Según la Constitución de la República de Turquía, el término «turco», desde el punto de vista político, incluye a todos los ciudadanos de la República, independientemente de su etnia o religión. Las minorías étnicas, de hecho, no tienen estatus oficial.
Entre la modernidad y la tradición, el laicismo y el renacimiento del Islam
Las estadísticas muestran que la mayoría de la población habla turco como lengua materna; una minoría considerable habla kurdo, mientras que un pequeño número de ciudadanos utiliza el árabe como primera lengua. Aunque las estimaciones de la población kurda en Turquía no siempre han sido fiables, a principios de este siglo los kurdos representaban aproximadamente una quinta parte de la población del país. Están presentes en gran número en toda Anatolia oriental, donde constituyen la mayoría de la población en varias provincias. Otros grupos étnicos minoritarios, además de kurdos y árabes, son griegos, armenios y judíos (que viven casi exclusivamente en Estambul), y circasianos y georgianos, que viven principalmente en la parte oriental del país.
Como en otros países de Oriente Próximo, el modelo patriarcal y patrilineal pervive en Turquía en la mayoría de las zonas rurales, donde las familias se reúnen en torno a un jefe y forman verdaderas estructuras solidarias y sociales dentro del pueblo, a menudo viviendo en espacios comunes o adyacentes. En estas zonas, donde la sociedad tradicional sigue siendo el modelo imperante, perviven prácticas y costumbres ancestrales que impregnan todas las fases de la vida familiar (considerada el centro de la sociedad, a menudo en detrimento del individuo): desde la celebración del matrimonio, al nacimiento, pasando por la circuncisión de los hijos varones.
Según las estadísticas oficiales, el 99 % de la población turca es musulmana (10 % chií).
Además de la mayoría musulmana, también hay pequeñas minorías de judíos y cristianos (estos últimos divididos entre ortodoxos griegos, ortodoxos armenios, católicos y protestantes).
El país es constitucionalmente laico. De hecho, desde 1928, debido a una enmienda constitucional, el islam ya no se considera la religión oficial del Estado. Desde entonces, ha habido numerosos momentos de tensión provocados por el estricto laicismo impuesto por las instituciones, percibido por algunos como una restricción a la libertad religiosa. Por ejemplo, el uso del velo (así como del tocado tradicional turco, el tarbush), estuvo prohibido durante mucho tiempo en lugares públicos hasta que una nueva enmienda constitucional, aprobada en febrero de 2008 en medio de una gran polémica, permitió a las mujeres volver a llevarlo en los campus universitarios.
Hasta 1950, además, la enseñanza de la religión no estaba permitida; sólo después de esta fecha la ley estatal permitió la creación de escuelas religiosas y facultades universitarias de teología, así como la enseñanza de la religión en las escuelas estatales. Esto muestra un elemento bastante interesante: aparte de una élite secular y urbanizada, una gran parte de la población de la Turquía rural sigue profundamente anclada en la fe islámica y los valores tradicionales.
A lo largo de los años, las fuerzas armadas han afirmado constantemente su prerrogativa como garantes de la laicidad de Turquía, cuya importancia consideran fundamental, hasta el punto de intervenir en varias ocasiones en la vida pública del Estado cada vez que se percibe cualquier tipo de amenaza a la propia laicidad, en los últimos tiempos, parece más cuestionada que nunca tanto por la presencia de un presidente, Recep Tayyp Erdoğan (que, junto con el partido que le apoya, el AKP, se declara islamista moderado), como por el despertar generalizado de las reivindicaciones religiosas en todos los ámbitos.
El movimiento de Fethullah Gülen
Fethullah Gülen nació en 1938. Hijo de un imán, Gülen fue discípulo de Said Nursi, un místico de origen kurdo fallecido en 1960, y, convertido en teólogo musulmán, fundó un movimiento de masas -basado en la adhesión de voluntarios apasionados que también aportaban sus propios recursos económicos a la causa- que, partiendo de la educación de estudiantes en los años 70, ha llegado a contar, solo en Turquía (donde fue apoyado inicialmente por Erdoğan, que luego se convirtió en su archienemigo, hasta el punto de que el propio Gülhen fue acusado de ser uno de los instigadores del fallido golpe de Estado de 2016 contra Erdoğan), con más de un millón de seguidores y más de 300 escuelas islámicas privadas. Se dice que son más de 200 las instituciones educativas que difunden las ideas de Gülen en el extranjero (especialmente en los países de habla turca de la antigua zona soviética, donde la necesidad de recuperar una identidad étnica y espiritual tras siglos de oscurantismo es más fuerte). Además, sus partidarios cuentan con un banco, varias cadenas de televisión y periódicos, un sitio web en varios idiomas y organizaciones benéficas.
El movimiento de Fethullah Gülen se presenta como una continuación natural de la obra de Said Nursi, que defendía la necesidad de luchar contra el ateísmo utilizando no sólo las armas de la fe, sino también las de la modernidad y el progreso, uniéndose a los cristianos y a los fieles de otras religiones en pos de este objetivo. Por este motivo, se ha hecho famoso, tanto en su país (de donde, por otra parte, optó por trasladarse a Estados Unidos ante el riesgo de acusaciones en su contra por parte de las instituciones turcas, que, junto con la élite laica, lo consideran un peligro inaceptable para la aconfesionalidad del Estado) como en el extranjero, como partidario de la paz y el diálogo interreligioso, llegando incluso a reunirse con destacadas personalidades de las principales confesiones, como el Papa Juan Pablo II, en 1998, y varios patriarcas y rabinos ortodoxos.
