Experiencias

Arte, Belleza y Dios. Gaudí, encarnación de la belleza divina

El nombre de Antoni Gaudí se asocia de manera directa a su obra más grandiosa: la iglesia de la Sagrada Familia, emblema de la ciudad de Barcelona y en la que Gaudí plasmó, de manera genial, su profunda fe católica, su fortísima vivencia espiritual y su manera de entender el arte como un camino de unión directa con el Creador.  

Federico Fernández de Buján·22 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 9 minutos
gaudí

El amor es el motor de la Historia. Aunque, a veces, la Historia deba explicarse a través del desamor. Por amor se ha hecho todo lo bueno que en este mundo ha sido. Fue el desamor quien ha propiciado que el mal acampe en nuestra tierra. El hombre se mueve a impulsos del amor, a veces del desamor. A impulsos de su corazón de carne, puro y generoso… o bajo el presagio de su corazón de piedra, perverso y soberbio.

Todo lo bueno y lo malo del hombre sale de lo íntimo de su ser, de su corazón inexpugnable que ningún detector puede penetrar. 

Del corazón integral, sin doblez, del corazón que no engaña y que tampoco se deja engañar. Del corazón allí donde todo es veraz, sale el verdadero pensar y sentir. También de él sale el hacer y actuar. Y, así, el cariño verdadero, ese que sale del corazón sincero, necesita expresar sus sentimientos y dar forma material a sus afectos. 

De esta forma y por esta causa, a veces el amor necesita manifestarse a través de lo más bello, ya que la belleza es un reflejo, aunque pálido, de la bondad.

También la belleza es una manera de expresar la verdad. Con la belleza intentamos los pobres hombres, siempre tan necesitados de signos externos- expresar nuestro amor.  Y, así, con un regalo bello, también valioso, manifestamos lo mucho que queremos y lo grande que es nuestro amor. ¿Si así nos comportamos en el amor humano, es distinto cuando expresamos el amor de Dios? ¿Es que tenemos dos corazones diferentes, según quien sea el sujeto de nuestro amor?

Durante siglos el hombre intentó presentar a su Dios las más sublimes creaciones del ingenio. Era el amor que rendía culto a Dios. Era el amor que tendía al “Amor”. Era el amor amando al “Amor”. La creación ofrecida al Creador. 

Y surgen pueblos y naciones, siglos y épocas, que consagran lo mejor de cada uno, a ofrendar al Señor las obras recreadas por los hombres. Y se alzan catedrales, colegiatas, iglesias, capillas, monasterios, abadías y conventos…, con sus fachadas, pórticos, bóvedas, claustros, columnas, pilares, capiteles y retablos., que son, en inefable expresión artística en expresión corpórea, la manifestación de la fe y la vivencia espiritual de quienes fueron sus mentores y artistas. Y todo el arte y la creación humana, arquitectónica, escultórica, pictórica, musical y literaria… quiso adorar al Creador. 

Esta explosión generosa de ingenio dedicado al Señor de todo lo creado es indudable que no está presente en nuestros días. ¿Es que nuestro tiempo lo preside el desamor? ¿Es que el amor del hombre no tiene hoy como sujeto al “Amor”? Creo que la carencia estética en las manifestaciones religiosas actuales tiene distintas causas, quizá complementarias. El mundo, desde hace siglos, sufre un proceso progresivo de pérdida del sentido trascendente de la Historia. El hombre camina en sentido horizontal y ha perdido la referencia vertical. Así, el sentimiento religioso haya decaído como fuente de inspiración de los artistas. 

Además, el carácter secular de nuestro mundo ha producido también la desvirtuación del incalculable tesoro artístico con representación sacra, que las generaciones precedentes nos han transmitido, con el mandato ineludible de que seamos meros detentadores durante nuestra existencia y fieles transmisores a su término. No sólo se ha alterado sino, a veces, se ha traicionado el fin para el que estas manifestaciones artísticas fueron concebidas y creadas. 

Tomando como ejemplo paradigmático, las catedrales es indudable que su destino actual -como centro de atracción turística-, dista mucho del fin originario para el que se construyeron, como lugares de culto y oración. Con pasmosa naturalidad se esconde y casi oculta, en demasiados de esos templos, la presencia de su exclusivo Señor, para “reconvertir” su destino en “museos” por los que sus visitantes discurren, sin las elementales limitaciones y cautelas que se exigen en sus homólogos profanos. Las naves se transforman en pasillos de tránsito, por los que masas de gente buscan una apresurada visión de esas creaciones, sin pararse a considerar, ni un instante siquiera, la razón de ser de todo lo contemplan. 

Al tiempo, en una pequeña, pobre y lúgubre capilla se traslada, hartas ocasiones, a Aquel que es el exclusivo “Señor de esa Casa”. Se hace preciso preguntarle a nuestro mundo: ¿Para quién se construyeron las catedrales? ¿Para quién los altares mayores? ¿Para quién las capillas absidales? ¿Para quién fueron talladas y esculpidas las imágenes? ¿Para quién los frescos y los lienzos? ¿Para quién las patenas y los cálices? ¿Para quién se bordaron las ricas casullas? ¿Para quién las preciosas custodias? ¿Para quién los valiosos sagrarios? 

