necesitamos más, necesitamos hacer equipo para poder seguir llevando estos líos a cada casa y contagiando la alegría del Evangelio.
Por ahora hemos podido producir la primera temporada, gracias a unas 2.000 personas. Ahora estamos en plena campaña de financiación de la segunda temporada, a través de www.haganlio.org y ya hay 850 personas que se han sumado, aportando el 25 %.
Hemos de seguir pidiendo la implicación de muchos donantes, para poder producir más capítulos. Es un gran trabajo en equipo, en el que las pequeñas aportaciones consiguen alcanzar un gran objetivo.