La semana pasada se levantó un gran revuelo en España a propósito de la carta del Papa al presidente de la conferencia episcopal mexicana con ocasión del segundo centenario de la independencia.
El texto fue presentado por muchos medios como una petición de perdón por los pecados cometidos durante la conquista.
En realidad, se trata de algo mucho más interesante que eso. El Papa ve esa fiesta como una oportunidad para pensar en la libertad y sugiere que no se la debe entender como una energía para separarnos de nuestros orígenes sino para profundizar en quiénes somos. Así que, en el contexto de una fiesta de la independencia, ¡el Papa habla de raíces!
Perdón, no enjuiciamiento
Buscar nuestras raíces nos obliga a mirar al pasado y, cierto es, allí encontramos episodios no siempre edificantes. En el pasado de México se encuentran abusos cometidos por los españoles que pusieron en contacto el riquísimo mundo americano con la vieja Europa. Si los españoles protestáramos por llamar por su nombre a los desmanes cometidos por algunos conquistadores, convertiríamos el patriotismo en un mezquino partidismo, pues no es patriotismo defender un crimen con tal que haya sido cometido por “uno de los nuestros”. Esta forma de pensar nos pondría bien lejos del espíritu con que fueron guiadas las autoridades españolas que en su día investigaron cuidadosamente y procesaron a muchos de esos conquistadores.
Pero el Papa no pretendía enjuiciar a España. Le interesaba el pasado de México y de su raíces cristianas. Tan sólo quiso evocar la petición de perdón de diferentes Papas por los pecados cometidos por los cristianos durante el transcurso de la evangelización americana. Así, por ejemplo, Juan Pablo II dijo en Santo Domingo el día 12 de octubre de 1992: “La Iglesia, que con sus religiosos, sacerdotes y obispos ha estado siempre al lado de los indígenas, ¿cómo podría olvidar […] los enormes sufrimientos infligidos a los pobladores de este Continente durante la época de la conquista y la colonización?”
No cabe duda de la entrañable proximidad de los evangelizadores a los pueblos indígenas, algunas de cuyas lenguas se han conservado en las gramáticas y catecismos elaborados por los misioneros. Fue el cristianismo el mayor muro de contención a la tristemente espontánea codicia del corazón de los conquistadores.
Desde la prestigiosa Universidad de Salamanca, algunas décadas después de la llegada de Colón a las Antillas, el eminente Francisco de Vitoria, Padre dominico, y otros intelectuales católicos denunciaban los pecados cometidos contra los nativos: las malas obras de los conquistadores, viniendo de cristianos, constituían grave escándalo para los indígenas a los que se les estaba entregando el tesoro del evangelio.
El motivo principal para estar en América de tantos y tantos religiosos entregados, cuidadosamente seleccionados por sus superiores entre la flor y nata de sus órdenes, era la fidelidad al mandato de Jesús y un sincero amor por los habitantes de esas tierras. Ello lo demuestran los valientes enfrentamientos mantenidos con las autoridades políticas exigiendo el respeto de la dignidad de esas personas y el hecho de la extensión del anuncio del evangelio más allá de los márgenes de control de dichas autoridades. Aun así, la autoridad misma contribuyó no poco a que el resultado de la presencia española fuese formidable, muy lejano de una colonización explotadora: se introdujeron nuevas técnicas de agricultura y formas de ganadería hasta entonces desconocidas en el Nuevo Mundo, se construyeron cientos de hospitales, en menos de cien años se habían erigido ya 8 universidades, las cuales llegaron a 26 en el s. XVIII…
Persecuciones a los católicos
Lo que pocos advirtieron la semana pasada fue que el Papa no sólo mencionó “las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización” sino también “las acciones que, en tiempos más recientes, se cometieron contra el sentimiento religioso cristiano de gran parte del Pueblo mexicano, provocando con ello un profundo sufrimiento”.
La persecución sufrida por los cristianos mexicanos durante la así llamada Guerra Cristera, más de un siglo después de la independencia, indica que el cristianismo ha quedado hondamente grabado en sus raíces y ha trascendido la relación con España.
Nuestros antecesores pudieron hacer mejor muchas cosas, pero eso no nos impide dar gracias a Dios por las muchas, bellas y honrosas realizaciones que sí nos han legado
David Torrijos
Pero el Papa tampoco pretendía meter el dedo en esta otra llaga, mucho más reciente. El Papa invitaba a mirar al futuro. Por eso, creo que la fiesta de las “témporas” que se celebra esta semana en nuestro país nos puede ayudar. Es una fiesta-bisagra que une el pasado con el futuro: son días para pedir perdón por los pecados del curso pasado, dar gracias por los beneficios recibidos y pedir ayuda para el curso que se está iniciando. Los pecados del pasado nos recuerdan que hemos de andar vigilantes, pues nadie está libre de tentación. Sería irresponsable consolarse acusando a nuestros antepasados de ciertas culpas mientras ignoramos los pecados que cometemos en el presente.
Quizás nuestros antecesores pudieron hacer mejor muchas cosas, pero eso no nos impide dar gracias a Dios por las muchas, bellas y honrosas realizaciones que sí nos han legado. Por eso, mirar al pasado nos mueve a mirar al futuro con una oración en los labios, pues el futuro está en nuestras manos, pero hemos de ceder nuestras manos al Señor para que las guíe. El Papa termina su carta animando al pueblo mexicano a confiarse en los manos de la Virgen de Guadalupe. María ha calado en el corazón de todos los pueblos de América porque, más allá de las torpezas humanas, la experiencia les ha mostrado que el hijo de María saca lo mejor de nosotros mismos y lo eleva por encima de nuestras propias expectativas.
Profesor adjunto a cátedra, Facultad de Filosofía, Universidad Eclesiástica San Daámaso