Y el hombre, que ha perdido, en gran parte, el sentido trascendente se convierte a sí mismo, en el centro de la Historia. Y este nuevo sentimiento invade asimismo a los artistas. Volviendo de nuevo a ejemplificar, me resulta descorazonador comprobar cómo, en ocasiones, se utilizan para celebrar la Santa Misa y consagrar, en definitiva, para «posar» el Sacratísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, vasos sagrados de escaso o nulo valor artístico y económico, mientras que se amontonan valiosas patenas y cálices en los museos catedralicios. 

Parece que hoy el mundo ha disociado el amor humano y el amor a Dios. Y aplica a esos amores “dos pesas y dos medidas”. Y a Dios le ha tocado la medida más pobre. Sin embargo, a pesar del poco aprecio que hoy expresamos por esa presencia “física y real” del Dios verdadero en las especies consagradas, Él sigue ahí, escondido, paciente, callado, en el Tabernáculo.

Paso ahora a referir alguna reflexión sobre Gaudí, como un ejemplo paradigmático de artista que recrea su obra desde su fe y para la gloria de Dios. Centenares páginas se han escrito para resaltar este aspecto. De entre las que destaco las obras de José Manuel Almuzara, arquitecto, incansable conferenciante, escritor enamorado de Gaudí y de su obra y hoy solo Gaudiólogo: Gaudí y la Sagrada Familia y De la piedra al Maestro, éste en coautoría con Etsuro Sotoo. 

La eventual originalidad de mi enfoque podría consistir en una especie de “guía lingüística” que titulo el “ABC de nuestro querido Antonio Gaudí, Siervo de Dios”. 

Con la A, Amor, como la causa del Arte 

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) define el amor en su primera acepción como: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Se completa con las siguientes que afirman: “Sentimiento hacia otra persona y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. Sentimiento de afecto y entrega a alguien o algo”.

Gaudí concibe, planifica y ejecuta el Templo expiatorio de la Sagrada familia desde los treinta y un años hasta su muerte, desde su apasionado su amor a Jesús, María y José. Su corazón estaba centrado en el Amor “a” Dios y en el Amor “de” Dios. La Santa Misa y la devoción a la Virgen y a San José son la energía poderosa de la que saca fuerzas de flaqueza para trabajar sin dormir y aún sin comer. 

El rezo diario Rosario era su descanso. Cuando es atropellado por un tranvía, de las pocas pertenencias que se encuentran en sus bolsillos es un Rosario. En el parque Güell construye un itinerario con ciento cincuenta bolas de piedra, correspondientes a las diez avemarías de cada uno de los quince misterios. Gaudí completaba la vertiente “vertical” del amor a Dios con la “horizontal” del amor a los demás. Así afirma: “El trabajo es fruto de la colaboración que se basa en el amor”.

Por lo que se refiera a concepto de Arte, El diccionario de Autoridades lo define como: “La facultad que prescribe reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas. Vale asimismo como perfección en la obra hecha. Así, lo que está ejecutado ò labrado con todo cuidado, y compuesto según los preceptos y reglas de cada arte, se dice que está ejecutado con arte”. Y añade: “Se llama también maña, destreza de alguna persona y la habilidad con que dispone las cosas”. 

 Y el diccionario general de la RAE define el arte como la: “Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado”. Puede constatarse -con solo contemplar la Creación-, que el Supremo Creador artístico es Dios. 

Así, en el Génesis toda la creación, pautada en los seis días de formación del mundo y disfrutada el séptimo día, se hace desde la Belleza de Dios que conforma las cosas bellas y las transmite al hombre para su disfrute y deleite. 

Dios entregó al hombre capacidad para lograr la belleza a través de las expresiones estéticas e inspira el corazón de los artistas para crear sus obras.  Y el cristianismo es la mayor influencia sobre el arte de la Historia de la Humanidad. Así se afirma: “Retirad de vuestros museos las obras de inspiración cristiana y habréis mermado de forma irreparable el patrimonio artístico de la humanidad”. 

 “De la abundancia del corazón habla la boca”. Ello se hace realidad en Gaudí. Su arte era manifestación, aún más, prolongación extrahumana de su fe. La Sagrada Familia pone al descubierto toda su alma.  En Gaudí y en su obra, se descubre que “Dios le es más íntimo que su propia intimidad”. 

Con la B, belleza

En el diccionario de Autoridades de la RAE se define belleza en su segunda acepción como: “Se suele tomar por cosa excelente, bien ejecutada, y que tiene en sí grande primor y perfección”. 

Se me antoja que Gaudí que no sería partidario del “el arte por el arte”, sino el arte como “medio de expresar la belleza y las cualidades de lo creado” para contribuir a llevar al hombre a la plenitud de su ser, que no es ni más ni menos que Dios. Recordemos así el luminoso pensamiento de San Agustín que expresa: “Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. 

