Mundo

Las apariciones de Fátima y la fe de los pastorcitos, esperanza para el mundo

Ricardo Cardoso·3 de mayo de 2017·Tiempo de lectura: 5 minutos

Hablando de los tiempos que vendrán, Jesús refiere que “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (cfr. Mt. 24, 35). De estas palabras de Jesús podemos concluir que su Madre seguirá haciendo resonar en el corazón de la humanidad herida la necesidad de volver a mirar a su Señor, buscando Aquél que la cuida en el Amor. Por eso, el servicio del Amor de Dios sigue resonando en las sucesivas generaciones que, desde 1917, escuchan lo que la Virgen transmitió a los pastorcitos en Fátima: su Mensaje.

La primera manifestación sobrenatural fue en el año 1915, en el monte del Cabeço. Las narraciones de Sor Lucia (Memorias de la Hermana Lucía) indican que, estando ella con tres amigas (Teresa Matias, Maria Rosa y Maria Justino), “al llegar el mediodía, comimos nuestra merienda, y después invité a mis compañeras a que rezasen conmigo el Rosario, a lo que ellas se unieron con gusto. Apenas habíamos comenzado, cuando, delante de nuestros ojos, vimos, como suspendida en el aire, sobre el arbolado, una figura como si fuera una estatua de nieve que los rayos del sol volvían como transparente”. Para estas niñas, sumergidas en la oración, quedó la duda sobre quién era la figura.

Primera aparición del Ángel

En la primavera del año de 1916 tiene lugar otra manifestación sobrenatural. Esta vez todo es más nítido, pues el propio ángel se da a conocer “¡No temáis! Yo soy el Ángel de la Paz”. El Ángel toma la iniciativa y les invita a hacer a oración: “¡Orad conmigo!”. Refiere sor Lucía que, en ese momento, el Ángel, “arrodillándose en tierra, inclinó la frente hasta el suelo”.

La actitud del enviado de Dios es seguida por los niños: “Transportados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar”. De la iniciativa del Ángel surge el acto de adoración eucarística y trinitaria: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman”.

Reparación y Comunión

En el verano del mismo año de 1916 tiene lugar la segunda manifestación sobrenatural del Ángel, pero esta vez, mientras descansaban junto al pozo del Arneiro. El Ángel les dijo: “¿Qué hacéis? ¡Orad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo plegarias y sacrificios”.

Los niños le preguntaron cómo debían hacerlo, y el Ángel concreta: “De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores […]. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”. Y añade: “Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su Guarda, el Ángel de Portugal”.

En el otoño de 1916 tiene lugar la tercera manifestación sobrenatural del Ángel. Habían terminado los niños el rosario, cuando se les aparece “portando en la mano un Cáliz y sobre él una Hostia, de la cual caían dentro del Cáliz algunas gotas de sangre. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración: –Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os adoro profundamente…”.

Entonces dio a los niños la Sagrada Comunión, diciéndoles:“Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.

Apariciones de la Virgen: 13 de mayo

El estudio y el conocimiento del fenómeno sobrenatural de las apariciones de la Virgen en Fátima necesitan de una equilibrada lectura creyente, distante de sensacionalismos emotivos o de intelectualismos de la fe. De este modo, el punto de partida será siempre los que nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica. En cualquier revelación particular su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.

En las apariciones de la Virgen, documentalmente descritas en las Memorias de la Hermana Lucia, son impresionantes los relatos coloquiales en los que la Santísima Virgen habla con cercanía, ternura y con corazón de Madre.

En la primera aparición, el 13 de mayo de 1917, la Virgen Santísima les sorprende mientras se escapaban de una tormenta. Allí mismo, donde ahora se encuentra la Capelinha, vieron “sobre una carrasca una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella irradiaba”.

La Virgen María les pregunta sobre su voluntad de aceptar la misión de Dios para ellos: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que El quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”. Y en su respuesta -”Sí, queremos”-, estos pequeños niños asumen, con madurez, la colaboración con los designios del Amor salvífico de Dios. En esta misma aparición, la Virgen les pide que todos los meses allí se encuentren con Ella, y que recen el rosario todos los días.

Rezar el rosario para la conversión

El 13 de junio, la Virgen les revela que llevará a Francisco y Jacinta al cielo muy pronto. Lucia pregunta: ¿Me quedo aquí sola?”. La respuesta de la Virgen no sólo es para Lucia, porque sigue siendo un eco en cada corazón creyente: “No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”. Este Corazón de Madre es el lugar de ternura y seguridad, el camino seguro que conduce a Dios.

En la tercera aparición, el 13 de julio, la Virgen sigue insistiendo en el rezo del rosario, como medio para alcanzar muchas gracias por las variadas intenciones, sobre todo la paz y la conversión de los pecadores.

Tal como aconteció con las apariciones de Ángel, la Virgen también insiste en la oración y en los sacrificios constantes por la conversión de los pecadores y se les permite ver los sufrimientos del infierno.

Por otro lado, la Virgen les habla de los designios de Dios y de los riesgos de la humanidad: “Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la grande señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre”.

Consagración y algún tiempo de paz

“Para impedirla” –prosiguió la Virgen María–, “vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la Comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.

La Virgen María les aconseja también que cuando recen el rosario, “diréis, después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, principalmente las más necesitadas!”.

En la aparición de octubre, la Virgen les indica que construyan allí una capilla en su honor, y que pidan que los pecadores se enmienden y “no ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”. Al terminar, se elevó al cielo, y fue entonces cuando las cerca de setenta mil personas que allí estaban fueron testigos del milagro del sol, que realizó giros de rotación en su periferia, desprendiendo chispas de luz, y adquirió diversos colores que esparció por toda la Tierra, con una duración de 8 a 10 minutos, aseguran los protagonistas y científicos.

“La primera condición para la beatificación es la de haber practicado las virtudes en grado heroico y se decía que los niños no tenían esa capacidad”, recuerda el cardenal portugués Saraiva Martins. “Pero en el caso de los pastorcillos Jacinta y Francisco no es así, porque demostraron una heroicidad tal que ya querría yo encontrar en muchos adultos”, asegura. El Papa no les declara santos por las apariciones de la Virgen, sino por cómo vivieron su fe, añade.

El autorRicardo Cardoso

Vila Viçosa (Evora, Portugal)

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