En realidad, el principal objetivo del movimiento de Gülen es hacer que el islam vuelva a ser el protagonista en el Estado y las instituciones de Turquía, exactamente como lo fue en la época otomana, y convertir a su país en un líder ilustrado para todo el mundo islámico, especialmente el mundo de habla turca. De ello se desprende que la matriz del propio movimiento es islámica y nacionalista panturca y está destinada, por su propia naturaleza, a chocar con otro tipo de nacionalismo presente en Turquía, el laico y kemalista, que, por un lado, mira a Europa y Occidente como socios ideales de Ankara, pero, por otro, no aborda las cuestiones pendientes que aún dañan la imagen del país en el mundo y causan sufrimiento a pueblos enteros: los kurdos y los armenios, así como los griegos y los chipriotas del norte.
Turquía y Europa
Turquía solicitó la adhesión a la Comunidad Europea (hoy incorporada a la UE) en 1959, y en 1963 se firmó un acuerdo de asociación. En 1987, el entonces Primer Ministro, Özal, solicitó la adhesión de pleno derecho. Mientras tanto, los lazos económicos y comerciales entre Turquía y la UE (ya en 1990, más del 50 % de las exportaciones de Ankara se dirigían a Europa) se hicieron cada vez más fuertes, lo que dio un impulso considerable a las demandas de la República de Turquía en Bruselas, que, sin embargo, aún alberga fuertes dudas hacia el país euroasiático, principalmente debido a la política turca en materia de derechos humanos (en particular, la cuestión kurda, que analizaremos en un artículo posterior), por la delicada cuestión de Chipre y por el creciente resurgimiento del conflicto entre laicos y religiosos (otro motivo de preocupación es el fortísimo poder de los militares en el país, ya que custodian la Constitución y la laicidad del Estado, lo que amenaza seriamente algunas libertades fundamentales de los ciudadanos).
A pesar de estos recelos, en 1996 se estableció una unión aduanera entre Ankara y la Unión Europea, mientras los sucesivos gobiernos de Turquía multiplicaban sus esfuerzos con la esperanza de una inminente adhesión: se sucedieron las reformas en los ámbitos de la libertad de expresión y de prensa, el uso de la lengua kurda, la innovación del código penal y el freno al papel de los militares en la política. En 2004 se abolió la pena de muerte. Ese mismo año, la UE invitó a Turquía a contribuir a la solución del antiguo conflicto entre grecochipriotas y turcochipriotas, animando a la facción turca -que ocupa, con el apoyo de Ankara, el norte del país- a apoyar el plan de unificación patrocinado por la ONU, que debía preceder a la entrada de Chipre en la Unión Europea. Aunque los esfuerzos del gobierno de Ankara lograron que la población turcoparlante del norte votara a favor del plan, la abrumadora mayoría griega del sur lo rechazó. Así, en mayo de 2004, la isla pasó a formar parte de la UE como territorio dividido y sólo se concedieron los derechos y privilegios de la pertenencia a la UE a la parte sur de la isla, bajo el control del gobierno chipriota reconocido internacionalmente.
En 2005 comenzaron por fin las negociaciones formales para la adhesión de Turquía a la UE. Sin embargo, las negociaciones están estancadas a día de hoy porque Ankara, aunque reconoce a Chipre como miembro legítimo de la UE, sigue negándose a dar al gobierno chipriota pleno reconocimiento diplomático y se niega a abrir su espacio aéreo y marítimo a los aviones y barcos chipriotas. Los problemas políticos, sin embargo, no son más que un pequeño aspecto de la más compleja cuestión turco-europea.
Erdoğan
No sólo Chipre obstaculiza la entrada de Turquía en la UE. El propio presidente Recep Tayyip Erdoğan es un símbolo del equilibrio oscilante de Turquía entre Oriente y Occidente.
Erdoğan, nacido en 1954, ocupó varios cargos políticos antes de convertirse en presidente de Turquía en 2014. Surgió como figura destacada de la política turca durante la década de 1990 como alcalde de Estambul con una plataforma islámica conservadora. En 2001, cofundó el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), al que llevó a la victoria electoral en 2002. Durante su mandato, Erdoğan condujo al país a un periodo de crecimiento económico. Sin embargo, su gobierno también ha sido objeto de polémicas en relación con la democracia, los derechos humanos y la libertad de prensa. Erdoğan ha consolidado eficazmente el poder mediante reformas constitucionales (incluida la de 2017 sobre el presidencialismo) y se ha enfrentado a críticas tanto nacionales como internacionales por sus políticas autoritarias, incluida la represión de la oposición política y la restricción de la libertad de expresión. Su política exterior se ha caracterizado por una implicación activa en conflictos regionales (incluido el apoyo a varios movimientos fundamentalistas islámicos) y una política oportunista hacia los socios internacionales.
Con su derrota en las últimas elecciones locales de marzo de 2024 en las ciudades más grandes del país, la era Erdoğan puede estar abocada a su declive. ¿O no?
Escritor, historiador y experto en historia, política y cultura de Oriente Medio.