Con la C, crear

En la última edición del diccionario publicado con ocasión de su tercer centenario se decía en su primera acepción: Atributo de Dios por el que es capaz hacer existir algo de la nada hora. Por desgracias la edición digital -que está en www.uned.es-, lo relega a la segunda acepción y lo define como: “Producir algo de la nada”. Y pone de ejemplo “Dios creó los cielos y la tierra”. 

Es evidente que el lenguaje se ha degradado y el diccionario sigue también esa tendencia, en cuanto que define crear, en su primer sentido, diciendo: “Producir algo nuevo, desentendiendo su prístino significado, el único que define plenamente crear. Lo demás es recrear”. 

Con la D, Dios

Afirma el diccionario de Autoridades. “Nombre Sagrado del primer y supremo. Ente necesario, eterno e infinito, cuyo Ser como no se puede comprehender no se puede definir y solo se puede sacar de sus Sagrados Oráculos, principio y fin de todas las cosas. El que “crió” el Universo por su Poder, que conserva por su Bondad, que rige por su Providencia, que todo pende de su magnificencia infinita”. Y el diccionario general de la RAE en su primera acepción define: “Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo”.

El brazo de Dios es símbolo de su poder y grandeza y el dedo de Dios lo es de la “gracia divina”, la misión de Gaudí en la Sagrada Familia estuvo apoyada en el “brazo” y se delineó con el “dedo” de Dios.  Uno y otro estuvieron siempre con él. 

Con la G, genialidad

Afirma el diccionario de la RAE: “Dicho, hecho o ideas geniales”. Y de genial señala: “Propio del genio de alguien. Sobresaliente, extremado, que revela genio creador”. 

Define genio como: “Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables”. 

Gaudí es absolutamente irrepetible, único.  Su genialidad procede de su religiosidad. 

Ambiciona trasmitir a la posteridad el mensaje de que Dios que nos está cercano, nos cuida y se introduce en nuestra vida. 

Su arquitectura la concibe como una participación de la obra creadora de Quien nos sostiene en su infinita Providencia. 

Con la I, inspiración unida a la S, sacrificio 

Se define inspiración como el “estímulo que anima la labor creadora en el arte o la ciencia”. Pero la inspiración no lleva a nada, es estéril sin la transpiración. 

Transpirar se define como “exhalar a través de cuerpo. Dicho de otra formar: sudar”. La transpiración es pues fruto del sacrifico y la entrega. 

Es evidente que en el mundo artístico la “creación”, depende de la “inspiración”, más que en el ámbito científico. En éste el estudio es causa del resultado que se alcanza con un 99% de transpiración y un 1% de inspiración. Además, suele aparecer cuando es más intensa aquella. Se suele afirmar: “La inspiración siempre te encontrará sentado”.  

Por su parte, se define sacrificio como: “ofrenda a una deidad en señal de homenaje o expiación. Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor”. Y delimita “entregarse” como: “atención, interés, esfuerzo, en apoyo de una o varias personas, una acción, un ideal”

Si sacrificio es “ofrenda a Dios en señal de homenaje o expiación”, y si en una complementaria acepción sacrificio es “acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor”, es evidente que Gaudí es la perfecta encarnación del sacrificio hasta la extenuación, en el cumplimiento fiel de la misión encomendada. 

Convencido de que las cosas sin sacrificio no tienen valor, Gaudí se dedica a su obra de la Sagrada Familia desde una vida austera, acompañado siempre su trabajo con mucha oración y penitencia.

Si entrega es la “acción y efecto de entregarse” y en una acepción complementaria es “atención, interés, esfuerzo, para hacer posible una acción” es evidente que Gaudí “entregó” la mayor parte de su vida a su obra más excelsa por la que vivió y aún diría que murió: El templo expiatorio de La Sagrada Familia. 

Con la N, naturaleza

Dice el diccionario en su primera acepción: “Conjunto de todo lo que existe y que está determinado y armonizado en sus propias leyes”

La niñez de Gaudí, de salud delicada, transcurrió mucho tiempo en el campo, donde aprendió a contemplar la belleza de la naturaleza. Así, su concepción del arte se basa en los modelos de la naturaleza, como “la obra maestra del Creador, en la que brilla la Verdad”. Para él, todo lo bello debe llevar a Dios, ya que, en realidad, es solo una pálida manifestación suya. 

Concluyo. Y deseo hacerlo a través de unas palabras de José Manuel Almuzara: “Gaudí actuó de acuerdo con su pensamiento, vivió con lealtad absoluta a sus arraigadas creencias religiosas y a sus depurados ideales estéticos, y demostró que la altísima inspiración artística corona el trabajo intenso, sostenido, lento, metódico y disciplinado”.

El autorFederico Fernández de Buján

Catedrático de Derecho Romano. UNED. Académico de número de la Real de Doctores de España.

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