Cultura

Eugenio d’Ors (1881-1954): Tres horas en el Museo del Prado

Se han cumplido 100 años de la aparición de Tres horas en el Museo del Prado, probablemente el libro más famoso del filósofo español Eugenio d’Ors.

Antonino González y Jaime Nubiola·17 de enero de 2024·Tiempo de lectura: 4 minutos
d'ors

Se han cumplido 100 años de la aparición de Tres horas en el Museo del Prado, probablemente el libro más famoso del filósofo español Eugenio d’Ors. Como es habitual en d’Ors, este libro fue primero una colección de glosas, que aparecieron en la sección Las obras y los días del periódico Las Noticias de Barcelona entre el 10 de mayo y el 13 de agosto de 1922.

Rafael Caro Raggio lo editó en forma de libro al año siguiente como segunda edición, y desde entonces se ha reeditado una treintena de veces, lo que da idea de su relevancia. En 1927 fue volcado al francés y, como afirma el biógrafo de d’Ors, Enric Jardí, “la fama del autor trascendió más allá de nuestras fronteras a partir de su versión francesa”.

El libro

Aunque pueda parecer, a primera vista, un libro de crítica de arte, se trata de una de esas típicas piruetas del pensador catalán, en que, sirviéndose de un recorrido por el museo, nos eleva a un repaso de la historia del arte y, en un salto aún mayor, a una teoría del arte, a una concepción “eónica del arte. Nos eleva de la anécdota a la categoría, y lo que parece una simple guía para visitar el Museo del Prado se convierte, casi sin advertirlo, en una formidable teoría estética.

Para d’Ors, en toda obra de arte se hallan presentes, en diferente proporción, dos valores de signo opuesto: el valor espacial y el valor expresivo. El primero tiende hacia la “esculturización de la obra de arte, hace que las obras pesen; el segundo las eleva hacia una “musificación haciéndolas volar. Si este valor expresivo es una tendencia al impulso, a la pura significación, su contrario busca el equilibrio, la eternidad.

Según prime en una obra una tendencia u otra nos hallaremos ante una obra de arte clásica o una obra barroca -en el sentido que da d’Ors a estas palabras: no se trata de meros estilos artísticos propios de un momento concreto de la historia, sino constantes más profundas, eternas, a las que denomina “eones, que se manifiestan a lo largo de todos los periodos y estilos; hay, pues, un barroco romántico, un barroco gótico, un barroco modernista…-.

Recorrido por los cuadros

Comienza d’Ors su recorrido por el extremo clásico, por los cuadros en que la corporeidad triunfa sobre la expresividad: Poussin, Claudio Lorena, Andrea del Sarto, Mantegna. Junto a estos pintores “racionalistas, pero dando paso hacia la expresividad, sitúa d’Ors a Rafael, que ha dado entrada en su arte al eterno femenino, abriendo así el espacio al lirismo, al sentimiento. Aún más lírico es Correggio, al que denomina “antesala del barroquismo”.

Sin embargo, en el punto intermedio entre la pintura-escultura y la pintura-música está Velázquez, la pintura-pintura, “como un cristal sobre el mundo”. Inmediatamente antes del realismo de Velázquez se hallan los primitivos: Fra Angelico, Jan van Eyck, Rogier van der Weyden, Petrus Christus, Memling, Berruguete, Morales, Juan de Juanes y la segunda generación de primitivos, el Bosco, Patinir, Brueghel el Viejo, que se aproximan desde el idealismo clásico al realismo, es decir, en la línea que va hacia lo romántico, pero lejos aún.

Desde el realismo “equidistante de Velázquez se inicia una línea que sigue por los maestros españoles -Zurbarán, Murillo, Ribera-, la escuela veneciana -Bellini, Giorgione, Palma, Tiziano, Tintoretto, el Veronés-, los pintores germánicos -quintaesenciados en Durero-, los flamencos -Rubens, van Dyck, Jordaens- y holandeses -Rembrandt, Vermeer-, todos ellos muy cercanos ya al romanticismo puro, al arte de las formas que vuelan.

En el extremo de la expresividad, lirismo, musicalidad, en el mundo de las formas que vuelan, están el romanticismo de Goya, el Greco, o el impresionismo.

Más que teoría del arte

Este esquema, que d’Ors ilustra al detenerse ante cada cuadro y mostrar la prevalencia de uno u otro valor, entronca con la estética formalista y, más aún, con las raíces clásicas de la estética -Baumgarten, Winckelmann y Lessing y su debate a propósito del Laocoonte, “la querelle des ánciens et des modernes”, las tesis de Kant o de Schiller-.

La genialidad de Eugenio d’Ors es que no “teoriza, en el peor sentido de la palabra, ni se limita a criticar obras de arte. A través de su comentario certero, acerado, eleva al lector -y al visitante del Prado- a una teoría estética que, más allá de su validez o error, eleva el espíritu, enciende la sensibilidad y permite adentrarse en la belleza de la creación artística.

De los penetrantes comentarios de Eugenio d’Ors seleccionamos uno a propósito del Cristo crucificado de Velázquez: “Significa una dignidad suprema. Precisamente por lo sobrio, por lo humano, por la admirable ausencia doble de la belleza y de la fealdad física. Este cuerpo no es feo, como en El Greco. Tampoco bello como en Goya será.

No es tampoco un atleta, como en Miguel Ángel, ni una larva, como en algunos primitivos. Es noble: he aquí todo. No tiene cara, que los cabellos ocultan. No tiene sangre con que abrevar románticamente la compasión. No tiene compañía humana para hacer visajes en que se retraten las pasiones. Ni paisaje ni cielo, ni aparatosos meteoros y prodigios. Era un justo; ha muerto. Y -¡suprema dignidad!- está solo”.

Cien años después de su publicación original, la lectura de Tres horas en el Museo del Prado sigue interpelando al lector e invita, por supuesto, a una nueva visita al museo, que en estos años tanto ha crecido y mejorado. Necesitamos dejarnos llenar por la belleza tan cuidadosamente conservada en ese espacio maravilloso.

El autorAntonino González y Jaime Nubiola

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica