Domtila y Antonia son dos mujeres con recorridos vitales diversísimos. Una está acercándose a la ancianidad, la otra en el inicio de la vida adulta. Una es originaria de Kibera -uno de los asentamientos humanos más pobres del planeta-, la otra viene de un entorno acomodado de Santiago de Chile. Una es una maestra jubilada y la otra una enfermera matrona. No las une la procedencia, ni el color de piel, ni una red de amistades, ni la profesión. Y, sin embargo, desde que se conocieron hace ahora casi diez años, son inseparables.
Las biografías de Domtila y Antonia se han visto entrelazadas por una misma pasión y un deseo: ayudar a otras mujeres en situación de vulnerabilidad y hacer del mundo un lugar donde cada vida es acogida como un don, con respeto y cuidado. Fruto de este compromiso común nació la Fundación Maisha, que en swahili significa Vida.
La historia de “Mamá Domtila”
Domtila Ayot, más conocida como “Mamá Domtila”, es una fuerza de la naturaleza. Al hablar desprende una energía que la llena de juventud. Se va apasionando y se le atropellan las palabras y las historias. Nos encontramos con ella en Nairobi, y con gran generosidad va compartiendo sus recuerdos y nos abre las puertas de su casa.
Domtila, quería comenzar pidiéndole que se presente.
—Procedo de Kibera, en Nairobi, el slum más grande de Kenia y el segundo más grande de África. Tengo 76 años, seis hijos y varios nietos. He trabajado durante años, hasta mi jubilación, como profesora en una escuela católica.
¿Cómo comenzó su compromiso en defensa de la vida incipiente?
—Un día, paseando por mi barriada, vi algo colgando de un árbol, tenía una forma extraña. Sólo al acercarme pude comprobar que era un feto humano. Entre las callejuelas de Kibera no es infrecuente encontrarse a fetos abortados, abandonados a la intemperie. Me sentí interpelada, así que fui a mi casa y escribí mi número de teléfono en unas tiras de papel. Luego las fui pegando en diferentes lugares del barrio, ofreciendo mi ayuda. De este modo nació el “Centro de Esperanza Edel Quinn”, para embarazos en crisis y acompañamiento de la mujer.
¿Qué lleva a las mujeres a optar por un aborto clandestino, con todos los riesgos que esto conlleva?
—Esos embarazos son, en muchos casos, el fruto no deseado de abusos y violaciones -generalmente ocurridas en el ámbito intrafamiliar-, o de relaciones esporádicas entre jóvenes que no han recibido ninguna educación sexual. Muchas de las que acuden a esta práctica tan peligrosa son apenas adolescentes. Como maestra, me di cuenta de que necesitaban formación y ayuda, pues son muchas las mujeres de Kibera que deben afrontar el embarazo sin ningún apoyo y en condiciones de extrema pobreza. Los episodios de dolor y esperanza que he presenciado en estos años son incontables.
Usted empezó desde el “Centro de Esperanza Edel Quinn”, sin apenas medios.
—En mi parroquia recibí una formación extensa en cuestiones de bioética en relación a la familia, la sexualidad y el inicio de la vida. Logré involucrar a toda mi familia en esta aventura. Al principio mi marido se resistía. Después él mismo me decía que en la tienda que regentábamos había sábanas u otros productos que podíamos donar. Hasta su fallecimiento fue un gran apoyo para mí.
Antonia, una matrona sin fronteras
En el año 2015, Domtila se encontraba en una encrucijada. Había renunciado a presidir el movimiento provida en la parroquia, a pesar de que había sido elegida una vez más por unanimidad. Deseaba seguir ayudando a muchas mujeres, pero se encontraba sin medios y necesitada de brazos. En ese momento Antonia Villablanca se cruzó en su vida.
Antonia, ¿cómo conociste a Domtila?
—En 2015 yo era estudiante de Enfermería y me preparaba para ser matrona. En un viaje solidario a Kenia desde Chile conocí a Domtila. Había ido como voluntaria con una amiga, Fernanda, que también es enfermera matrona, para trabajar en un hospital de bajos recursos. Allí me enteré de las pésimas condiciones en que muchas mujeres dan a luz en el país africano y supe de esta pequeña iniciativa local iniciada en Kibera.
¿Cuál es la situación de la maternidad en Kenia?
—En Kenia sólo el 40 % de los nacimientos ocurren dentro de los hospitales. La tasa de mortalidad materna es de 377 por cada 100.000 nacimientos, mientras que en los países desarrollados esa tasa se reduce a 12. Además, es el tercer país del mundo con mayor número de madres adolescentes, alcanzando una cifra de un 21 % de embarazos adolescentes en el país. Alrededor de 13.000 jóvenes dejan la escuela cada año a causa de un embarazo no planificado. Las tasas de aborto clandestino son altísimas, llegando a 30 abortos por cada 100 nacimientos. Ahora se está dando también un auge de la maternidad subrogada, pues no existe ninguna legislación restrictiva al respecto, y es una salida económica para muchas mujeres sin recursos.
Como fruto de tu primer viaje a Nairobi, nació la Fundación Maisha.
—El encuentro con Domtila fue el inicio de una colaboración que desembocó en el nacimiento, en el año 2016, de la Fundación Maisha. Maisha en swahili quiere decir “vida”. La levantamos junto con otros tres amigos chilenos: Wenceslao, Sebastián y Julián.
En un comienzo nació como una red de apoyo que buscaba acoger a las madres y a sus hijos durante el embarazo. Con el paso del tiempo la iniciativa se ha ido consolidando y ahora cubrimos cuatro programas: acogida, salud, educación sexual y afectiva, y sustentabilidad.
Hay quienes critican a las iniciativas provida, alegando que se preocupan de las mujeres sólo durante el embarazo, pero después del parto abandonan a las madres y a los bebés a su suerte…
—Maisha no sólo acompaña a las jóvenes antes, sino también después del parto. Estamos con ellas en el durante el embarazo y les damos herramientas para ser económicamente sostenibles e independientes. Ahora mismo Domtila vive en una casa alquilada por la fundación, situada en un barrio cercano a Kibera, donde unas 11 o 12 jóvenes que están en la última fase del embarazo se alojan con ella y permanecen ahí hasta la sexta semana después de dar a luz.
Durante ese tiempo reciben charlas de formación en ámbitos diversos como salud y crianza, micro-emprendimiento o economía familiar. Cuando ya están en condiciones, regresan a sus hogares o, si la vuelta es insostenible, se les busca otro alojamiento. No solo no se las abandona, sino que los lazos que se crean han dado lugar a bonitas historias de amistad que continúan a lo largo de los años.